La cumbre de la hamburguesa
Obama y Medv¨¦dev, sentados a una mesa para dos de un restaurante de comida r¨¢pida, le hincan el diente a una hamburguesa. Sobre la mesa, los pertinentes refrescos y condimentos, am¨¦n de un rollo de papel de cocina que ayudar¨¢ a disimular cualquier churrete que amenace camisas de tal presidencial blancura.
A su lado, dos traductores prestan atenci¨®n a la escena, con gestos y posturas semejantes a los alumnos de la Lecci¨®n de Anatom¨ªa, de Rembrandt. Les rodea un p¨²blico aparentemente ajeno a lo que sucede, no sabemos si clientes habituales, figurantes, agentes del servicio secreto o un poco de todo. "Qu¨¦ bien, qu¨¦ campechanos", fue mi primer pensamiento. Sin embargo, este no dur¨® mucho ya que casi al instante not¨¦ un ligero desasosiego.
Me vinieron a la memoria recuerdos infantiles de la tensi¨®n informativa que creaban las cumbres entre Reagan y Gorbachov, en las que el solo hecho de comparecer juntos en una rueda de prensa, darse la mano o sonre¨ªr ante cualquier chascarrillo era interpretado por los analistas pol¨ªticos como un s¨ªntoma de armon¨ªa y buenas relaciones.
Entonces, comparando estos recuerdos con la imagen actual, me he sentido, a mis 36 a?os, tremendamente viejo. Ser¨¢ porque me produce v¨¦rtigo el cambio del mundo en 25 a?os sin suavizarlo con la graduaci¨®n de los a?os. Ser¨¢ porque pienso que la foto actual, que sin duda no tendr¨¢ nada de improvisada, me parece de una banalizaci¨®n forzada. Ser¨¢ porque considero que las cosas importantes, adem¨¢s de serlo, tienen que parecerlo. Qu¨¦ s¨¦ yo. Ya digo. Un completo cascarrabias.
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