El metro caliente
Ciertamente, el metro caliente cerca del mar puso de acuerdo el capital financiero de Londres con el eje productivo franco-alem¨¢n. Alguien deber¨ªa estudiar si fue debido a la expresi¨®n de alguna ley o a una pura casualidad. Sea como sea, el metro caliente hizo posible el tr¨¢fico de gente rica del norte, inmigrantes del este o el oeste.
Metros calientes metamorfoseados en chal¨¦s de lujo en les Rotes y el Montg¨®, o en apartamentos y bungal¨®s en Les Marines. Casas mirando espaldas de casas que miran al mar ajenas al soplo del viento. Solitarias y blancas casas con c¨¦sped y altos muros, o urbanizaciones cerradas, inmunes a contagios sociales. Chal¨¦s y urbanizaciones que alojan a gente que trajo consigo, en su maleta, toda su cultura. O al menos toda la que puede consumir el resto de su vida y que le evita todo acto de sociabilidad. Treinta a?os en la periferia de D¨¦nia como si no hubiesen salido de casa.
Furgonetas de obreros venidos de fuera, inmigrantes de Am¨¦rica o del Este de Europa levantando paredes, luciendo fachadas, durmiendo hacinados en pisos de alquiler del centro de D¨¦nia; casas de comida con men¨² de cuchara. Ninguna plaza; pocas camas en los hospitales, barracones en los colegios. Calles estrechas, con edificios de seis alturas y aceras de metro donde no llega el sol. Solares vac¨ªos calentando metros. Aluminio en las puertas, pintura barata; patios de luces sin luz, ni ascensor. Barrios sin alcantarillado, inundables, abandonados, feos.
La ciudad hist¨®rica de D¨¦nia convertida en barrio obrero al servicio de su rica periferia. Una periferia prescindible hecha de excedentes, en una ciudad donde durante a?os los autobuses tuvieron plaza y sus habitantes no. Una ciudad donde los alcaldes se dedicaron a construir rotondas para sus insignes visitantes, que no votaban, y olvidarse de los ciudadanos a los que ped¨ªan el voto. En satisfacer lo ef¨ªmero y lejano, y olvidarse de lo pr¨®ximo y moral.
La magia del metro caliente por encima de la ley, una sociedad sin conciencia de ley y unos actores orgullosos de inventarse las normas como si fueran leyes, fueron tres ingredientes de este extraordinario relato. Un relato que nunca entendimos. Cre¨ªamos que los problemas eran la falta de espacios p¨²blicos, zonas verdes, impactos ambientales; que las causas de estos problemas eran los promotores y constructores, los pol¨ªticos corruptos o ineficientes o la falta de un PGOU. Pero esos nunca fueron los problemas, sino las consecuencias. El problema, que nunca supimos, era qui¨¦n calentaba el metro.
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