La trastienda del poder en EEUU
Terry McAuliffe entr¨® en la suite de la d¨¦cima planta del hotel Fort Des Moines, autorizado por el agente del servicio secreto apostado en la puerta. Bill Clinton estaba sentado solo en el sof¨¢, viendo el torneo Orange Bowl por televisi¨®n. McAuliffe hab¨ªa presidido el Comit¨¦ Nacional Dem¨®crata cuando Clinton era presidente; en la actualidad dirig¨ªa la campa?a de Hillary, y se acababa de enterar de la tremenda noticia.
-Hola, Mac, ?qu¨¦ tal? -dijo Clinton en un tono informal-. ?Te apetece una cerveza?
-?Que qu¨¦ tal? -pregunt¨® McAuliffe, desconcertado-. ?No has o¨ªdo nada?
-No.
-Nos van a dar una patada en el culo.
-?Qu¨¦ dices! -exclam¨® Clinton. Se puso en pie de un salto y llam¨® a su esposa-: ?Hillary!
"Todo esto es un fraude Ese tipo (Barack Obama) es un farsante. No tiene experiencia, ni bagaje", sentenci¨® Clinton
Al observar la falta de autocontrol de Hillary uno de sus asistentes pens¨®: "Esta mujer no deber¨ªa ser presidente"
Ted Kennedy, furioso, le cont¨® a un amigo el comentario de Clinton: "Hace unos a?os este tipo nos habr¨ªa servido el caf¨¦"
La llamada de Hillary para felicitar a Obama fue brusca e impersonal. "Una gran victoria. Te veo en New Hampshire" y colg¨®
Hillary sali¨® de la habitaci¨®n de la suite y McAuliffe la puso al corriente. Los analistas de datos que se encontraban abajo, en el cuarto de calderas de la campa?a, hab¨ªan emitido un nefasto veredicto: Hillary iba a acabar tercera, rozando ligeramente a Edwards y a mucha distancia por detr¨¢s de Obama.
Las palabras de McAuliffe cayeron como una patada circular de k¨¢rate en plena mand¨ªbula de los Clinton en conjunto. Aunque sab¨ªan desde el primer momento que Iowa era el Estado m¨¢s flojo para Hillary, ella y su equipo segu¨ªan invirtiendo tiempo y dinero en aquel lugar, poniendo cada vez m¨¢s fichas en el centro de la mesa de juego.
La v¨ªspera de la celebraci¨®n del caucus, (elecci¨®n en cada partido del candidato a la presidencia del pa¨ªs para las elecciones generales), las personas en las que m¨¢s confiaban los Clinton les hab¨ªan asegurado que la apuesta tendr¨ªa su recompensa. El primer puesto, les hab¨ªan dicho a Hillary y a Bill. O, en el peor de los casos, el segundo puesto, pero por poco. Sin embargo, ah¨ª estaba ella, en un tercer puesto con diferencia. (...)
El ambiente era h¨²medo y fr¨ªo a la vez, adem¨¢s de claustrof¨®bico, y se intensific¨® a¨²n m¨¢s cuando la conmoci¨®n de los Clinton se convirti¨® en ira. (...) No le ve¨ªan la l¨®gica al recuento de votos: a las votaciones de la asamblea electoral se hab¨ªan presentado aproximadamente doscientos treinta y nueve mil asistentes, casi el doble que cuatro a?os antes.
-?De d¨®nde ven¨ªa toda esa gente? -pregunt¨® Bill-. ?Eran realmente todos de Iowa? Los miembros de la campa?a de Obama deben de haber hecho trampa -dijo-, deben de haber tra¨ªdo autobuses de seguidores de Illinois.
Hillary llevaba semanas preocupada por esa posibilidad, y ahora daba la raz¨®n a su marido:
-Bill tiene raz¨®n -dijo-. Tenemos que investigar si ha habido fraude.
-Es un pacto ama?ado -se quej¨® Bill-.
Hillary trataba de contener sus emociones, pero no as¨ª el ex presidente.
Con la cara hirviendo por la ira, se sent¨® en el sal¨®n, descargando sus frustraciones. Estaba furioso con el gobernador de Nuevo M¨¦xico, Bill Richardson, el finalista en cuarta posici¨®n, por hacer un pacto secreto que hab¨ªa permitido pasarle algunos de sus partidarios a Obama, tras haber asegurado a los miembros de la campa?a de Hillary que no har¨ªa ese tipo de tratos. Bill Clinton hab¨ªa adjudicado a Richardson dos altos cargos durante su Administraci¨®n, y ahora ¨¦l le pagaba d¨¢ndole a Hillary una pu?alada por la espalda.
-Supongo que no le bastaba con ser secretario de Energ¨ªa y embajador de Estados Unidos ante la ONU -refunfu?¨® Clinton-.
Pero Bill estaba sobre todo furioso con los medios de comunicaci¨®n, que cre¨ªa que se hab¨ªan ensa?ado con su mujer, mientras que hab¨ªan sido indulgentes con Obama.
-Todo esto es un fraude -sentenci¨®-. Ese tipo es un farsante. No tiene experiencia, ni bagaje. No est¨¢ ni de lejos preparado para ser comandante supremo.
-Es senador de Estados Unidos -espet¨® Hillary-. No es ninguna tonter¨ªa.
-Solo lleva tres a?os en el Senado y su meta ha sido en todo momento la carrera hacia la Presidencia -respondi¨® Bill-. ?Qu¨¦ ha hecho realmente?
-Hay que ser realistas. La gente cree que eso es tener experiencia -dijo Hillary.
La derrota pone siempre a prueba la compostura y la afabilidad de los pol¨ªticos. Hillary jam¨¢s hab¨ªa perdido, y tampoco es que tuviera mucho ni de lo uno ni de lo otro. Al entreg¨¢rsele el texto aprobado del discurso en el que aceptaba su derrota y felicitaba a su rival, un discurso breve y simplista, elaborado minuciosamente, que se supon¨ªa que iba a pronunciar pronto delante de las c¨¢maras, lo oje¨® malhumorada, lo dej¨® a un lado y decidi¨® improvisar. Su llamada telef¨®nica para felicitar a Obama fue brusca e impersonal.
-Una gran victoria. Salimos tres de Iowa. Te veo en New Hampshire -dijo Hillary, y colg¨®-.
Los asesores presentes en la sala ten¨ªan desde hac¨ªa mucho tiempo una relaci¨®n muy cercana con los Clinton y hab¨ªan sido testigos muchas veces de sus arrebatos de ira. Sin embargo, cre¨ªan que, para cualquiera, el espect¨¢culo que estaban presenciando era muy sorprendente y especialmente desconcertante viniendo de Hillary. Al observar la enconada y chocante reacci¨®n de Hillary, su asombrosa falta de serenidad o autocontrol, uno de sus asistentes con m¨¢s solera pens¨® por primera vez: "Esta mujer no deber¨ªa ser presidente".
(...) En el safari para cazar grandes nombres, Ted Kennedy era el elefante que todos quer¨ªan llevarse a casa. No hab¨ªa ning¨²n potentado en el partido, salvo Al Gore tal vez, cuyo respaldo trajera consigo m¨¢s bagaje emocional y electoral. En la larga carrera que culmin¨® en 2008, Kennedy hab¨ªa sido cortejado con avidez por Edwards, Obama y Clinton, pero no hab¨ªa posibilidad alguna de que respaldara a nadie mientras Chris Dodd, uno de sus mejores amigos, siguiera en la carrera. La cuesti¨®n era saber qu¨¦ suceder¨ªa cuando Dodd quedase fuera... y Teddy estaba en juego.
Kennedy ten¨ªa v¨ªnculos de larga duraci¨®n tanto con los Clinton como con Edwards, pero muy pronto qued¨® fascinado por Obama. La juventud, el vigor, el idealismo, ese atractivo que iba m¨¢s all¨¢ de lo generacional y lo racial... No era s¨®lo la prensa aduladora la que ve¨ªa en Obama un toque kennediano. Teddy tambi¨¦n se dejaba llevar por los sentimientos de las mujeres de su vida, a las que dejaba fr¨ªas cualquier alianza con Hillary. La viuda de su hermano Bobby, Ethel, hab¨ªa ungido a Obama dos a?os antes, llam¨¢ndolo "nuestro pr¨®ximo presidente". La esposa de Ted, Vicky, adoraba a Obama, lo mismo que las hijas de su sobrina Caroline, que no paraban de hablar de la pasi¨®n que la candidatura de Obama despertaba entre sus amigos adolescentes.
La propia Caroline Kennedy Schlossberg hab¨ªa tomado partido por Obama durante gran parte de 2007. Kennedy Schlossberg, proverbialmente reservada, jam¨¢s hab¨ªa participado en pol¨ªtica con mucho entusiasmo, ni se hab¨ªa implicado realmente (salvo en 1980, cuando Ted ret¨® a Jimmy Carter) en una contienda intrapartidaria.
A Caroline le gustaba Hillary, la admiraba; ambas se mov¨ªan en c¨ªrculos sociales similares en Nueva York. Pero despu¨¦s de estudiar subrepticiamente a Obama -se col¨® en dos actos suyos en Manhattan sin llamar la atenci¨®n- y alentada por sus hijas, Kennedy Schlossberg tom¨® partido por ¨¦l.
Ante la inminencia de Iowa, muchos de los amigos de Caroline en Nueva York volaron hacia all¨ª para apoyar a Clinton. En Hillarylandia se ten¨ªa la impresi¨®n de que Caroline estaba dispuesta a hacer el viaje, pero en realidad ella tem¨ªa que la llamara Hillary para pedirle que fuese. Le habr¨ªa resultado imposible negarse, y una vez que hubiera hecho campa?a a favor de Clinton ser¨ªa impensable pasarse a Obama.
Hillary, sin embargo, como ten¨ªa por costumbre, hizo que uno de sus subordinados llamara a Caroline en lugar de hacerlo ella misma. Caroline rehuy¨® la llamada ("lo siento, no est¨¢ en casa en este momento", dijo una voz que al ayudante de Hillary le son¨® terriblemente parecida a la suya) y m¨¢s tarde les dijo a algunos amigos que se sent¨ªa disgustada por haber sido contactada por un subordinado. En realidad, lo que sinti¨® fue alivio por quedar libre para seguir los dictados de su coraz¨®n. En cuando Iowa dio credibilidad a Obama, Caroline le hizo saber que estaba con ¨¦l y los responsables de su campa?a empezaron a hacer c¨¢lculos sobre cu¨¢l ser¨ªa el momento de revelar su apoyo para conseguir el m¨¢ximo impacto.
Los resultados de Iowa tambi¨¦n dejaron a Dodd fuera de la carrera, y los Clinton pensaron que ahora ten¨ªan una oportunidad de abordar a Teddy. ?l ten¨ªa que saber que nadie defender¨ªa con m¨¢s tes¨®n que Hillary su sue?o de una atenci¨®n sanitaria universal.
Kennedy hab¨ªa llevado dos veces a los Clinton a navegar en su goleta de diecisiete metros por Nantucket Sound; sin duda esos viajes en el Mya hab¨ªan consolidado el v¨ªnculo din¨¢stico. Pero si Hillary hab¨ªa manejado mal lo de Caroline, lo que hizo Bill con Ted fue todav¨ªa peor. Al d¨ªa siguiente de Iowa, telefone¨® a Kennedy y lo presion¨® para conseguir su respaldo, defendiendo la candidatura de su esposa. Claro que a continuaci¨®n sigui¨® descalificando a Obama de una manera que ofendi¨® profundamente a Kennedy. Cont¨¢ndole m¨¢s tarde la conversaci¨®n a un amigo, Teddy reprodujo furioso las palabras de Clinton: "Hace unos a?os este tipo nos habr¨ªa servido el caf¨¦".
El disgusto de Kennedy con los Clinton no hizo sino aumentar en New Hampshire y en Nevada; cre¨ªa que jugaban a un juego peligroso y divisionista con el tema racial. Cada d¨ªa que pasaba se sent¨ªa m¨¢s inclinado a seguir a Caroline directo a los brazos de Obama.
Adem¨¢s de su categor¨ªa como leyenda liberal, Teddy se caracterizaba por su cautela. Haciendo uso del tel¨¦fono, consult¨® a su amplia red de consejeros y vislumbr¨® una v¨ªa que podr¨ªa llevar a Obama a la candidatura, as¨ª como el papel que ¨¦l pod¨ªa desempe?ar para ayudarlo a recorrerla. Kennedy tambi¨¦n supo apreciar la forma en que Obama solicit¨® su respaldo. Le pidi¨® su apoyo y luego lo dej¨® libre para pens¨¢rselo, encarg¨¢ndole a Daschle, muy pr¨®ximo a Kennedy, que lo sondeara de vez en cuando, pero sin presionarlo.
Todo lo contrario de lo que hizo Bill Clinton, que no dej¨® de darle la vara. En una serie de llamadas de seguimiento pas¨® de discutir acaloradamente a rogarle con desesperaci¨®n. (En un momento dado, le dijo Kennedy a un amigo, Clinton lleg¨® incluso a decir "te quiero", una declaraci¨®n que Kennedy repet¨ªa burlonamente con una imitaci¨®n bostoniano-irlandesa del acento de Arkansas de Clinton).
Cuando Ted dijo que iba a respaldar a Obama, Clinton adopt¨® pose de abogado y se puso a cuestionar los motivos de Kennedy.
-La ¨²nica raz¨®n por la que lo apoyas es porque es negro -dijo Clinton con tono acusador-. Que quede bien claro.
Al d¨ªa siguiente de lo de Carolina del Sur, el 27 de enero, Caroline hizo p¨²blico su apoyo a Obama en la secci¨®n de opini¨®n de The New York Times dominical. La siguiente ma?ana se present¨® con su t¨ªo y con Obama en la American University de Washington, el escenario de los m¨¢s famosos discursos de John F. Kennedy, donde Teddy ofreci¨® tambi¨¦n su propio respaldo. Pero Kennedy hizo algo m¨¢s que eso. Con su caracter¨ªstica voz sonora, hizo una vivisecci¨®n de los Clinton y consagr¨® a Obama como el heredero leg¨ªtimo de su hermano.
-Hubo otro momento en el que otro joven candidato aspiraba a la presidencia y desafiaba a Am¨¦rica a cruzar la Nueva Frontera -dijo Kennedy con tono grandilocuente-.
Se enfrent¨® a las cr¨ªticas p¨²blicas del anterior presidente dem¨®crata, que gozaba de gran respeto en el partido. Harry Truman dijo que necesit¨¢bamos a "alguien de m¨¢s experiencia" y a?adi¨®: "Me permito aconsejarle que tenga paciencia". Y John Kennedy respondi¨®: "El mundo est¨¢ cambiando. Las viejas recetas ya no sirven. Es la hora de una nueva generaci¨®n de l¨ªderes". Lo mismo sucede con Barack Obama. Ha encendido una chispa de esperanza en la feroz urgencia del momento.
El juego del cambio, de John Heilemann y Mark Halperin. Traducci¨®n de Emma Fondevila, Emilio G. Mu?iz y Eva Robledillo. Editorial Planeta. Fecha de publicaci¨®n: 22 de junio. Precio: 21,90 euros.
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