El gran carnaval
Lo imprevisible es la inevitable consecuencia de lo previsible, ya que sin lo previsible nada ser¨ªa imprevisible. Pero, cuando lo imprevisible, por previsible, empieza a importarme un bledo (bledo: hierba amarant¨¢cea erecta y anual de tallos estriados y flores dispuestas en inflorescencias de color blanco verdoso que, seg¨²n el diccionario de la Real Academia, nos importa poco), tendr¨¦ que sopesar dos veces por qu¨¦ este Mundial, de rimbombantes atuendos y adormecedoras vuvuzelas, apenas repartidas las primeras patadas, me interesa cada vez menos.
Olfateo la farsa como el perro perdiguero distingue el se?uelo de la perdiz que remonta el vuelo. No se trata de equiparar la decepci¨®n que me produjo saber que los Reyes Magos eran los padres con el descubrimiento de que, as¨ª en el c¨¦sped como en el cielo, lo que llamaban Dios se llama Mercado y, salvo sus poderosos representantes en la Tierra, los dem¨¢s somos pura mercanc¨ªa. Lo sospech¨¢bamos. Que los m¨¢s pobres tuvieran que sacrificarse para que los ricos fueran m¨¢s ricos no requer¨ªa mayor revelaci¨®n divina. Era virtud cristiana. Pero quiz¨¢s, al record¨¢rnoslo tan de sopet¨®n, han desenmascarado el carnaval y a las muy cotizadas pantorrillas exhibidas en los estadios se les han aflojado las tobilleras. No es cuesti¨®n de que metan m¨¢s o menos goles entre tres palos, aunque me sorprenda comprobar que tan excelsos profesionales fallen tantas ocasiones por tener, al parecer, una pierna buena y otra mala. En ¨¦poca de recortes salariales, propondr¨ªa que a los que tengan solo una pierna buena les paguen la mitad.
En ¨¦poca de recortes, que a los jugadores que tengan una sola pierna buena les paguen la mitad
No ser¨¦ yo, sin embargo, quien ponga en entredicho este Mundial por el hecho de que, de repente, los entusiasmos me parezcan tan impostados como carentes de convicci¨®n las opiniones de los comentaristas y falsa la exuberancia de los disfraces. Ni a?oro ni pretendo que ?frica sea el ?frica de las novelas de aventuras y de mis sue?os de anta?o. Nadie blande ya escudos oblongos, ni ostenta plumas ni esgrime azagayas. Mi amigo zul¨² Thulami Mokoena viste vaqueros y gorra de b¨¦isbol. A ¨¦l tambi¨¦n le gustaban las pel¨ªculas de John Ford y aplaud¨ªa cuando mataban a los indios hasta que comprendi¨® que los indios eran ¨¦l. No reclamo en el f¨²tbol ni en el cine volver a desenfundar y matar con la rapidez, impunidad y asepsia de Gary Cooper ni disparar a puerta con la precisi¨®n, potencia y enbonpoint de ese h¨²ngaro llamado Puskas al que hab¨ªa que ponerle la pelota en el pie izquierdo para que no se enfadara.
En aquel entonces, por cierto, los jugadores no escup¨ªan en la cancha. Como en el rugby, nadie rociaba con continuos esputos la superficie donde uno mismo, su compa?ero o contrincante, acabar¨ªa cayendo y revolc¨¢ndose. Aparte de resultar una insana y repugnante costumbre, es un mal ejemplo para esos j¨®venes que adoptan las ¨ªnfulas de sus ¨ªdolos eyectando salivazos por la calle. So pretexto de liberar la tensi¨®n, el escupitajo solo puede tener un objetivo plausible: hacer que el ¨¢rbitro resbale.
No estamos aqu¨ª para instaurar normas de comportamiento entre quienes, como los componentes del equipo espa?ol, proclaman con orgullo que, pase lo que pase, no renunciar¨¢n a su estilo. Otra proclama similar lanz¨® Guardiola despu¨¦s del tropiezo ante el Inter. Bien es verdad que el Bar?a era el mejor equipo del mundo y Guardiola el mejor entrenador.
Pero, mal que nos pese, en determinadas ocasiones, es aconsejable modificar el estilo cuando el estilo se vuelve previsible por redundante. Eso Del Bosque lo sabe. Por otra parte, confieso que el susodicho estilo de nuestra selecci¨®n, en estos pre¨¢mbulos, no ha conseguido deslumbrarme todav¨ªa. Excluyendo el zafarrancho franc¨¦s, tengo la sensaci¨®n de no haber visto, hasta el momento, m¨¢s que asaltos de tanteo. Incluidas las victorias de Argentina y la goleada de Portugal, cuyo m¨¢s conspicuo representante de un mercado donde se venden camisetas y se enarbolan talonarios tiene la desfachatez de advertirnos: "Dios nunca duerme, sabe qui¨¦n se lo merece". Me temo lo peor.
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