Las alpargatas y el metro
El suburbano madrile?o es un espacio que exhibe el cambio experimentado por nuestra sociedad
Record¨¦ al poeta Jos¨¦ Hierro en mi viaje en el metro desde Alonso Mart¨ªnez a Getafe. Nada de particular tendr¨ªa el recordatorio si digo que acud¨ªa a la presentaci¨®n de la nueva y oportuna edici¨®n por Visor de sus obras completas en el centro de poes¨ªa que lleva su nombre en la localidad madrile?a, un hermoso espacio donde se encuentran gentes de muy distintas edades unidas por la escritura de la poes¨ªa o por la pasi¨®n por ella. El centro, con sus talleres literarios, sus indagaciones sobre el arte, sus experimentaciones, sus lecturas, sus premios, sus publicaciones y sus fiestas es una positiva realidad del Madrid moderno. Pero si record¨¦ a Hierro en el metro no fue por eso, ni porque se tratara de un frecuente usuario del metro, que lo era; si no capaz de escribir en su interior, como cont¨® alguna vez, s¨ª de recibir ideas po¨¦ticas mientras viajaba en ¨¦l, del mismo modo que escrib¨ªa en un bar en medio del ruido si la poes¨ªa acud¨ªa a su encuentro. Si record¨¦ a Hierro en el metro fue, sobre todo, porque cuando con reiteraci¨®n se le propon¨ªa su ingreso en la Real Academia Espa?ola, y reiteradamente se negaba a ello, sol¨ªa argumentar as¨ª su rechazo: "No podr¨ªa ir en metro con alpargatas".
Se trataba de una broma para excusar una negativa que ten¨ªa otras motivaciones, pero hac¨ªa tiempo que hab¨ªa dejado de valerle el pretexto de las alpargatas en el metro. La broma de Hierro carec¨ªa de vigencia ya porque las alpargatas hab¨ªan dejado de ser lo que eran para pasar a ser calzado c¨®modo de moderno dise?o, en absoluto ajeno a los pies de un digno acad¨¦mico, y se estrenaban perfiles de nuevos acad¨¦micos que uno podr¨ªa encontrarse tranquilamente en el metro, mientras el metro, sin perder algunas de sus m¨¢s atractivas caracter¨ªsticas, era ya otro. Los acad¨¦micos votaron a Hierro, creo que por unanimidad -su candidatura era ¨²nica-, y la muerte impidi¨® que ingresara en la real casa con un discurso, que si no escrito ya, preparado lo ten¨ªa en la cabeza, sobre su admirado Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Tantas veces vinculado por torticeros e indocumentados a la llamada poes¨ªa de la berza, y espl¨¦ndidos poemas de la poes¨ªa social tiene, sol¨ªa bromear con eso. Luis Antonio de Villena en su libro reciente Nuevas semblanzas y generaciones (Pre-Textos) hace un atinado retrato de Hierro en el que este se divierte con su condici¨®n de poeta de la berza, siendo como era un juanramoniano apasionado, un rubeniano vigoroso, un recordador a cualquier rato de Lope y, sobre todo, uno de nuestros poetas de la posguerra m¨¢s moderno por m¨¢s nuevo.
Pero precisamente en ese viaje a Getafe para celebrar la obra de Hierro, cuya recopilaci¨®n era tan necesaria, un error de alguno de aquellos con los que acud¨ª nos hizo recorrer m¨¢s de 26 estaciones con alg¨²n trasbordo por medio, cuando en mucho menos tiempo nos hubiera llevado un cercan¨ªas directamente desde Sol o Atocha hasta la localidad madrile?a. La equivocaci¨®n, sin embargo, me permiti¨® constatar por fortuna la nueva realidad de nuestro suburbano: sus amplias, limpias, modernas y hermosas terminales en el camino hacia el sur y, por supuesto, sus c¨®modos vagones y sus atentos empleados. No es que desconociera otras l¨ªneas igual de fulgurantes -la que desde Nuevos Ministerios conduce al aeropuerto, por ejemplo-, pero este involuntario largo viaje al sur de Madrid eliminaba cualquier duda sobre un hecho cierto: tenemos el mejor metro de Europa.
El metro es un buen observatorio de cualquier sociedad. Y en ese sentido el metro madrile?o de hoy es un espacio que exhibe muy bien el cambio experimentado por nuestra sociedad en declive, su convivencia con otras culturas y otras lenguas, la desaparici¨®n de los viejos olores de una Espa?a con escasa higiene o la democratizaci¨®n del vestido; el escaparate, en definitiva, de la evolucionada Espa?a de la democracia. Hace unos a?os coincid¨ª en una estaci¨®n principal del metro de Bruselas con algunos amigos escritores de por ac¨¢, caracterizados m¨¢s bien por dudar de que en nuestro pa¨ªs algo pueda funcionar mejor que en otros, y nos sorprendi¨® a todos no solo el deterioro del metro de la capital europea, que deteriorados est¨¢n el suburbano de Londres y el de Par¨ªs y los ferrocarriles italianos, sino igualmente el modo de vestir de la gente que ven¨ªa de la periferia; nos recordaba la vestimenta de los espa?oles de a?os atr¨¢s.
A mi regreso a Madrid desde Getafe, esta vez m¨¢s r¨¢pido, alguien le¨ªa en el metro la poes¨ªa de Hierro. Son muchos los lectores del metro, que ese es otro cambio, pero no es lo m¨¢s com¨²n un lector de poes¨ªa. Claro que la lectora ven¨ªa de donde yo ven¨ªa: del centro de poes¨ªa madrile?o. Pero si Hierro, pens¨¦, hubiera sorprendido a alguien leyendo su obra en el metro, su timidez le habr¨ªa hecho cambiar de vag¨®n en la estaci¨®n siguiente.
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