El contexto
En democracia, cuando una gesta deportiva adquiere una dimensi¨®n pol¨ªtica m¨¢s all¨¢ del car¨¢cter festivo y tumultuoso del acontecimiento, acostumbra a ser s¨ªntoma de alguna inseguridad o alg¨²n malestar de fondo. Tenemos un ejemplo recurrente cerca: Catalu?a ha sublimado, a menudo a trav¨¦s del Bar?a, su condici¨®n de naci¨®n no perfeccionada (es decir, sin Estado propio). Y, sin ir mucho m¨¢s lejos, nuestros vecinos franceses, cuando su selecci¨®n gan¨® el Mundial la proclamaron emblema de la Francia de la diversidad. Poco despu¨¦s estallaron los barrios perif¨¦ricos de las principales ciudades del pa¨ªs y se abri¨® un ins¨®lito debate intelectual. La naci¨®n por excelencia se preguntaba: ?qu¨¦ es ser franc¨¦s?
La crisis de futuro tiene que ver con la p¨¦rdida de la hegemon¨ªa ideol¨®gica de la izquierda europea
El contexto inmediato del debate del estado de la naci¨®n viene determinado por este momento de ilusi¨®n que se ha construido, a trav¨¦s de la selecci¨®n espa?ola, como un espejismo en medio del desierto de la crisis. A trav¨¦s del debate la cruda realidad volver¨¢ introducirse en las portadas de los medios de comunicaci¨®n despu¨¦s de unos d¨ªas de cacofon¨ªa patriotera.
Los pol¨ªticos, siempre dispuestos a demostrar que la capacidad de hacer el rid¨ªculo de los humanos es infinita, se han montado a la ola futbolera, enzarz¨¢ndose en discusiones grotescas como, por ejemplo, si Rajoy es o no es equiparable a Del Bosque. Los pol¨ªticos se han agarrado de la selecci¨®n en busca de empat¨ªa con la ciudadan¨ªa, y se han puesto ellos mismos la soga al cuello alentando una comparaci¨®n entre virtud futbol¨ªstica e incompetencia pol¨ªtica que no tiene pies ni cabeza.
Pero este despliegue de met¨¢foras futbol¨ªsticas sobre la realidad social es sintom¨¢tico de lo que en el fondo se querr¨ªa hacer olvidar: que el debate del estado de la naci¨®n de este a?o se realiza en el contexto de cuatro crisis: crisis econ¨®mica, crisis de futuro, crisis ideol¨®gica de la izquierda, crisis del Estado auton¨®mico. Con todo esto apechugar¨¢ Zapatero toda la legislatura, con poca o nula disposici¨®n por parte de los dem¨¢s de echarle una mano. Para ello, La Roja le servir¨¢ de poco, a lo sumo, para descalificar el catastrofismo del PP, mientras dure la resaca.
Evidentemente, la crisis econ¨®mica acaparaba la atenci¨®n pol¨ªtica. Y los tumbos dados por Zapatero desde que empez¨® son y ser¨¢n tema de preferencia de la oposici¨®n. Pero por raros mecanismos de la psicopatolog¨ªa colectiva, desde el momento en que Zapatero ha apretado las tuercas con el ajuste se dir¨ªa que la ciudadan¨ªa ha empezado a hacer de la crisis una normalidad.
Esta sensaci¨®n de normalizaci¨®n, o, si se prefiere, paulatina adaptaci¨®n a la crisis -que se equivocar¨ªa el Gobierno si la considera como aceptaci¨®n ciega de sus pol¨ªticas y la oposici¨®n si siguiera aumentando los decibelios de sus discursos- es, al mismo tiempo, la expresi¨®n de una segunda crisis: la crisis de futuro. La sensaci¨®n de falta de horizonte. Hemos vivido unos a?os fren¨¦ticos montados en una especie de presente continuo que, en la quimera de la abundancia, no necesitaba ni de pasado ni de futuro. De pronto, el tiempo se ha parado. Abrir la ventana al futuro, demostrar que hay algo fuera de esta habitaci¨®n sin vistas, es el proyecto pol¨ªtico que la ciudadan¨ªa agradecer¨ªa y que no se ve por ninguna parte.
Esta crisis de futuro tiene mucho que ver con la p¨¦rdida de la hegemon¨ªa ideol¨®gica por parte de la izquierda europea. La socialdemocracia no ha tenido respuesta propia a la crisis. Zapatero intent¨® marcar con sello de izquierdas su pol¨ªtica hasta que este ente de sinraz¨®n llamado los mercados le oblig¨® a la rendici¨®n. El futuro se hace para muchos m¨¢s inquietante en la medida en que los que nos metieron en la crisis -el poder financiero- pretenden pilotar la salida de la misma, acabando con cualquier pretensi¨®n reguladora desde la pol¨ªtica.
A estas tres crisis se suma la del Estado. La sentencia del Tribunal Constitucional ha impuesto el cierre del Estado auton¨®mico, confirmando la crisis pol¨ªtica que se ven¨ªa gestando desde que el Partido Popular inici¨® el proceso de rechazo al Estatuto. La manifestaci¨®n de Barcelona la corrobor¨® al d¨ªa siguiente: cualquiera que haya seguido la vida pol¨ªtica catalana desde la manifestaci¨®n del 77 hasta la del s¨¢bado, constatar¨¢ un cambio de escala.
La opci¨®n auton¨®mica se da por perdida: federalismo o soberanismo, esta es la cuesti¨®n. Zapatero abri¨® la ventana de la Espa?a plural, despu¨¦s se asust¨® presionado por el PP y se instal¨® en su creencia de que hay una armon¨ªa natural de las cosas que acaba resolviendo los problemas.
De momento, ninguna de las cuatro crisis parece que vaya a solucionarse por s¨ª sola.
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