Contra el desapego ciudadano
Para evitar que contin¨²e la erosi¨®n de la confianza y del bienestar en Espa?a se requiere de un 'compromiso hist¨®rico' entre fuerzas diversas, sin sujetar su contenido a una ideolog¨ªa concreta
El tono vital de la sociedad espa?ola atraviesa un momento alarmante. Lo manifiesta el bar¨®metro del Centro de Investigaciones Sociol¨®gicas (CIS), que reitera la siguiente valoraci¨®n: una mayor¨ªa piensa que la situaci¨®n econ¨®mica es mala o muy mala y que dentro de un a?o ser¨¢ igual o peor; la mayor¨ªa entiende tambi¨¦n que la situaci¨®n pol¨ªtica es mala o muy mala y que dentro de un a?o ser¨¢ igual o peor; y cuando se pregunta cu¨¢les son los principales problemas que tiene este pa¨ªs, se responde mayoritariamente que el paro, la situaci¨®n econ¨®mica y la clase pol¨ªtica. Si se extendiese esta opini¨®n m¨¢s all¨¢ de la coyuntura provocar¨ªa en la ciudadan¨ªa una especie de nihilismo, la anomia en su intervenci¨®n p¨²blica; en definitiva, el desafecto, que es una de las condiciones para que disminuya la calidad del sistema democr¨¢tico.
Paro, corrupci¨®n y politizaci¨®n de la justicia disminuyen la calidad de la democracia espa?ola
El momento exige liderazgos claros. Ello vale para el Gobierno y para la oposici¨®n
Una medici¨®n cuantitativa de la democracia espa?ola se hace desde hace tres a?os en el Informe sobre la Democracia en Espa?a (IDE), que edita la Fundaci¨®n Alternativas. Se trata de una especie de auditor¨ªa democr¨¢tica, concebida por el Human Rigths Center de la Universidad de Essex y adaptada a nuestro pa¨ªs, que trata de evaluar la calidad de la democracia atendiendo a dos criterios b¨¢sicos: la igualdad pol¨ªtica y el control social, entendido este como el derecho de los ciudadanos a influir en las decisiones p¨²blicas y en el proceso pol¨ªtico. Pues bien, en los dos ¨²ltimos a?os -que coinciden con la primera fase de la segunda legislatura de Rodr¨ªguez Zapatero- los expertos que contestan consideran que la calidad de la democracia en Espa?a ha disminuido casi medio punto (del 6,2 al 5,8 sobre 10) y todos los indicadores ofrecen la misma tendencia descendente.
Pero hay dos campos en que esa tendencia se profundiza en el IDE-2010: los de la econom¨ªa y la corrupci¨®n. Se valora muy negativamente la capacidad del sistema democr¨¢tico para solucionar la crisis econ¨®mica; cada a?o empeora la percepci¨®n sobre la verdadera autonom¨ªa del Gobierno en el desarrollo de sus pol¨ªticas frente a los intereses econ¨®micos externos; se deteriora de forma acusada la confianza en la acci¨®n del Gobierno para resolver los principales problemas de los ciudadanos. En el caso de la corrupci¨®n, la profundidad del caso G¨¹rtel es abrasiva y muestra que las irregularidades pol¨ªticas no solo est¨¢n directamente vinculadas al urbanismo, sino tambi¨¦n a la contrataci¨®n p¨²blica; se multiplica la captura de pol¨ªticas, el control por grupos de inter¨¦s de ¨¢reas en la pol¨ªtica dentro del Estado, de modo que los gobernantes no pueden formular pol¨ªticas aut¨®nomas en ese ¨¢mbito. La pol¨ªtica urban¨ªstica en Espa?a ha sido un ejemplo de pol¨ªtica capturada por los propietarios del suelo.
No s¨®lo de econom¨ªa vive el hombre, pero la econom¨ªa es hoy el principal problema espa?ol, y de su mejora depende mucho todo lo dem¨¢s, incluida la marcha general del sistema democr¨¢tico, golpeado de modo muy directo por las dudas ciudadanas en torno a la calidad de las respuestas pol¨ªticas a la crisis, en t¨¦rminos de eficacia y de reparto de las cargas. La profundidad de la crisis interpela al propio sistema democr¨¢tico y a la percepci¨®n ciudadana sobre el mismo. Los principales datos son suficientemente conocidos: estancamiento de la producci¨®n, un paro que afecta a una de cada cinco personas de la poblaci¨®n activa y que en buena parte se est¨¢ convirtiendo en estructural, un d¨¦ficit p¨²blico superior al 11% del PIB, un endeudamiento p¨²blico y privado que equivale al 390% del PIB (cerca de cuatro billones de euros), etc¨¦tera. De todos ellos, el m¨¢s excepcional, el que m¨¢s nos diferencia del resto de los pa¨ªses de nuestro entorno, es la extraordinaria tasa de paro (que se dobla para los menores de 25 a?os). En la anterior recesi¨®n, la de la primera mitad de los a?os noventa del siglo pasado, Espa?a lleg¨® a tener un porcentaje de desempleo del 24,5%; tan s¨®lo 13 a?os despu¨¦s, en el segundo trimestre del a?o 2007, esa tasa lleg¨® a bajar al 7,95% (la m¨¢s baja de la democracia) y se coloc¨® en porcentajes similares a la media europea. Se necesitaron 13 a?os para igualarnos con la media europea y ello creciendo a porcentajes medios superiores al 3%. Aunque el tama?o, grado de apertura y flexibilidad de la econom¨ªa espa?ola es diferente hoy a la de los a?os noventa, los agentes sociales tienen m¨¢s experiencia y las empresas se han internacionalizado, no parece demasiado arriesgado pensar que un esfuerzo similar podr¨ªa ocupar a nuestro pa¨ªs cerca de una d¨¦cada, un tiempo demasiado largo para aceptarlo como inevitable.
Es por ello que se considera imprescindible un gran acuerdo, un compromiso hist¨®rico entre las fuerzas pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales en torno a las iniciativas indispensables para el saneamiento y la reforma de la econom¨ªa espa?ola. Un gran acuerdo entre fuerzas diversas, que representen a la mayor¨ªa de los ciudadanos, sin sujetar su contenido a una ideolog¨ªa concreta, para evitar la erosi¨®n de la confianza y del bienestar, y romper con el desafecto creciente. Un pacto transversal que recorra los distintos ¨¢mbitos de la Administraci¨®n (Estado central, comunidades aut¨®nomas y ayuntamientos) y que supere el ¨¢mbito de una legislatura para que, gobierne quien gobierne, pueda aplicar lo consensuado durante el tiempo que sea necesario. Un pacto de austeridad compartido, de saneamiento y reformas. No sea que se repita en el siglo XXI lo que Indalecio Prieto describe en sus Convulsiones de Espa?a: "No entender pol¨ªticamente el mundo de la crisis econ¨®mica y no presentar ante ¨¦l una pol¨ªtica econ¨®mica coherente constituy¨® una de las causas del fracaso de la II Rep¨²blica".
No s¨®lo la econom¨ªa y la corrupci¨®n desmoralizan a los ciudadanos y les hacen valorar lo que ahora estamos sufriendo como una crisis institucional. La politizaci¨®n de la justicia en sus m¨¢s altos niveles, el mercadeo de cargos en una especie de lottizaci¨®n, la tardanza en resolver algunos de los casos (el m¨¢s paradigm¨¢tico, el de la constitucionalidad del Estatut de Catalu?a, que ha renovado algunas de las visiones m¨¢s esencialistas en latente conflicto sobre la estructura territorial del Estado) conducen a un amplio desapego ciudadano, un deterioro de las relaciones sociales y el desgaste de algunas de las instituciones centrales del sistema constitucional.
Y tambi¨¦n, y en primer plano, la actitud de los principales partidos ante esta situaci¨®n. Hasta ahora, ha prevalecido el desgaste del contrario mucho m¨¢s que el inter¨¦s por el bienestar general de los ciudadanos. Las principales formaciones pol¨ªticas no parecen haber entendido esta situaci¨®n de excepcionalidad y emergencia. Un Gobierno no puede presentarse a unas elecciones generales con las variables econ¨®micas citadas, con garant¨ªas de ganarlas: el nivel de riesgo es muy alto. Y una oposici¨®n responsable tampoco, so pena de empezar a gobernar tras los comicios con un r¨¢pido deterioro de sus apoyos pol¨ªticos y sociales, por tener que aplicar una pol¨ªtica de austeridad extrema, m¨¢s que un programa de ajuste cl¨¢sico. Ser¨ªa un suicidio, y sin embargo es previsible que ello vaya a sobrevenir; hasta ahora es lo que ha acaecido.
Pocas veces se ha tenido la sensaci¨®n de que el Ejecutivo de Zapatero se haya esforzado en ese gran acuerdo (excepto en el caso de la educaci¨®n) ni el PP de Rajoy ha comparecido cuando la sociedad se lo ha demandado. Con compromiso hist¨®rico o sin ¨¦l, un momento excepcional como el que atraviesa el pa¨ªs requiere liderazgos claros. Un liderazgo que solo sirva para enardecer a los propios con el fin de unirlos f¨¦rreamente y para enervar al contrario es un liderazgo de corto vuelo; un liderazgo incapaz de proporcionar una visi¨®n de hacia d¨®nde se va y de hacer reformas dolorosas, aunque sean impopulares, no es un verdadero liderazgo. Ello vale para el Gobierno y para la oposici¨®n.
Hace poco, en unas declaraciones a este peri¨®dico, el polit¨®logo Iv¨¢n Krastov lo resum¨ªa de este modo: "Como testigos de un colapso de la confianza en las ¨¦lites pol¨ªticas y empresariales (...) las elecciones est¨¢n perdiendo su significado de opci¨®n entre alternativas y se transforman en procesos a las ¨¦lites. As¨ª, la democracia ya no es cuesti¨®n de confianza sino m¨¢s bien de gesti¨®n de la desconfianza".
Joaqu¨ªn Estefan¨ªa ha dirigido el Informe sobre la Democracia en Espa?a 2010, de la Fundaci¨®n Alternativas.
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