"Me odio por sospechar de los que corren m¨¢s que yo"
Aunque le guste leer a Murakami (habr¨¢ que perdonarlo) y no le interese Coetzee (nadie es perfecto), Tim Krabb¨¦ escribe muy bien. Le gusta dar fuerte. Cada frase una sentencia. Escribir lo justo, con la econom¨ªa de medios, con la eficiencia, que tambi¨¦n exigen otras de sus pasiones, el ciclismo, el ajedrez. Cada frase, tambi¨¦n hablando, aun intercalada con una anchoa sobre pa amb tomaquet o una cucharada de salmorejo, una declaraci¨®n de principios. "Prohibido hablar de doping", advierte, buscando siempre que el interlocutor se coloque a su derecha, pues est¨¢ sordo como una tapia por el o¨ªdo izquierdo. "Incluso si en cada carrera, en cada kil¨®metro, cada corredor recurriera al doping, el ciclismo seguir¨ªa siendo el deporte m¨¢s maravilloso del mundo".
El autor del libro de culto del ciclismo defiende su grandeza. A pesar del dopaje
Tim Krabb¨¦, holand¨¦s de ?msterdam, escritor, habla sobre todo de ciclismo porque de eso va El ciclista, el mejor libro jam¨¢s escrito sobre este deporte seg¨²n muchos, volumen de culto instant¨¢neo cuando se public¨® en Holanda en 1978 (casi 300.000 ejemplares vendidos) y reci¨¦n editado en espa?ol por primera vez. Y tambi¨¦n porque a los 67 a?os sigue siendo ciclista. "Como aficionado, odio hablar de doping, y en el grupo en el que salgo todos pensamos lo mismo, pero como corredor, como todos los corredores, cuando veo a uno que va m¨¢s r¨¢pido que yo no puedo evitar la sospecha. 'Seguro que ha tomado algo', me digo", dice Krabb¨¦, que sale cotidianamente en bicicleta y participa en competiciones. "Y me detesto por eso. En esos momentos no soy yo".
El ¨²nico doping que Krabb¨¦ confiesa en su libro -una narraci¨®n de su participaci¨®n en una carrera que no gan¨®, el Tour del Mont Aigoual, tambi¨¦n una disculpa para hablar de su vida y sus pasiones- son los higos que se desliza en el bolsillo antes de la salida. Higos que cuenta meticulosamente: la diferencia entre la victoria o la derrota puede estar en un gramo de m¨¢s o de menos. "Escrib¨ª el libro y colgu¨¦ la bici, y solo la volv¨ª a coger 25 a?os despu¨¦s, cuando me invitaron a participar de nuevo en la carrera", dice. "Pesaba 110 kilos. En dos meses perd¨ª 20. Volv¨ªa al monte Aigoual".
"No escribir¨¦ m¨¢s libros de ciclismo", dice. "M¨¢s vale una frase buena que mil mediocres".
No admira a Coetzee no porque el Nobel sudafricano sea un borde -"no solo eso, una persona que se esfuerza en ser antisocial, encantada de caer mal"-, sino porque solo es capaz de hacer 20 kil¨®metros a 20 por hora, mientras ¨¦l, Tim, no baja de 30 por hora. Tampoco le vuelven loco ni Contador, porque solo gana Tours y no ha dejado su huella en las cl¨¢sicas, ni Indurain, por el c¨¢lculo. Su santoral, nutrido, lo ocupan Hinault, el ¨²ltimo grande; Bahamontes, que estaba como una cabra, que no era serio, que por eso era magn¨ªfico; Flecha, su cara de felicidad cuando gan¨® la Het Volk; Freire, sus despistes, su aparente despreocupaci¨®n. Pero todos ellos por debajo de Oca?a, el m¨¢s grande, sus ataques desesperados, siempre.
Y por encima de todos, inevitablemente, un ajedrecista, Mija¨ªl Tal, manos como garras, rom¨¢ntico, fantasioso, innovador, inventor, artista, iconoclasta. Quiz¨¢ como querr¨ªa ser el propio Krabb¨¦. "Y eso que, al lado del ciclismo, el ajedrez es un deporte sencill¨ªsimo. En ajedrez las piezas se mueven seg¨²n tu voluntad; en ciclismo, cada pieza tiene su voluntad".
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