El desprecio de los ciudadanos
Tengo la sospecha de que estamos peor que ayer, pero infinitamente mejor que ma?ana. (El presidente) ha empezado a inspirarme ternura (...) sobre todo cuando le veo tan peligrosamente desorientado".
Estas palabras parecen dictadas por la situaci¨®n actual, pero fueron publicadas el 23 de agosto de 1993 en este mismo diario. El nombre del presidente era Felipe Gonz¨¢lez. El autor del art¨ªculo, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n. Y el t¨ªtulo, Depresi¨®n. En 1993, el PSOE hab¨ªa vuelto a ganar las elecciones, pero hab¨ªa perdido la mayor¨ªa absoluta. El pa¨ªs sufr¨ªa una grave crisis econ¨®mica. La tasa de paro lleg¨® a encaramarse hasta un dram¨¢tico 24%. El caso GAL mellaba las entra?as democr¨¢ticas del Estado y Luis Rold¨¢n se revelaba como uno de los mayores sinverg¨¹enzas de la historia de este pa¨ªs.
Cuando la pol¨ªtica se basa en el 'marketing' y no en la ideolog¨ªa, la gente la 'consume' cual producto desechable
El Felipe Gonz¨¢lez de entonces ten¨ªa poco que ver con el joven entusiasta y brillante que hab¨ªa ganado las elecciones 11 a?os antes. Tampoco se asemejaba al actual patricio que considera a las democracias de hoy marcadas por la mediocridad y lo medi¨¢tico. O que lanza frases tan poco favorecedoras al Gobierno como "rectificar es de sabios, y de necios hacerlo a diario". Olvid¨¢ndose, quiz¨¢s, de su propia y antigua desorientaci¨®n.
Entonces y ahora, la crisis econ¨®mica act¨²a como una demoledora apisonadora de la imagen p¨²blica de los pol¨ªticos. Pero, a pesar de las dram¨¢ticas semejanzas entre 1993 y este m¨¢s dif¨ªcil 2010, la fractura entre la clase pol¨ªtica y los ciudadanos nunca hab¨ªa sido tan profunda como ahora. La cr¨ªtica a la talla de los l¨ªderes se impone, pero resulta interesante continuar revisando las hojas pasadas del calendario y tratar de encontrar m¨¢s razones para este distanciamiento.
Durante los ¨²ltimos a?os, el marketing se ha impuesto en el mundo de la pol¨ªtica. Al l¨ªder se le ha otorgado el rango de producto. Los ciudadanos nos hemos convertido en codiciados consumidores y nuestros votos, en devaluada moneda de cambio. El debate ideol¨®gico ha quedado arrinconado por la verborrea de un agente comercial salpicada de fr¨ªvolas promesas publicitarias o de pueriles amenazas sobre la llegada del lobo. La pol¨ªtica se ha banalizado y las encuestas deciden los cambios en el dise?o de las etiquetas. Pero un voto deber¨ªa tener mayor trascendencia que elegir una lata de tomate en un lineal del supermercado, especialmente si no se desea sufrir el mismo final que la lata cuando el comprador la da por agotada.
En una sociedad marcada por las leyes del consumo y adormilada por a?os de bienestar, el ciudadano se siente cada vez menos responsable de todo. Su tolerancia al riesgo se ha tornado ¨ªnfima y cree poder exigir a pap¨¢ Estado la soluci¨®n inmediata de todos sus problemas. Pero el espejismo se hace a?icos ante la crisis y la sombra de la estafa planea sobre la clase pol¨ªtica. Yo te di mi voto, yo te compr¨¦, ?por qu¨¦ no arreglas todo esto? Una mala compra, piensa el elector, otro trasto in¨²til, y busca en vano las condiciones de devoluci¨®n en la letra peque?a de su voto.
Y cuando las ventas bajan, ya se sabe, entran en juego las ofertas dos por uno y las promociones agresivas. O, lo que es igual, la indefinici¨®n en el discurso para tratar de atraer al mayor n¨²mero de votantes y la guerra sin cuartel a la oposici¨®n. Una dura contienda sin remilgos en la que no se duda en traicionar la propia coherencia si eso desgasta al contrario. El mensaje se simplifica. O conmigo, o contra m¨ª. Se huye de los puntos de encuentro y las opiniones discrepantes se consideran un ataque. La tolerancia no cotiza en este mercado de valores y la sociedad oscila peligrosamente hacia la indiferencia o la intransigencia.
El pensamiento cr¨ªtico se est¨¢ convirtiendo en una rara avis y los medios de comunicaci¨®n no siempre son ajenos a la falta de racionalismo. A veces, por la excesiva carga de opini¨®n entreverada con la informaci¨®n. A veces, por convertir su espacio en el escaparate de los productos pol¨ªticos, erigi¨¦ndose en altavoz de las acusaciones, declaraciones o intoxicaciones. Esl¨®ganes m¨¢s esl¨®ganes. Es incuestionable el valor del periodismo en la denuncia de los abusos del poder. Pero ya es m¨¢s discutible el papel de juez que algunos medios se han otorgado, condenando sin rubor a los pol¨ªticos del color contrario a su l¨ªnea de opini¨®n. Juicio sin derecho a la defensa y cuyo ¨²nico fallo es la devaluaci¨®n de la pol¨ªtica. El desprecio de los ciudadanos.
La abstenci¨®n crece a ritmo vertiginoso para verg¨¹enza del esp¨ªritu democr¨¢tico y no se observan en el mercado f¨®rmulas m¨¢gicas capaces de invertir la tendencia. Parece urgente establecer nuevos puentes de di¨¢logo entre ciudadanos y pol¨ªticos, fomentar plataformas de pensamiento, donde las discrepancias sean acogidas como una fuente de enriquecimiento y los esfuerzos se destinen a la construcci¨®n de mejores modelos de relaci¨®n y organizaci¨®n. Espacios alejados del marketing y sustentados en un compromiso mutuo de respeto a la verdad y la honestidad. Suena a utop¨ªa. Y eso es lo terrible. Porque si dejamos de creer en nuestra capacidad de transformaci¨®n y mejora, renunciamos a ejercer el poder. La elecci¨®n es nuestra: ciudadano o consumidor.
Emma Riverola es creativa publicitaria y novelista, autora de Cartas desde la ausencia.
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