Mil voces
El periodismo se parece a la vida en que generalizas para sortear problemas y, por generalizar, topas con m¨¢s. Los medios hablan con toda impunidad de "?frica" o "?frica subsahariana", y resulta que hay mil ?fricas -Imaginar ?frica. Los estereotipos occidentales sobre ?frica y los africanos (Catarata), de Antoni Castel y Jos¨¦ Carlos Send¨ªn, editores-. No digamos en literatura. Para empezar, a¨²n se trata de un continente donde la cultura oral tiene mucho que decir. Y si hablamos de escrituras, s¨®lo acad¨¦micamente es operativo clasificar ?frica seg¨²n la herencia idiom¨¢tica (sean las lenguas coloniales o aut¨®ctonas) o incluso por Estados, ya que el Estado, y las fronteras, es sumamente artificial en un continente diverso y mestizo como ninguno -El pensamiento tradicional africano (Catarata), Ferran Iniesta-. En Espa?a, adem¨¢s, hay carencia de traductores literarios en suajili, kikongo o walof, por mencionar alguna lengua hablada por millones. Y la ignorancia es general sobre esas culturas: Casa ?frica realiza una gran labor desde su sede en Las Palmas, pero casi desconocida fuera de ¨¢mbitos oficiales o universitarios. De alguna forma hay que orientarse, y pueden recomendarse ciertas sistematizaciones. Aunque hablemos de literatura, es clave conocer el contexto hist¨®rico de un ?frica siempre silenciada o tergiversada: a¨²n es v¨¢lida la monumental Historia del ?frica negra, del burkin¨¦s Joseph Ki-Zerbo (Alianza). El Cobre tiene una Historia de la literatura negroafricana. Una visi¨®n panor¨¢mica desde la francofon¨ªa, de la africanista belga Lilyan Kesteloot, que rechaza el acercamiento solo nacionalista. Y aunque su an¨¢lisis se centra en lo franc¨®fono, aporta luz sobre nexos poco estudiados, como el existente entre el movimiento po¨¦tico de la negritud y el surrealismo europeo. Muy ¨²til es el Diccionario de literatura del ?frica subsahariana, publicado por la asociaci¨®n Translit. Las limitaciones de un art¨ªculo aconsejan una parcelaci¨®n por temas.
Esclavitud, colonialismo. La trata de esclavos descuartiz¨® el tejido social de ?frica y grab¨® la experiencia de la crueldad en el ADN de sus gentes. Y tras la impunidad de traficantes ¨¢rabes y europeos y de jefes locales c¨®mplices, lleg¨® el colonialismo, la maquinaria de la depredaci¨®n. La literatura africana nunca podr¨¢ eludir esa memoria. Por lo que toca a Espa?a, Las tinieblas de tu memoria negra, de Donato Ndongo (El Cobre), pinta el alma de un ni?o guineano escindida entre la espiritualidad tradicional y una educaci¨®n franquista en la que el himno Monta?as nevadas se volv¨ªa Selvas tropicales, banderas al viento. Es libro con antecedentes ilustres como El fuego de los or¨ªgenes del congol¨¦s Emmanuel Dongala (Alcor) o Los soles de las independencias, del marfile?o Ahmadou Kourouma (Alfaguara), que siempre satiriz¨® la satrap¨ªa y corrupci¨®n que ha lastrado el ?frica oficialmente libre: ejemplos, Al¨¢ no est¨¢ obligado (Muchnik), Esperando el voto de las fieras (El Aleph) o Cuando uno rechaza dice no (Alpha Decay). La trata perpetrada por musulmanes es contada con gran pulso en Para¨ªso por el tanzano Abdulrazak Gurnah (Muchnik) y la vida de los colonos se refleja sobre todo en la narrativa en portugu¨¦s: la saga familiar de El tiempo de los flamencos, del angole?o Pepetela (Texto Editores), o Naci¨®n criolla, de su compatriota Jos¨¦ Eduardo Agualusa (Alianza), homenaje tropical a E?a de Queiroz. Tambi¨¦n convendr¨ªa rescatar la guasa antiburocr¨¢tica sobre la Angola posindependencia de Si pudiera ser una ola, de Manuel Rui (Seix Barral), historia de la crianza de un cerdo en una casa de vecinos de Luanda. Un escritor de peso pol¨ªtico es el keniata Ngugi wa Thiong'o, cuyo Un grano de trigo (Ediciones Zanz¨ªbar) denuncia la represi¨®n brit¨¢nica contra el Mau-Mau y no esconde los colaboracionismos y cuanto acarrea la putrefacci¨®n del sistema colonial.
Violencia. La violencia pol¨ªtica o ¨¦tnica es la imagen t¨®pica que Occidente cultiva de ?frica, como si ?frica tuviera ese monopolio y los poderes del mercado occidental fuesen ajenos. Es importante ver c¨®mo afrontan el tema los narradores africanos. Los nigerianos destacan: su pa¨ªs es un mosaico explosivo de petr¨®leo -Nigeria. Las brechas de un petroestado (Catarata, Aloia ?lvarez)-, choques religiosos, corrupci¨®n extrema, prensa plural, gente que lucha por la decencia. T¨² di que eres uno de ellos (El Tercer Nombre), de Uwem Akpan, es un angustioso conjunto de relatos protagonizados por ni?os o adolescentes en diversas zonas de ?frica (tremendo 'La habitaci¨®n de mis padres', sobre el genocidio de Ruanda de 1994, o 'Coches f¨²nebres de lujo' sobre la limpieza ¨¦tnico-religiosa en Nigeria). Desde luego es heredero del Nobel Wole Soyinka, sobre todo de La estaci¨®n del caos (Alfaguara), feroz retratista de la anomia, y tambi¨¦n del Chinua Achebe de Todo se desmorona (Bronce), an¨¢lisis de la devastaci¨®n de la cultura tribal. Ese mismo desgarro descrito con un delirio controlado por Ben Okri, que crea a un ni?o-esp¨ªritu, Azaro, para pintar una pesadilla de crueldad y privaci¨®n en la gran trilog¨ªa compuesta por El camino hambriento, Canciones de encantamiento (ambas en La Otra Orilla) y Riquezas infinitas (El Cobre). Vocaci¨®n de saga tiene Hijos del ancho mundo (Salamandra), de Abraham Verghese, indio nacido en Etiop¨ªa. Entre los cien universos de esta novela, est¨¢ la objetiva cr¨®nica del derrocamiento del Negus y la posterior dictadura militar. Violencia, humor, conocimientos m¨¦dicos, todo le vale a Verghese. Al sueco Henning Mankell se le conoce como padre del inspector Wallander, pero la mitad del a?o la pasa en Mozambique: en Maputo dirige un teatro de referencia, el Avenida. Comedia infantil (Tusquets) es una novela sobre ni?os de la calle mozambique?os, cuyo estilo escueto redobla la eficacia; importante Morir¨¦, pero mi memoria sobrevivir¨¢ (Tusquets), testimonio personal sobre el sida en Uganda y Mozambique, con pr¨®logo de Desmond Tutu. La emigraci¨®n es abordada como tema literario sobre todo por narradores de la otra ?frica, ¨¢rabe. El lector no deber¨¢ olvidar ?poca de migraci¨®n al norte (Huerga / Fierro), del sudan¨¦s T¨¢yeb Saleh, recientemente fallecido, que plasma la dureza del exilio econ¨®mico y tambi¨¦n la picaresca.
Mujeres. Quien pise ?frica ver¨¢ de inmediato que las mujeres son las v¨ªctimas y las salvadoras de todo. Innumerables las novelas que giran sobre sus vidas. Hay que citar obras imprescindibles que pueden abrir puertas a b¨²squedas posteriores. Pionera fue Jagua Nana (Alcor), publicada en 1961 por el nigeriano Cyprian Ekwensi, historia de una mujer que aprende a sobrevivir y medrar en un Lagos despiadado. Otro nigeriano, Ken Saro-Wiwa (ahorcado en 1995 por el r¨¦gimen militar como opositor a los abusos de la Shell en el delta del N¨ªger), en Historia de Lemona (Zanz¨ªbar) da voz a una presa, que cuenta sus incre¨ªbles, tenaces peripecias para seguir viviendo con la frente alta. Hay una autora de referencia en protagonistas femeninos, la nigeriana Buchi Emecheta. Las delicias de la maternidad (Zanz¨ªbar) arrastra -no paran de suceder cosas, nunca dejas de entender a cada personaje- el desquicie entre tradici¨®n y modernidad. Clave Kehinde (Bronce), mirada in¨¦dita de una mujer que debe volver de Londres a Lagos. Escritoras que iluminan la situaci¨®n de las mujeres son las senegalesas Mariama B? (Mi carta m¨¢s larga) y Ken Bugul (El baobab que enloqueci¨®), en Ediciones Zanz¨ªbar, donde tambi¨¦n est¨¢ un orientador estudio-antolog¨ªa, Otras mujeres, otras literaturas, coordinado por Inmaculada D¨ªaz Carbona y Asunci¨®n Arag¨®n.
Ra¨ªces y costumbres. Los escritores africanos huyen del folclorismo y del costumbrismo, porque est¨¢n hartos del ensalzamiento euroc¨¦ntrico de un ?frica llena de m¨²sica, ritos y ocupaciones curiosas: esos aspectos aparecen en sus obras, pero contextualizados. Por ejemplo, la narrativa del mozambique?o Mia Couto se basa en un personal realismo m¨¢gico: la ¨²ltima muestra, El otro pie de la sirena (El Cobre), donde el hallazgo de restos de un avi¨®n esp¨ªa no tripulado da pie a una trama a caballo entre lo on¨ªrico y lo real. En terreno m¨¢s legendario, Mi vida en la maleza de los fantasmas (Siruela), escrita en los a?os cincuenta por el nigeriano Amos Tutuola. O esa especie de Julio Caro Baroja, el maliense Amadou Hampat¨¦ B?, conocido por su frase: "En ?frica, la muerte de un anciano es una biblioteca en llamas", un todoterreno del pensamiento, autor por ejemplo de Kaidara, cuento inici¨¢tico peule (Kair¨®s) o Njeddo Dewal, madre de la calamidad (Zanz¨ªbar), continuador de su maestro suf¨ª Tierno Bokar, sobre cuya figura present¨® en mayo en Madrid un montaje teatral Peter Brook. Costumbrismo trascendido a base de humor, El testamento del se?or Napumoceno da Silva Ara¨²jo (Bronce) del caboverdiano Germano Almeida.
El hecho diferencial sudafricano. Sud¨¢frica tuvo el terrible hecho diferencial de la dictadura racista del apartheid y ahora respira el ins¨®lito ejemplo de democracia logrado por Nelson Mandela. Por mucho tiempo su literatura deber¨¢ ser le¨ªda a partir de ambos fen¨®menos. Sud¨¢frica, con Nigeria, es la potencia literaria del continente. No en vano el Premio Nobel ha reca¨ªdo sobre dos sudafricanos, Nadine Gordimer y J. M. Coetzee. La riqueza narrativa de Sud¨¢frica la explica su gran cantera. El Cobre publica Trilog¨ªa de Z Town, y anteriormente Fruta amarga, de Achmat Dangor. La trilog¨ªa es una novela con tres cap¨ªtulos que refleja como ninguna la vida en un barrio negro de Johanesburgo durante el apartheid, a trav¨¦s de historias de mujeres: "Un tiempo demacrado y leproso", donde cada personaje tiene sus razones, pero nada da igual ¨¦ticamente.
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