Supervivientes espa?olas en el infierno nazi
Con 22 grados bajo cero, a las tres de la madrugada del 3 de febrero de 1944, 1.000 mujeres entramos en Ravensbr¨¹ck. Con 10 SS y sus 10 ametralladoras, con 10 perros lobos dispuestos a devorarnos, empujadas bestialmente, hicimos nuestra entrada triunfal en el mundo de los muertos. 'de la resistencia y la deportaci¨®n', Neus Catal¨¤
"Nos pusieron a todas una inyecci¨®n para eliminarnos la menstruaci¨®n. dec¨ªan que ser¨ªamos m¨¢s productivas"
Tiene 94 a?os y dice cuando se despide: "recuerde, yo nunca tuve miedo, ?jam¨¢s! yo era una luchadora"
"Vi mujeres con cicatrices horribles. Les operaron las piernas para experimentar. se les ve¨ªa el hueso"
En ravensbr¨¹ck fueron gaseadas unas 6.000. pero al mes mor¨ªan unas 1.000 por enfermedades y falta de higiene
Dantesca y cruel. As¨ª fue la entrada de miles de mujeres en uno de los peores campos nazis durante la II Guerra Mundial: Ravensbr¨¹ck, cerca del pueblo de F¨¹rstenberg, un lugar pantanoso unos 90 kil¨®metros al norte de Berl¨ªn. Una gran mayor¨ªa fueron presas por motivos pol¨ªticos: luchaban contra el fascismo. Las espa?olas tambi¨¦n. Hab¨ªan combatido para defender la libertad y los valores de la II?Rep¨²blica durante la guerra civil espa?ola, pero Franco gan¨® la batalla y el exilio fue inevitable.
Terminaba la Guerra Civil en febrero de 1939 y en septiembre de ese mismo a?o comenzaba la II Guerra Mundial y la expansi¨®n de Hitler. De una u otra forma, sin importar nacionalidades, todas lucharon por unos ideales: colaboraron con la Resistencia, sirvieron de enlaces o combatieron como antiguas brigadistas internacionales. Un d¨ªa fueron capturadas por la Gestapo y conducidas a los campos de concentraci¨®n.
De la deportaci¨®n femenina siempre se ha hablado menos. Sufrieron todos, hombres y mujeres, pero a ellas habr¨ªa que a?adir otros sufrimientos adicionales, los que se desprenden de su propia condici¨®n de mujer: experimentos m¨¦dicos, esterilizaci¨®n, eliminaci¨®n de sus hijos ante su presencia e incluso prostituci¨®n.
El impacto f¨ªsico y psicol¨®gico generado en ellas cre¨® una larga etapa de silencio e introspecci¨®n.
Acaban de conmemorarse los 65 a?os de la liberaci¨®n de los campos nazis y muy pocas mujeres siguen con vida. Muchas viven en Francia, pa¨ªs que acogi¨® a los espa?oles temerosos de las represalias del franquismo. Nos desplazamos hasta sus domicilios para conocerlas, recordar detalles in¨¦ditos de sus vivencias, ver c¨®mo viven y c¨®mo lo recuerdan todo. Incluso saber c¨®mo lograron superar aquella experiencia tan traum¨¢tica.
Tienen entre 85 y 95 a?os: Neus Catal¨¤, que reside actualmente en Rub¨ª (Barcelona); Conchita Ramos, en Toulouse, ciudad en la que ha vivido siempre, aunque naci¨® en Catalu?a, y Lise London, en Par¨ªs, una mujer francesa de padres aragoneses y con profundas ra¨ªces en nuestro pa¨ªs. En Par¨ªs fue imposible visitar, por su delicado estado de salud, a Carmen Cuevas, nacida en Sueca (Valencia), deportada tambi¨¦n a Ravensbr¨¹ck. No se tiene noticia de la existencia de m¨¢s supervivientes espa?olas en campos nazis, seg¨²n indica la asociaci¨®n Amical de Ravensbr¨¹ck, cuya sede en Espa?a se encuentra en Barcelona. Neus Catal¨¤ es la presidenta de honor de dicha asociaci¨®n, y su hija, Margarita Catal¨¤, igual de activa y solidaria que su madre, forma parte del Comit¨¦ Internacional de esta entidad junto con Teresa del Hoyo, secretaria de la Amical Ravensbr¨¹ck, y Anna Sall¨¦s, su vicepresidenta ejecutiva. La Amical rinde homenaje a estas mujeres dando la m¨¢xima difusi¨®n a aquellos acontecimientos y recuperando las voces de las supervivientes.
Entre 1939 y 1945, la fecha de su liberaci¨®n, fueron presas en este campo unas 132.000 mujeres de m¨¢s de 40 pa¨ªses, sobre todo de Polonia, Alemania, Austria y Rusia. Algunas, pocas, llegaron con sus hijos, la mayor¨ªa exterminados, al igual que los cerca de 20.000 hombres que a partir de abril de 1941 fueron destinados a un anexo construido para ellos.
Eran agrupadas en funci¨®n de sus caracter¨ªsticas o condici¨®n: delincuentes comunes, jud¨ªas, gitanas, pol¨ªticas, homosexuales o testigos de Jehov¨¢... Todas eran marcadas con un tri¨¢ngulo invertido de diferente color. Verde para las presas comunes, negro para las criminales, amarillo para las jud¨ªas. Las espa?olas, unas 400, aproximadamente, de las que apenas existe informaci¨®n ni datos precisos, fueron se?aladas con el color rojo destinado a las presas pol¨ªticas m¨¢s un n¨²mero de matr¨ªcula. Ya no tendr¨ªan jam¨¢s un nombre. S¨®lo un n¨²mero que las supervivientes recuerdan a la perfecci¨®n incluso hoy.
Existen los grandes horrores de este campo. Como el quir¨®fano donde el temido doctor Gebhardt y su equipo efectuaban horribles experimentos m¨¦dicos con mujeres y ni?as, las llamadas kaninchen o conejitas de Indias. Y el crematorio, inaugurado en abril de 1943, y la c¨¢mara de gas, a finales de 1944. All¨ª fueron gaseadas unas 6.000 presas, pero al mes mor¨ªan, de promedio, 1.000 mujeres debido a las p¨¦simas condiciones higi¨¦nicas, la tuberculosis, la disenter¨ªa o el tifus.
Viendo el final de su imperio, a finales de marzo de 1945, Himmler orden¨® la evacuaci¨®n de los campos, y?el comandante de Ravensbr¨¹ck, Fritz Suhren, mand¨® salir a todas las mujeres que a¨²n quedaban con vida y en condiciones de caminar. Eran las conocidas marchas de la muerte en las que tantos presos quedaron sin vida en la cuneta de las carreteras. Hab¨ªan dejado en el interior del campo a cerca de 2.000 mujeres, muchas moribundas, que el Ej¨¦rcito Rojo encontr¨® en el momento de la liberaci¨®n, el 30 de abril de 1945.
Eran libres, pero muchas morir¨ªan a los pocos d¨ªas, tan debilitadas
y enfermas estaban. Las rusas padecieron despu¨¦s otro horror: su traslado a los gulags estalinistas. Las espa?olas tampoco pudieron volver en muchos a?os a Espa?a, donde gobernaba Franco.
NEUS CATAL?
"Ravensbr¨¹ck a¨²n me impresiona. En cuanto piso Alemania, me cambia la cara y no me doy cuenta. Me viene la entrada, es algo que nunca he conseguido explicarlo, la llegada a las tres de la madrugada por un camino de piedras y con un fr¨ªo que pelaba.
En el B¨¢ltico era el infierno, pero helado y, d¨ªa tras d¨ªa, oscuro, t¨¦trico... Siempre me viene aquello".
Lo cuenta sentada en el sill¨®n de su casa en Rub¨ª (Barcelona), mientras sostiene en sus manos una piedra peque?a y redonda. Le encanta la energ¨ªa de la piedra. Es natural, Neus Catal¨¤, a sus 95 a?os reci¨¦n cumplidos, es una mujer fuerte, de car¨¢cter en¨¦rgico y rebelde, que sobrevivi¨® por su dureza y su buen humor. Ella asegura que fue cuesti¨®n de suerte y tener un esp¨ªritu fuerte. Me dice que, en cierto modo, la ayudaron las golondrinas de su calle.
"Me gustaban mucho. Yo no sab¨ªa dibujar, pero all¨ª en el campo lo hac¨ªa, y esto me ayud¨® a no pensar en otras cosas".
Naci¨® en Els Guiamets (El Priorat, Tarragona). Hija de campesinos, adoraba a su padre, con quien comparti¨® su pasi¨®n por el teatro. Organiz¨® las Juventudes Socialistas Unificadas de Catalu?a (JSUC) y fue miembro fundador del PSUC. Diplomada en Enfermer¨ªa, al final de la Guerra Civil cruz¨® la frontera y se estableci¨® en Francia. Junto con su primer marido, Albert Roger, fallecido durante la deportaci¨®n, particip¨® en actividades de la Resistencia francesa y lleg¨® a ser enlace interregional con seis provincias a su cargo. Su casa era un punto clave donde escond¨ªa a guerrilleros espa?oles y franceses y a antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales. Centralizaba la transmisi¨®n de mensajes, documentaci¨®n y armas. Hasta que fue denunciada a los nazis.
Fue detenida junto con su marido y tres guerrilleros m¨¢s el 11 de noviembre de 1943 por la Gestapo. Sufri¨® su primer interrogatorio a punta de pistola en cada sien y fue conducida a la c¨¢rcel de Limoges, en cuya komandatur recibi¨® una gran paliza. Fueron dos largos meses y la ¨²ltima vez que vio a su marido.
Como todos los deportados, fue trasladada al campo de concentraci¨®n a bordo de un tren de ganado en condiciones infectas. El recuerdo de aquellos vagones qued¨® imborrable en todos, hombres y mujeres. En su interior la situaci¨®n era insostenible, imperaba el miedo: "Mil mujeres, muchos vagones y cuatro d¨ªas de viaje sin parar, sin higiene, sin aire para respirar, sin saber qu¨¦ ser¨ªa de nosotras. No ten¨ªamos sitio para sentarnos, nos apa?¨¢bamos, pon¨ªamos espalda contra espalda como pod¨ªamos. ?ramos 90 o m¨¢s en cada vag¨®n con un cubo de basura en medio para hacer nuestras necesidades y que con el traqueteo se volcaba. Ol¨ªa muy mal. Algunas salieron muertas ese 3 de febrero de 1944, cuando desembarcamos en Ravensbr¨¹ck".
Comenzaba el ritual del terror que todas recuerdan. Duchas de "desinfecci¨®n", pelo rapado al cero, inspecci¨®n de todos los rincones del cuerpo, el traje de rayas y un n¨²mero. El de Neus: 27.532. Antes que nada, eran encerradas para pasar la cuarentena, momento en que vio morir a varias compa?eras. Una de las situaciones m¨¢s humillantes para las mujeres era el exhaustivo control ginecol¨®gico, efectuado en condiciones vergonzosas y antihigi¨¦nicas. Con el mismo utensilio eran inspeccionadas todas las presas. "A todo mi grupo nos pusieron una inyecci¨®n para eliminarnos la menstruaci¨®n con la excusa de que ser¨ªamos m¨¢s productivas. Ocurri¨® en 1944; no la volv¨ª a tener hasta 1951".
Las embarazadas ten¨ªan pocas o ninguna esperanza de sobrevivir. "Se salvaron muy pocas; los beb¨¦s nacidos eran autom¨¢ticamente exterminados, ahogados en un cubo de agua, o los tiraban contra un muro o los descoyuntaban. Ellas agonizaban por las malas condiciones higi¨¦nicas del parto o se volv¨ªan locas por la impotencia de presenciar tales asesinatos".
Aun as¨ª, y aunque parezca imposible, consigui¨® robar algunas risas a sus compa?eras. El domingo era el d¨ªa destinado al despioje y, por la tarde, al ocio. Neus procuraba distraer a las dem¨¢s, contar chistes, leer, "lo que fuera, con tal de no dejarse llevar por el abatimiento". "Tambi¨¦n recuerdo que al principio me dieron unos zapatos del 43 cuando yo calzo un 36, y claro, al ser tan largos, hac¨ªa la broma de ser Charlot. As¨ª que le imitaba y nos re¨ªamos un poco".
Una noche irrumpi¨® de repente en su barrac¨®n un grupo de Aufseherinen con sus perros ladrando. Llamaron a gritos a varias mujeres, siempre por su n¨²mero; entre ellas, a Neus. Las presas se despidieron con nerviosismo pensando que era su ¨²ltimo adi¨®s, que se trataba de una selecci¨®n para la c¨¢mara de gas. Sin embargo, fueron introducidas en un tren y tras varios d¨ªas de viaje llegaron a Holleischen, en Checoslovaquia, un peque?o campo dependiente de otro central de hombres, Flossenb¨¹rg. All¨ª fue destinada a trabajar en la industria armament¨ªstica nazi. D¨ªa y noche se fabricaban armas, obuses, balas, sin parar. "Mientras pod¨ªas producir, te perdonaban la vida".
En este lugar recibieron un peculiar nombre: el Comando Faul, de las holgazanas, denominadas as¨ª por su baja producci¨®n de armas. Cada equipo deb¨ªa fabricar series de 10.000 piezas cuyo funcionamiento correcto se probaba. "En las balas escup¨ªamos o pon¨ªamos aceite, porque cualquier cosa mezclada con la p¨®lvora las inutilizaba. No par¨¢bamos de escupir. Escupir y ?sabotear, sabotear, sabotear! En nueve meses en nuestro comando la producci¨®n baj¨® de 10.000 piezas a la mitad. Dejamos 10 millones de balas inutilizadas".
El d¨ªa de la liberaci¨®n las encerraron en el barrac¨®n y minaron el campo para hacerlo saltar en pedazos a las doce en punto. "Bloquearon las puertas con barras de hierro y vimos que se escapaban las SS. Por la ventana observamos un frente de fuego enorme y supimos que algo pasaba. '?Est¨¢n entrando los rusos en Praga, estamos salvadas!".
El primer marido de Neus muri¨® tras la liberaci¨®n. Dos a?os m¨¢s tarde conoci¨® al que fue su segundo esposo en una casa de reposo; con ¨¦l tuvo a sus dos hijos. Natural de un pueblo de Segovia, Juarros del R¨ªo Moros, fue comisario general de las guerrillas espa?olas.
A?os despu¨¦s de la liberaci¨®n, Neus tuvo el coraje y casi atrevimiento de llamar a la puerta de antiguas compa?eras deportadas para entrevistarlas, escribir su testimonio y darlo a conocer a la humanidad. Algunas no quisieron hablar, pero ella no se dio por vencida y persisti¨®. As¨ª consigui¨® editar el libro De la resistencia y la deportaci¨®n. 50 testimonios de mujeres espa?olas, que public¨® casi cuarenta a?os despu¨¦s. La herida a¨²n estaba muy abierta.
LISE LONDON
Sus padres eran aragoneses y ella, Lise Ricol, m¨¢s conocida como Lise London por su marido, Arthur London, fue miembro de las Brigadas Internacionales en Albacete. Es francesa, pero habla espa?ol perfectamente y conoce nuestro pa¨ªs. En el portal de su piso de Par¨ªs hay una placa en recuerdo de su esposo, con quien comparti¨® ideales y una convencida militancia comunista.
Lise estuvo en contacto con Santiago Carrillo, con quien mantiene a¨²n hoy una excelente relaci¨®n, y trab¨® amistad con Dolores Ibarruri, la Pasionaria, a la que conoci¨® durante su estancia en Rusia cuando ten¨ªa 18 a?os.
Su casa es espaciosa e iluminada y parece un peque?o museo. Cuadros regalados por sus amigos, dibujos y pinturas que ella misma hizo a sus hijos y, en el sal¨®n, una gran fotograf¨ªa en blanco y negro con el rostro de su marido, Arthur London, escritor y pol¨ªtico checoslovaco que estuvo preso en Mauthausen. Lise o Elisabet es una mujer culta a la que le gusta escribir y pintar. Y que disfruta con su pasado, como militante de las juventudes comunistas, como resistente, como brigadista. Es f¨¢cil comprenderlo cuando uno lee su libro Memorias de la Resistencia, en el que narra miles de situaciones que parecen extra¨ªdas de una pel¨ªcula de intriga y espionaje.
Lise London naci¨® el 15 de febrero de 1916 en el pueblo minero de Monceau-les-Mines. Sus padres emigraron a Francia en p¨¦simas condiciones econ¨®micas y a los 15 a?os era militante comunista, al igual que sus dos hermanos. En 1934 parti¨® hacia la Uni¨®n Sovi¨¦tica, trabaj¨® de mecan¨®grafa en el Bureau del Komintern y all¨ª conoci¨® a Arthur London, con quien se cas¨® en segundas nupcias. En 1936 trabaj¨®, hasta julio de 1938, en el cuartel general de las Brigadas Internacionales en Albacete. De vuelta en Francia, naci¨® su primera hija y comenz¨® a trabajar en La Voz de Madrid, el ¨®rgano de los republicanos espa?oles refugiados en Francia, y m¨¢s tarde, en el Centro de Documentaci¨®n y Propaganda de la Rep¨²blica espa?ola. En julio de 1940, Lise entr¨® en la Resistencia y en agosto de 1942 encabez¨® una manifestaci¨®n en pleno coraz¨®n de Par¨ªs en la que hizo un llamamiento contra los alemanes, pidi¨® una Francia libre y apel¨® a la lucha armada. Con la llegada de los soldados alemanes, todo el mundo comenz¨® a gritar y a correr. Hubo disparos y una muerte. Lise fue arrestada, encarcelada durante m¨¢s de un a?o, juzgada y condenada a muerte. El embarazo de su segundo hijo la salv¨® de la pena capital, pero fue dictada orden de trabajos forzados a perpetuidad. En 1944, P¨¦tain firm¨® un acuerdo con Alemania seg¨²n el cual los prisioneros pol¨ªticos franceses deb¨ªan ser trasladados a campos de trabajo alemanes porque necesitaban mano de obra. Fue deportada a Ravensbr¨¹ck, adonde lleg¨® el 15 de junio de 1944. Mientras Lise London entraba en los campos nazis, su marido Arthur y su hermano hab¨ªan sido deportados al campo de Mauthausen, en Austria, donde permanecieron m¨¢s de 8.000 espa?oles y salieron con vida apenas 2.000.
Era la responsable de mantener en orden y limpio su barrac¨®n. Esa funci¨®n le permiti¨® aportar algunos momentos de alivio a sus compa?eras y reforzar su ¨¢nimo para seguir el d¨ªa a d¨ªa, sobrevivir y no desfallecer. "Organizamos todo tipo de actividades para animar a las presas. Hac¨ªamos teatro, poes¨ªa, actividades, incluso llegu¨¦ a ocultar una peque?a biblioteca, algo absolutamente prohibido. La moral es una herramienta b¨¢sica". Pero el hambre las acechaba permanentemente. "Por la ma?ana tom¨¢bamos caf¨¦ aguado con una raci¨®n de pan. Com¨ªamos una especie de sopa con alguna cosa dentro y poco m¨¢s, alguna patata. El domingo daban pan y margarina con un poco de queso".
En su barrac¨®n consiguieron montar una estructura de supervivencia muy ¨²til para las deportadas. Se organizaron en peque?as familias de cinco o diez mujeres en las que una presa asum¨ªa el papel de madre. Era el apoyo directo moral, emocional.
En el momento de finalizar la entrevista, se despide dici¨¦ndome: "Y recuerde, yo nunca tuve miedo, ?jam¨¢s! Yo era una luchadora".
CONCHITA RAMOS
Tiene un hablar dulce, buena memoria y una conversaci¨®n convincente y repleta de detalles. La entrevista con Conchita Ramos se desarrolla en un lugar peculiar: el Museo de la Resistencia y la Deportaci¨®n, en Toulouse, dirigido por Guillaume Agull¨®, descendiente de catalanes. All¨ª, varias tardes a la semana, Conchita se dedica a impartir charlas a los adolescentes. El espacio es sencillo pero interesante, repleto de fotograf¨ªas, trajes de presos expuestos, dibujos y pinturas de prisioneros y diversos objetos, como m¨¢quinas de escribir o transmisores de radio de la guerra.
Al bajar por las escaleras precisa ayuda, un punto de apoyo. Una fuerte artrosis se le desencaden¨® a partir de los 50 a?os. Esta es una de las consecuencias m¨¢s evidentes fruto de los siete interrogatorios que sufri¨® en manos de la Gestapo.
Conchita Ramos naci¨® el 6 de agosto de 1925 en Torre de Capdella (Pallars Juss¨¤, Lleida). De padre franc¨¦s -Josep Grang¨¦- y madre espa?ola -Mar¨ªa Veleta-, en los primeros meses de vida fue trasladada a Toulouse, donde fue educada y criada por sus t¨ªos. Por eso su historia est¨¢ ¨ªntimamente unida a las dos mujeres m¨¢s cercanas: su t¨ªa Elvira y su prima Mar¨ªa; la familia Veleta.
Su t¨ªo particip¨® en la Resistencia organizando grupos de maquis en la zona del Ari¨¨ge; tras su huida -para no caer en manos de la Gestapo-, Conchita, una joven de apenas 17 a?os, se hizo cargo de la situaci¨®n, reorganiz¨® grupos de la Resistencia y fue integrada en la 3? brigada de guerrilleros el mes de abril de 1943. As¨ª fue como se convirti¨® en enlace. Siempre en compa?¨ªa de las mujeres Veleta. Recib¨ªan los partes, propaganda, cartas y ¨®rdenes de misi¨®n que llevaban a ciertos jefes del maquis.
El 24 de mayo de 1944, a las nueve de la ma?ana, los milicianos, la polic¨ªa de P¨¦tain, rodearon su casa de Francia justo cuando ten¨ªan a un grupo de tres hombres escondidos preparado para ir, al d¨ªa siguiente, hacia la frontera, y a un guerrillero, el capit¨¢n R¨ªos. Tras producirse un tiroteo, las tres mujeres fueron trasladadas a la prisi¨®n de Foix y, m¨¢s tarde, entregadas a la Gestapo para ser interrogadas. En esta casa existe todav¨ªa hoy una placa en recuerdo a la memoria de las Veleta y su labor por la Resistencia.
Fue entonces cuando Conchita, muy joven, con apenas 18 a?os, recibi¨® los primeros golpes y bastonazos de manos de la Gestapo. Su ¨²nico objetivo era no hablar. Y lo consigui¨®. "Vi c¨®mo les arrancaban las u?as de pies y manos a hombres y mujeres. Ten¨ªa miedo de hablar, pero no lo hice".
Las tres mujeres permanecieron juntas en su viaje hasta el campo de deportaci¨®n a bordo del terrible Tren Fantasma, el gran tren de los resistentes que tard¨® dos meses en llegar a su destino en Alemania. A bordo hab¨ªa 700 hombres y 65 mujeres. "Dentro del convoy, en pleno mes de agosto, cumpl¨ª los 19 a?os".
Era un tren de ganado, maloliente, que recogi¨® a presos de varias c¨¢rceles y de campos como el de Vernet o el de No¨¦, de donde salieron unas 200 espa?olas y volvieron unas pocas. Resulta casi una iron¨ªa que fueran enviadas a la muerte tantas personas justo cuando el fascismo comenzaba a perder su auge. Tras una parada y pocos d¨ªas en Dachau para dejar a los hombres, las mujeres seguir¨ªan su camino inexorable e incierto hasta llegar a Ravensbr¨¹ck el 9 de septiembre de 1944.
Nada m¨¢s llegar se produjo la primera selecci¨®n. Las j¨®venes, fuertes y aptas para trabajar, viv¨ªan; las dem¨¢s eran gaseadas. Las tres mujeres Veleta segu¨ªan juntas. "En Ravensbr¨¹ck he visto a las SS pegar con sa?a por cualquier cosa, a mujeres mayores, a los ni?os, y hemos pasado horas inm¨®viles al pasar lista en la Apellplatz. All¨ª, quietas bajo un fr¨ªo tremendo y d¨¦biles, algunas ca¨ªan y no las pod¨ªas ayudar o te echaban a los perros encima".
Ver a algunas mujeres brutalmente mordidas por los perros y la imagen de ni?os golpeados y asesinados son los dos recuerdos que m¨¢s impactaron a Conchita durante a?os. La maternidad tambi¨¦n es uno de los temas m¨¢s sensibles y dolorosos. Hicieron barbaridades con las madres. "Muchas fueron detenidas y no supieron durante a?os qu¨¦ pas¨® con sus hijos. Los buscaron despu¨¦s con la ayuda de la Cruz Roja. Algunas tuvieron suerte y los encontraron en orfelinatos. Otras jam¨¢s volvieron a saber nada m¨¢s".
Conchita presenci¨® el asesinato de tres ni?os. "Lo recuerdo perfectamente. Uno de ellos, el m¨¢s peque?o, ten¨ªa s¨®lo tres o cuatro a?os y corr¨ªa por la calle de los barracones. Una de las Aufseherinen le grit¨®, pero el ni?o no la escuch¨® y ella le lanz¨® el perro. Lo mordi¨® y lo destroz¨®. Despu¨¦s ella lo remat¨® a palos".
La maldad lleg¨® al paroxismo en los experimentos m¨¦dicos. "Cuando me dijeron 'te ense?aremos a las petites lapines' -conejitas-, yo, inocente, preguntaba si acaso conseguir¨ªamos conejos para com¨¦rnoslos. Nos llevaron a un barrac¨®n donde vi mujeres a las que les hab¨ªan operado las piernas, cortado tendones, los m¨²sculos, rasgado la piel, se les ve¨ªa el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. Ten¨ªan unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos qu¨ªmicos o las amputaban".
Al poco tiempo fue conducida, una vez m¨¢s junto con su t¨ªa Elvira y su prima Mar¨ªa, a un Komando de Auberchevaide, una barriada de Berl¨ªn, donde deb¨ªan trabajar, d¨ªa y noche, junto con otras 500 mujeres, en un gran barrac¨®n de madera. Fabricaban material de aviaci¨®n, y tambi¨¦n lo saboteaban. "Yo deb¨ªa controlar las piezas, pero hac¨ªamos sabotaje. Lo hac¨ªamos todas. Me dieron muchos bastonazos y me cortaron el pelo al rape. De 650 mujeres quedamos s¨®lo 115".
Conchita tiene muchas condecoraciones, como la Legi¨®n de Honor del Gobierno franc¨¦s y la Medalla de la Resistencia; y posee el grado militar de sargento -lo recibieron las mujeres que hicieron de enlace-. Actualmente es la vicepresidenta de la Asociaci¨®n de Deportados del Tren Fantasma.
En las navidades de 1946 se cas¨® con el que hoy es su marido, Josep Ramos. La vuelta fue muy traum¨¢tica y le cost¨® superar el silencio; la ayud¨® su entorno y el nacimiento de su primer hijo, en noviembre de 1947.
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