El honor de la pol¨ªtica
Sin duda, los pol¨ªticos tienen parte importante de culpa en su descr¨¦dito. Sin embargo, el actual estado de opini¨®n contra la pol¨ªtica tiene su historia. Hay que situarlo dentro del proceso de construcci¨®n de una hegemon¨ªa conservadora que iniciaron Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los ochenta, que triunf¨® r¨¢pidamente y sigue vigente hoy. Reagan y Thatcher levantaron dos banderas: contra el Estado y contra lo social. (No olvidemos el c¨¦lebre lema de la primera ministra brit¨¢nica: la sociedad no existe, solo existen los individuos). Los objetivos eran privatizaci¨®n general y triunfo del individualismo asocial. Desde los propios Gobiernos se presentaba al Estado como estorbo: fuera barreras, v¨ªa libre a la expansi¨®n descontrolada cuya culminaci¨®n ha sido el caos de la crisis. En este proceso, lo p¨²blico ha estado siempre bajo sospecha, y como consecuencia el pol¨ªtico se ha ido convirtiendo en el chivo expiatorio. Y la mecha ideol¨®gica ha prendido.
Algunos jueces se descubrieron una pasi¨®n justiciera, siempre con los pol¨ªticos en el punto de mira. Los medios de comunicaci¨®n dan por supuesto que el pol¨ªtico es sospechoso. Se podr¨ªa decir que es el ¨²nico grupo institucional frente al que se parte de la presunci¨®n de culpabilidad. En los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n, el punto de mira est¨¢ puesto en los pol¨ªticos, olvidando algo fundamental: que no hay corrupto sin corruptor. En paralelo a esta extensi¨®n de la sospecha sobre los pol¨ªticos, se celebraban los comportamientos cada vez m¨¢s laxos de los poderes econ¨®micos, como si el sacrificio del pol¨ªtico fuera el ritual compensatorio del principio "todo est¨¢ permitido" que rige al mundo del dinero.
Una consecuencia de este clima es que cada vez hay menos gente con sentido de la responsabilidad y talento que quiera entrar en pol¨ªtica. Nadie quiere verse en riesgo de ser se?alado p¨²blicamente como un delincuente, simplemente porque este juego funciona as¨ª. Los mismos medios que no reparan gastos en la satanizaci¨®n de los pol¨ªticos se quejan de la p¨¦rdida creciente de calidad de la pol¨ªtica. Convirtiendo al pol¨ªtico en el culpable de casi todo, han contribuido a ello eficazmente.
Ciertamente, los pol¨ªticos han colaborado con contumacia para llegar a este estado de la cosa p¨²blica. En el juego entre el amigo y el enemigo en que se convierte toda querella pol¨ªtica vale todo. Sin querer darse cuenta de que se est¨¢n perjudicando ellos mismos. El partido que monta una comisi¨®n de investigaci¨®n sabiendo perfectamente que de ella no saldr¨¢ nada relevante, salvo salpicar de sospechas al adversario, deber¨ªa calcular que la operaci¨®n f¨¢cilmente se puede volver en su contra. El partido que, por efecto de acci¨®n-reacci¨®n, trata de ensuciar al adversario sabiendo que no es culpable de nada deber¨ªa calcular que en cualquier momento puede ser pagado por la misma moneda.
En Catalu?a, estos ¨²ltimos d¨ªas, en torno a una pieza separada del caso Millet, el hotel del Palau, se han dado todas estas malas pr¨¢cticas juntas, llegando a tal confusi¨®n que hubo un momento que parec¨ªa que Millet y Montull fueran simples comparsas de un caso pol¨ªtico. Estos han sido los ingredientes: el exceso de celo, si se me permite el eufemismo, de un fiscal en pleno impulso justiciero. Una prensa, impregnada del discurso antipol¨ªtico de moda, que busca siempre los argumentos que culpabilizaban a los pol¨ªticos y minimiza las razones de estos, dando por supuesto que tienen truco. Y una clase pol¨ªtica que se ha metido, a trav¨¦s de una comisi¨®n de investigaci¨®n perfectamente prescindible, en un miserable juego de acusaciones y contraacusaciones que ensucia a todos. Afortunadamente, el conseller Castells ha sabido convertir un trance tremendamente injusto en una requisitoria contra estas malas maneras de hacer las cosas y en favor de la decencia pol¨ªtica.
La defensa de la pol¨ªtica se est¨¢ convirtiendo en una urgencia. Cada paso m¨¢s en su descr¨¦dito es un triunfo del poder econ¨®mico en su intento de controlarlo todo. Sin pol¨ªtica, es la inmensa mayor¨ªa de la ciudadan¨ªa la que queda al pairo. Por eso, creo que tenemos que exigirnos y exigir a todos los sectores implicados -pol¨ªtica, justicia y medios de comunicaci¨®n- mayor ecuanimidad en el juicio cr¨ªtico. No hay nada que favorezca m¨¢s a los corruptos que la sospecha generalizada. Si se tira indiscriminadamente contra todos -corruptos y no corruptos-, es evidente que los que salen beneficiados son los corruptos y los corruptores. Hay que defender el honor de la pol¨ªtica y de los pol¨ªticos responsables, que son muchos, precisamente para que no queden impunes los pol¨ªticos corruptos.
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