Las ¨²ltimas ficciones del mundo
Las primeras cr¨ªticas a Autobiograf¨ªa sin vida reflejan una preocupaci¨®n que a mi juicio es superflua. Obviamente, y no sabes hasta qu¨¦ punto, el libro se escabulle m¨¢s all¨¢ de g¨¦neros y estilos, pero no debes creer que el portazo sea un asunto literario. La destreza narrativa de F¨¦lix de Az¨²a consolida el logro est¨¦tico de su singular autobiograf¨ªa, pero si nos detenemos a examinar las cuestiones formales perderemos de vista la conmovedora y brutal saciedad del autor.
Leyendo Autobiograf¨ªa sin vida uno debe sucumbir a la taumaturgia del hombre que nos habla con severidad y concisi¨®n. Haber encontrado en unos selectos episodios de la Historia del Arte la huella del s¨ª mismo, lo hace similar al Ad¨¢n en cuyas entra?as pod¨ªan verse las marcas del mundo. Reconocer en las pinturas rupestres del Paleol¨ªtico las temblorosas intuiciones de nuestra infancia, descubrir en la guillotina revolucionaria nuestro verbo adolescente, o en los decadentes episodios del posmodernismo la huella de una mente abocada a proclamar su angustia, dibuja una asombrosa simetr¨ªa: como si cada uno de nosotros fuera la ocasi¨®n en la que todo sucede de nuevo.
La destreza narrativa de F¨¦lix de Az¨²a consolida el logro est¨¦tico de su singular autobiograf¨ªa
Dado que el autor maneja una estrategia narrativa de autoocultamiento ser¨ªa absurdo que yo intentara adivinar las claves de una biograf¨ªa a cuya extinci¨®n se aplica con tanta diligencia.
Lo que importa del libro de Az¨²a es el empe?o puesto no tanto en decir como en mostrar la inminencia de una revelaci¨®n nada complaciente. Sus l¨²cidas decepciones, sangrante recusaci¨®n de nuestra bobalicona esperanza, se ofrecen a un lector prisionero de ficciones cuyo origen se remonta al instante mismo de la Creaci¨®n. La reflexi¨®n que sigue el rastro de este legendario equ¨ªvoco cultural es afilada y podr¨ªa decirse que Az¨²a filosofa con un cuchillo. En lugar de golpear, penetra, cercena. Su autobiograf¨ªa, y a eso debemos prestar atenci¨®n, es una violenta meditaci¨®n sobre la ilusi¨®n que nos domina: ese yo mendicante que va por la vida recibiendo limosnas de emancipaci¨®n.
Es tan elegante el hartazgo que da forma al libro que bien podr¨ªamos caer en la tentaci¨®n art¨ªstica de considerarlo una obra esmaltada y pulida para deleitarnos. Quien as¨ª lo crea pasar¨¢ por alto el reproche metaf¨ªsico que su autor espeta en el borde del abismo. ?Tanto costar¨¢ entender la magnitud de este acontecimiento?
La iron¨ªa tr¨¢gica del autor, con la aguzada determinaci¨®n de su prosa, gobierna hasta la m¨¢s huidiza de las emociones. El herc¨²leo esfuerzo puesto por Az¨²a en impedir que salgan a la luz es algo que siempre debe agradecerse, aunque en este caso se haya consentido un desliz revelador. Creo recordar que solo en dos ocasiones aflora la ternura y en las dos afecta a esos seres que habitan en nuestra misma existencia, pero encadenados al calabozo de la condici¨®n animal.
Si alguno quiere gozar con la admiraci¨®n de Az¨²a por la poes¨ªa, con su juicio a la astenia de las artes, con su ¨¢cido maltrato al g¨¦nero novelesco, con su c¨ªnico descr¨¦dito de las doctrinas, con su prof¨¦tico aviso sobre los demonios que ya pululan en libertad, encontrar¨¢ motivos de sobra en estas p¨¢ginas.
Pero lo esencial del libro es el autor que al comprender la naturaleza del mundo se dispone a borrar las huellas que ha dejado en ¨¦l.
La muerte de Dios y la muerte del Arte en f¨²nebre procesi¨®n hacia la gran sepultura a la que el autor quiere tirarse de cabeza confesando con una sonrisa que a nada m¨¢s debe aspirar un hombre honrado.
Que la revelaci¨®n de la verdad no sea fruto de la desesperaci¨®n concede a este libro una categor¨ªa muy similar a la que alcanzaron algunos gn¨®sticos cuando descubrieron en la historia del mundo el escenario de una matanza de la que no podemos escapar.
Dec¨ªa William James que el cerebro la transmite pero que la conciencia se origina en otra parte. No le parec¨ªa convincente, como a algunos neurobi¨®logos de hoy, que un amasijo de sesos pueda producir esa inconcebible funci¨®n del entendimiento que nos permite pensar y saber al mismo tiempo como lo estamos haciendo.
El libro de Az¨²a pertenece a estos perturbadores interrogantes. ?Qu¨¦ significa todo esto? El autor se lo pregunta cuando, en cierta ocasi¨®n, acompa?ado por su perro, contempla la penumbra que invade lentamente el paisaje al anochecer.
Perdido en el constante flujo de las generaciones que se suceden en perpetuo saludo de cortes¨ªa, consciente del penoso esfuerzo puesto en atrapar la evanescente entidad del sentido, Az¨²a ha sabido liquidar la ficci¨®n memorial¨ªstica y reducir la vida a esos tres o cuatro destellos en los que solo por un instante nos ha sido dado atisbar un no se sabe qu¨¦.
Autobiograf¨ªa sin vida preludia la certeza que galopa hacia nuestros ojos incr¨¦dulos y es, al mismo tiempo, la m¨¢s extra?a aparici¨®n imaginable en una ¨¦poca que no sabe a d¨®nde va. La visi¨®n tr¨¢gica, ir¨®nica y compasiva de Az¨²a desdice las ficciones del mundo con tal radical nihilismo que no ser¨¢ raro el lector reconciliado con la devastaci¨®n oculta en su propio esp¨ªritu.
Basilio Baltasar es director de la Fundaci¨®n Santillana.
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