El mundo como garito
No s¨¦ si se trata de una coincidencia, pero es muy adecuado que los programadores del Liceo quieran captar los signos de nuestra ¨¦poca con la puesta en escena, casi simult¨¢nea, de dos obras, La dama de picas de Chaikovski y El jugador de Prok¨®fiev, que tratan de la pasi¨®n por el juego. La primera es una obra rom¨¢ntica en el sentido m¨¢s generoso del calificativo, con momentos deliciosos -muy mozartianos, con especial referencia a Don Giovanni-, y la segunda, una obra muy querida por Prok¨®fiev, es de una identidad turbadora. Naturalmente, en ambos casos la calidad literaria en la que se apoyan las ¨®peras es excepcional. La dama de picas de Pushkin es una peque?a joya fant¨¢stica en la que la ambici¨®n y la muerte se deslizan a trav¨¦s de tres cartas que, quiz¨¢ por antiguos simbolismos, siempre han tenido gran reputaci¨®n entre los jugadores: el tres, el nueve y el as. Por su parte El jugador de Dostoievski, una novela escrita en 20 d¨ªas y destinada a permanecer en la sombra de Crimen y castigo, en la que el escritor estaba volcado, puede ser contemplada hoy como una obra maestra. La fantasmagor¨ªa del gui?ol de Ruletenburg pone al descubierto una descarnada danza de decadencias y obsesiones.
Lo significativo es que nuestro mundo empieza a parecerse mucho a un Ruletenburg universal; eso s¨ª, sin las suntuosidades y los refinamientos de aquellos balnearios para lud¨®patas del siglo XIX. En nuestro mundo lo que antes se llamaba "el pueblo" conf¨ªa crecientemente en las oportunidades del azar. Al parecer, nunca hab¨ªa habido tantas apuestas sobre tantas cosas; todo, claro est¨¢, multiplicado mediante los canales virtuales. ?Y qu¨¦ decir de los que antes eran llamados "los poderosos", que ahora, por lo general, han logrado camuflar hasta el calificativo? Juegan, juegan todo el tiempo, si bien lo suyo no son los naipes o la ruleta, sino los bonos y las acciones, y su garito no se localiza en tal o cual lugar, sino que abarca a todo el planeta. Un matiz: los bregados apostadores de Pushkin y Dostoievski parecen bien ingenuos en comparaci¨®n con cualquiera de esos profesionales de la codicia que, desde sus sedes bancarias o desde sus miradores burs¨¢tiles, siempre apuestan con cartas marcadas.
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