El hombre que habr¨ªa desfilado al rev¨¦s
Probablemente en una parada militar Jos¨¦ Saramago hubiera desfilado al rev¨¦s. Y ayer hizo el regreso a su tierra, Portugal, en un avi¨®n militar. All¨ª estaba su f¨¦retro, rodeado de amigos y parientes, de Pilar del R¨ªo, su mujer, y de su hija Violante, surcando las nubes y el aire que un d¨ªa cruz¨® al rev¨¦s, camino de Lanzarote. Estaba escribiendo Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas, una novela en la que se preguntaba por qu¨¦ no hab¨ªa huelgas en las f¨¢bricas de armamento.
Este viaje en la carcasa gris de un aeroplano del Ej¨¦rcito portugu¨¦s le hubiera parecido una iron¨ªa del destino. Pero ten¨ªa su sentido, e incluso su aire central de recompensa, de gratitud portuguesa hacia uno de sus grandes hombres, a quien le pes¨® siempre una extra?a herida, la que sufri¨® cuando el Gobierno de su pa¨ªs, presidido entonces por An¨ªbal Cavaco Silva, dirigente del Partido Social Dem¨®crata (centro-derecha) y que ahora preside la Rep¨²blica, prohibi¨® que su novela El Evangelio seg¨²n Jesucristo acudiera a un certamen literario europeo en 1992. Ahora Cavaco Silva le ha enviado una carta de p¨¦same a la viuda. Saramago ya es la historia que quiso. Aquella fue una afrenta. En Lanzarote, donde refugi¨®, con Pilar, su c¨®lera, nos dijo un d¨ªa: "Me quitar¨¢n todo si quieren, pero no me quitar¨¢n el aire". Ayer volv¨ªa por aire, recibido con los honores debidos a un gran hijo, y uno de los s¨ªmbolos de Portugal, Lisboa, se asom¨® a los visillos para verlo volver, esta vez para siempre. Ya escuch¨® otros aplausos, cuando se rindi¨® Portugal a su literatura y a la dignidad de su compromiso; ayer ya no pudo escuchar los gritos que le reclamaban como un h¨¦roe civil, un paisano y un compa?ero.
Fue un viaje silencioso, tranquilo, emocionante. Cuando el avi¨®n pos¨® su peso en la tierra, Pilar del R¨ªo se dirigi¨® as¨ª a los 12 que viajaron en este avi¨®n mortuorio: "El ¨²ltimo viaje, y qu¨¦ tranquilo ha sido". El ¨²ltimo vuelo con Jos¨¦, y s¨ª que se hace raro saber ahora que este trotamundos que iba siempre sin equipaje ya ha parado para siempre.
Es el ¨²ltimo vuelo con ¨¦l de mucha gente, de sus lectores, de sus amigos, de sus editores. En la fila que rindi¨® honores a su f¨¦retro en el aeropuerto de Lisboa estaba la figura de luto de un hombre canoso, barbudo, Zeferino Coelho, que ha seguido durante decenios, como editor, la singladura del trotamundos. Le dijo al cronista, al o¨ªdo: "La ¨²ltima vez que vengo a recibirlo". Sus ojos me dejaron la cara h¨²meda. Luego le pregunt¨¦ por Saramago, por lo que es ahora que ya no est¨¢: "Un monumento raro. Un hombre lleno de sentido y significado. Como Pessoa. Un monumento raro como Pessoa. Una visi¨®n completa de la vida que nos representa ante el mundo".
Saramago ten¨ªa algo de Chillida: amaba las monta?as, porque tra¨ªan luz; sobre las monta?as que am¨® en Lanzarote ayer hab¨ªa el aire de las nubes. Al llegar a Lisboa el cielo se hab¨ªa aclarado y era como si Portugal le regalara el horizonte. Y como Chillida, este monumento que fue Saramago busc¨® en el aire la esencia de su peso. Ahora ya es el horizonte desde el que se ve su propio monumento.
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