Dos peque?as perversiones
Uno. Sexo plat¨®nico
As¨ª es la cosa. A mi mujer le hablan de Plat¨®n y se pone aristot¨¦lica. No s¨¦ c¨®mo, no s¨¦ por qu¨¦. En cuanto escucha una palabra sobre la reminiscencia, el mundo inteligible o la teor¨ªa de las formas, ella se ruboriza, se le nublan los ojos, deja escapar un gemido, y se pone a imaginar espaldas anchas y nalgas musculosas. Yo intento, como es l¨®gico, detenerla. Pero es in¨²til. Una furia empirista la posee por completo, y lo ¨²nico que le interesa es el paso de la potencia al acto.
Pensar nunca es indecente, me consuelo. Aunque admito que me desconcierta tanto empe?o en la f¨ªsica, cuando lo que verdaderamente importa es la metaf¨ªsica. Cada noche es lo mismo. En serio. Nunca falla. Yo digo por ejemplo: "Caverna". O "sol". O "riendas". Y ella, enseguida, loca. Desparramada en la cama. Quit¨¢ndose la ropa. Gritando sin decoro: "?B¨¦same, Plat¨®n!".
Yo, a mi edad, soy poco impresionable. Cosas peores he visto. Adem¨¢s, no lo niego, el comportamiento de mi mujer tiene sus ventajas. Digamos que antes, y perdonen el juego de palabras, nos costaba acostarnos. Desde que descubr¨ª lo de Plat¨®n, mano de santo. Lo que pasa es que el deseo, el caballo de su deseo, se le desboca a todas horas, en todas partes, tenga uno ganas o no. Sospecho que mi mujer confunde el apetito con el banquete. En fin. Mis amigos se r¨ªen, celebran nuestro problema, incluso nos felicitan. Yo, qu¨¦ quieren que les diga, dudo. En el fondo estas perversiones me turban. Siempre he sido un poco kantiano, y pienso que hay cosas que no deber¨ªan hacerse.
Dos. Sexo oral
-?Me est¨¢s hablando en serio? -se asombr¨® su amiga.
-Completamente en serio -contest¨® ella-. Pienso todo el tiempo en sexo. Todo. Pero sin dejar de atender a lo dem¨¢s, ?me entiendes?, no tengo ning¨²n problema para concentrarme ni me distraigo nunca de lo que estoy haciendo. Es otra cosa. Es, no s¨¦, como una m¨²sica de fondo. Como pensar el sexo mientras vives. Esta tarde, por ejemplo, estaba en la peluquer¨ªa y mientras me lavaban la melena me imagin¨¦ que me masturbaba tranquilamente en el asiento, sin interrumpir en ning¨²n momento la conversaci¨®n con el peluquero, que por cierto es fe¨ªsimo, se llama Toto y adora la m¨²sica india. Es siempre as¨ª. Trabajo con eficacia, voy de compras, me ocupo de mis hijos y simult¨¢neamente me imagino cosas, posturas, perversiones. Ahora mismo, sin ir m¨¢s lejos, estoy hablando contigo y me pregunto de qu¨¦ tama?o tendr¨¢s los pezones. No me mires as¨ª. Te lo digo con toda normalidad. No es nada personal. Supongo que lo m¨ªo ser¨¢ una visi¨®n del mundo.
-T¨² est¨¢s obsesionada -sacudi¨® la cabeza su amiga-. Eso es lo que te pasa y tiene un nombre. Siento dec¨ªrtelo, pero no lo veo normal en absoluto. La normalidad es otra cosa. Yo en cambio, m¨ªrame, vivo muy tranquila. Y no pienso en el sexo mientras estoy haciendo lo que tengo que hacer. Cada cosa tiene su momento.
-?No piensas en el sexo fuera de la cama? -se asombr¨® ella.
-Nunca. Nunca -contest¨® su amiga muy seria.
-Entonces t¨² tambi¨¦n est¨¢s obsesionada -dijo ella agitando la melena.
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