Antes y despu¨¦s del general McChrystal
Obama destituye a un militar d¨ªscolo y esto se ve como una gran crisis nacional. El problema estriba en que el Ej¨¦rcito tiene un papel desmedido en el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos
La cultura estadounidense est¨¢ saturada de imaginer¨ªa, vocabulario, recuerdos y fantas¨ªas de car¨¢cter militar. Su militarismo no naci¨® durante las guerras mundiales o en la guerra fr¨ªa, sino que se remonta al origen de la propia Rep¨²blica.
Muchos de los dirigentes de la insurrecci¨®n antibrit¨¢nica hab¨ªan servido a la metr¨®poli en la guerra contra Francia anterior a la Revoluci¨®n Americana. Aun siendo de gran importancia, esta fue un incidente dentro de la pugna europea por el continente americano, que precisaba de un esfuerzo b¨¦lico permanente. La nueva Rep¨²blica dej¨® claro que su Ej¨¦rcito controlar¨ªa dicho continente, y desde el principio su Armada asumi¨® una misi¨®n de alcance mundial.
La guerra es un elemento clave en la econom¨ªa y la pol¨ªtica de EE UU. Parece una parodia de Esparta
Patrioterismo, negocios y empleos se suman. El presupuesto militar puede ser el 7% del PIB
Desde nuestro primer buque, el USS Constitution (que, simb¨®licamente, a¨²n est¨¢ en servicio), hasta los m¨¢s modernos drones [aviones no tripulados], la historia de Estados Unidos conjuga el desarrollo econ¨®mico y social con el perfeccionamiento sistem¨¢tico de los m¨¢s innovadores medios militares. Las Fuerzas Armadas no han dejado de nutrirse de una poblaci¨®n cambiante, que ha alterado su composici¨®n ¨¦tnica, racial y social a medida que la naci¨®n se iba desarrollando.
Cuando Hillary Clinton entr¨® en el Senado decidi¨® formar parte del Comit¨¦ de Defensa con vistas a fomentar sus perspectivas presidenciales. Es frecuente que los candidatos a puestos corrientes exageren (y en ocasiones inventen) su historial militar, algo que, sin embargo, para ser tomado en serio tendr¨ªa que ir acompa?ado de la consiguiente ret¨®rica belicosa. En 1972, el ex senador McGovern, cuando era candidato a la presidencia, fue tachado de cobarde por pedir el fin de la guerra perdida en Vietnam, pero durante la II Guerra Mundial, como capit¨¢n de bombardero, hab¨ªa realizado misiones de gran peligro.
Puede que quien visite por primera vez Estados Unidos y descubra libros, pel¨ªculas, videojuegos y series de televisi¨®n que ritualmente rinden homenaje a la profesi¨®n castrense piense que el pa¨ªs es una parodia electr¨®nica de Esparta. Pero la parodia no se queda ah¨ª. Un visitante alem¨¢n se qued¨® at¨®nito al enterarse de que los sure?os recrean regularmente batallas de nuestra guerra civil. "En Alemania nadie se pondr¨ªa el uniforme de la Wehrmacht para recrear la batalla de Stalingrado". Es cierto, pero la guerra civil sigue presente en las costumbres electorales del Sur, donde los republicanos se han olvidado de Lincoln para conmemorar a una Confederaci¨®n rid¨ªculamente idealizada.
Durante la guerra civil, un profesor de literatura cl¨¢sica de Maine, en cabeza de su regimiento, salv¨® a la Uni¨®n en la batalla de Gettysburg. Hoy en d¨ªa se ahorrar¨ªa la tediosa necesidad de combatir, invisti¨¦ndose de la vicaria valent¨ªa que conceden las columnas de opini¨®n. Por cada general Petraeus doctor en Relaciones Internacionales por Princeton hay 10 o 20 expertos universitarios en guerras, cuya presencia en el campo de batalla se limita a las visitas guiadas.
Durante la guerra civil, las dos guerras mundiales, y tambi¨¦n las de Corea y Vietnam, en Estados Unidos el servicio militar era obligatorio. En parte, la guerra de Vietnam termin¨® por el amotinamiento de los reclutas y desde entonces existe un Ej¨¦rcito profesional, en cuya tropa los afroamericanos, los latinos y los blancos de pocos recursos tienen una presencia desproporcionadamente abultada. Sus oficiales utilizan el Ej¨¦rcito para ascender socialmente, y cuestionar la competencia, moral o utilidad de este es pol¨ªticamente peligroso, ya que gran parte del pa¨ªs compensa la carencia de un servicio militar obligatorio con un fren¨¦tico patrioterismo.
Tal como demuestran nuestros repetidos desastres en el exterior, las instituciones civiles y militares est¨¢n indisolublemente ligadas. Como fuerza social independiente, el Ej¨¦rcito ya tiene un papel desmedido en el funcionamiento de la democracia en Estados Unidos. Que alg¨²n d¨ªa recurra a la fuerza dentro del pa¨ªs no resulta algo tan hipot¨¦tico. Con frecuencia, son los militares los que llevan a cabo las detenciones y ejecuciones que, como arbitrarias medidas de excepci¨®n, legitiman una interminable "guerra contra el terror" que no deja de expandirse.
Oficialmente, el presupuesto militar representa casi el 5% del producto interior bruto, aunque seg¨²n otros c¨¢lculos podr¨ªa llegar al 7%. Todav¨ªa mayor podr¨ªa ser el coste indirecto que ocasiona al distorsionar la distribuci¨®n de recursos. Si el vigor del pa¨ªs se entendiera de otra manera, esos recursos podr¨ªan utilizarse para fines m¨¢s constructivos y racionales.
Sin embargo, el presidente ha retirado expresamente el gasto militar del programa de la nueva Comisi¨®n Nacional sobre Responsabilidad y Reforma Fiscales. La guerra y la preparaci¨®n de la misma se han convertido en un elemento clave para la econom¨ªa y el sistema pol¨ªtico. No hay ning¨²n Estado ni circunscripci¨®n electoral sin instalaciones militares, f¨¢bricas de armas, laboratorios de investigaci¨®n y programas universitarios financiados por el Ej¨¦rcito. Por eso es preciso que haya legisladores que acepten el presupuesto del Pent¨¢gono. El enorme coste del armamento hace necesaria su venta a otros pa¨ªses, lo cual hace inevitable la participaci¨®n permanente en sus asuntos militares. El espionaje, las acciones clandestinas y las m¨²ltiples formas de intervenci¨®n en otros pa¨ªses militarizan toda nuestra pol¨ªtica exterior.
Las Fuerzas Armadas de EE UU son la ¨²nica instituci¨®n del pa¨ªs que se considera demasiado grande como para dejarla caer. Los intereses de los servicios armados y su cultura, encerrada sobre s¨ª misma, poco pueden garantizar que sus capacidades vayan a estar siempre al servicio de los grandes valores democr¨¢ticos.
El poco realismo del debate actual sobre Afganist¨¢n, donde nuestra presencia se justifica mediante multitud de explicaciones oficiales que, contradictorias y dispares, chocan entre s¨ª, pone de manifiesto hasta qu¨¦ punto las misiones militares se han convertido en algo alejado del pensamiento pol¨ªtico sensato. Cuanto m¨¢s grave es el error, m¨¢s dif¨ªcil resulta la rectificaci¨®n, ya que reconocerlo da?ar¨ªa nuestra "credibilidad".
En Washington, el absurdo episodio de la autodestrucci¨®n del general McChrystal en una revista dedicada a la cultura pop se ha presentado como una gran crisis de la Rep¨²blica. Quiz¨¢s lo sea. Cuando era senador, el presidente Obama se mostr¨® esc¨¦ptico ante las propuestas de escalada de Petraeus en Irak, pero ahora, a pesar de las razones evidentes que apuntan a sus escasas posibilidades de ¨¦xito, le ha enviado a dirigir otra en Afganist¨¢n.
Los fundadores de la Rep¨²blica eran hombres instruidos que conoc¨ªan la Atenas y la Roma de la antig¨¹edad. Atenas encall¨® en sus expediciones a Sicilia, mientras que los propios generales de la Rep¨²blica de Roma la convirtieron en un imperio. ?Se reconocer¨ªan esos fundadores en el actual Estado estadounidense? Se supon¨ªa que el Ej¨¦rcito garantizaba nuestra independencia y que la Armada proteg¨ªa nuestros buques, poniendo en peligro a nuestros posibles invasores. Nuestro quinto presidente, James Monroe, quiso reducir al m¨ªnimo el poder europeo en el hemisferio occidental, pero nadie se habr¨ªa imaginado a sus sucesores luchando en Afganist¨¢n.
Ahora el poder¨ªo militar estadounidense se justifica por s¨ª solo, al tiempo que su conservaci¨®n y en realidad su engrandecimiento se han tornado fines en s¨ª mismos. El presidente ha destituido a un general d¨ªscolo. Su sucesor ha expresado con m¨¢s correcci¨®n sus objeciones al cauteloso calendario de retirada de Afganist¨¢n de Obama. Pero, en ausencia de McChrystal, el presidente sigue enfrent¨¢ndose a la indisciplina del militarismo nacional.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
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