El ¨²ltimo gramo
Sandra, de 15 a?os, se lanza a por su primer ba?o del verano en la piscina de una finca cercana a Chinch¨®n (Madrid). Es la ni?a habladora y graciosa del grupo, compuesto por otros cinco chicos adolescentes mayores que ella, hoy revolucionados por la presencia de una nueva y guapa socorrista. El sol cae con fuerza, en lo que es la primera oleada de calor intenso del a?o. Huele a vacaciones y el chapoteo juvenil nos traslada mentalmente a un campamento. Es una ilusi¨®n que termina tras sesenta minutos milim¨¦tricamente cronometrados. Todav¨ªa mojada, en biquini y arropada con una toalla, Sandra se apresura a entrar en la casa, que le recibe con un horario de tama?o s¨¢bana. A cada paso hacia su habitaci¨®n, una norma, una frase: "El 90% del ¨¦xito se basa en insistir". Sandra es un nombre ficticio para preservar su verdadera identidad. Hace cinco meses y medio que lucha contra la coca¨ªna en el Centro Terap¨¦utico Los ?lamos. Ha mejorado mucho. Dicen que parec¨ªa un zombie. Ahora solo parece despistada.
Por el centro, gestionado por Proyecto Hombre aunque pertenece a la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, pasan adolescentes y j¨®venes enganchados al cannabis, la coca¨ªna o las pastillas desde hace una d¨¦cada. David S¨¢nchez es su educador m¨¢s veterano. Lleva siete a?os y nota que cada vez llegan "usuarios" de menor edad. El centro recibe a chavales que, por culpa del abuso de sustancias, da?aron y destruyeron los cimientos de su vida antes de construirla. El uso de coca¨ªna es independiente del origen y nivel socioecon¨®mico de las personas. En Espa?a, casi el 10% de la poblaci¨®n entre 15 y 24 a?os ha probado la euforia, deseo sexual o locuacidad que proporciona la coca. Espa?a es l¨ªder mundial en su uso, por encima de EE UU y Reino Unido, con los que, seg¨²n el a?o, alterna puesto en el podio.
Con m¨¢s o menos trabajo por delante, los chavales intentan resurgir. La finca en la que viven es muy confortable. Huele a limpio. De hecho, ellos mismos se encargan de tareas de responsabilidad como parte de su terapia. En la cocina, por ejemplo, se turnan para lavar platos. Al estar aislados del mundo, la tentaci¨®n de fugarse se minimiza y les ayuda a centrarse en una vida sin drogas. Una de las m¨¢ximas del tratamiento consiste en mantenerlos activos y ocupados. Se trata de que no tengan demasiado tiempo para pensar en lo que hay fuera. Los profesionales que tratan con ellos son variados: educadores, terapeutas, psic¨®logos..., j¨®venes en la treintena y cercanos en el trato. Saben que el discurso de "la droga es mala" no sirve para nada: "Les hacemos ver la cara amarga de la coca, pero sin ocultar la cara divertida que ellos bien conocen". Al principio, el tratamiento consiste en inculcarles un horario, una rutina: "Empezamos por cumplir el ciclo de sue?o vigilia, que lo traen alterado. Despu¨¦s trabajamos en actividades manipulativas, formativas, cognitivas... Y fomentamos buenos h¨¢bitos", explica Ana Garc¨ªa, la subdirectora. Los talleres en los que se afanan van desde la jardiner¨ªa hasta la alba?iler¨ªa o la est¨¦tica.
Jes¨²s es uno de los habitantes de la finca. Lo ten¨ªa claro. Quer¨ªa dejar la droga de una vez. Lleg¨® hace mes y medio, aunque lleva m¨¢s tiempo tratando de conseguirlo. Tiene 22 a?os y es consumidor de coca¨ªna desde los 17. No es muy alto, pero f¨ªsicamente est¨¢ fuerte. Varios pacientes lo est¨¢n, gracias al fomento del deporte y el gimnasio. Hablamos dentro de una peque?a sala: "El problema de la coca¨ªna es que est¨¢ muy buena. Si no nos gustara, no estar¨ªamos aqu¨ª", simplifica. Hace dos meses y medio sufri¨® un craving, un impulso irremediable de consumo, muy dif¨ªcil de controlar. Agach¨® la cabeza y se esnif¨® varias rayas. Sus ¨²ltimos gramos hasta hoy: "La droga es un mundo de mentiras. Crees que puedes salir a la calle con normalidad. No es as¨ª. Sabes que haces mal las cosas. Intentas remediarlo. Pero no puedes".
A pesar del tropiezo, que los terapeutas consideran parte del proceso, Jes¨²s tiene parte de su batalla ganada. "El que no reconoce el problema tiene dos problemas", zanja. Durante una hora larga nos cuenta su historia. Dice que le desahoga. Quiere que su experiencia sirva. Le gustar¨ªa hablar en colegios. Cuenta que lleg¨® a ganar 1.700 euros en una empresa. Destinaba casi todo el sueldo para irse de fiesta. Gastaba hasta 500 euros de una tacada, en una noche. A ese ritmo, para el d¨ªa 10 o 15 del mes ped¨ªa anticipos a su jefe. Otras veces ped¨ªa fiado. O contaba pel¨ªculas: "Ma?ana te lo doy". Los camellos acababan busc¨¢ndole. El padre de Jes¨²s pag¨® "much¨ªsimas veces": 100, 200, 300 euros cada vez. La familia, de clase media, donde padre y madre tienen buenos puestos de trabajo, trataba de atajar el problema.
El verdadero problema de la coca¨ªna es que est¨¢ muy buena. Si no nos gustara, no estar¨ªamos aqu¨ª
Al tiempo que pagaban la coca, intentaban dialogar con su hijo. Pero la paciencia se agotaba. Le advirtieron y lo echaron de casa varias veces. Dos o tres d¨ªas de sufrimiento para ellos, tiempo que Jes¨²s, lejos de utilizarlo para reflexionar, fund¨ªa en su coche, solo, en una espiral de rayas-subid¨®nbaj¨®n, rayas-subid¨®n-baj¨®n... Y vuelta a casa. Discusiones con los padres. Y con su novia, que entr¨® en depresi¨®n. Un d¨ªa, Jes¨²s agredi¨® a su padre. La polic¨ªa apareci¨® en el sal¨®n de una familia. Jam¨¢s pensaron que la coca¨ªna iba a entrar en sus vidas. Le dieron un ultim¨¢tum a su hijo.
"?Vamos, ni?a, vamos!", apremia David S¨¢nchez, educador de la joven Sandra, desde la mitad del pasillo de las habitaciones. Al ser menor de edad, no podemos hablar con ella ni fotografiarla. La adolescente nos tienta a romper el pacto: "Mi madre da permiso".
David improvisa unas preguntas:
-?Cu¨¢nto te doy el co?azo?
-T¨² lo das bastante, y yo m¨¢s.
-?Cu¨¢nto tiempo te queda aqu¨ª?
-Mes y medio.
-?Ha costado, no, ni?a?
-?S¨ª!
-Tienes mucho impulso, mucho genio, ?eh?
-?Todo se supera!
-?Qu¨¦ consum¨ªas?
-THC, coca¨ªna... ?y de todo por ah¨ª!
Resulta una obviedad, pero un adicto no llega a serlo sin una primera experiencia. Esta llega, de media, a los 20 a?os, seg¨²n el Plan Nacional sobre Drogas (PNSD), aunque en lugares como Proyecto Hombre la media de inicio est¨¢ en casi 16 a?os. La primera raya determina mucho su consumo posterior, seg¨²n Carlos Dulanto, m¨¦dico especialista en adicciones desde hace tres d¨¦cadas. Cuando empez¨®, apenas hab¨ªa cocain¨®manos en su consulta, en el centro de Madrid. Hoy son el 80%, un tercio de ellos, mujeres. "La droga gusta en funci¨®n de lo que te solucione. Una persona t¨ªmida que a los 15 a?os se da cuenta de que con dos cervezas en una discoteca es el rey del mambo y se las liga a todas... ya es un candidato a la adicci¨®n".
Con la coca¨ªna, tambi¨¦n: "El d¨ªa que un adolescente ve que con la coca le baja el ceboll¨®n, est¨¢ esp¨ªdico y junta los efectos desinhibidores del alcohol con la euforia de la coca¨ªna, a partir de ah¨ª dice 'esto es Hollywood".
Las campa?as de prevenci¨®n no funcionan, opina Dulanto. "Nadie escarmienta en cabeza ajena", afirma un cocain¨®mano que lleva tres a?os alejado del consumo y que tuvo a su mujer de cabeza durante 14. Aunque no todos los que prueban la coca caen en ella para siempre, s¨ª todos los que se inician aceptan la ruleta rusa, donde prima el aqu¨ª y ahora, y donde el "a m¨ª no me va a pasar nada" o "s¨®lo se enganchan los tontos" son las justicaciones m¨¢s recurrentes, explica Dulanto.
A m¨ª la fiesta me dur¨® dos a?os. Poco a poco me fui quedando solo. Sal¨ªa del trabajo y me iba a pillar
Con la llegada del verano, dice Eusebio Meg¨ªas, de la Fundaci¨®n de Ayuda contra la Drogadicci¨®n (FAD), surge una nueva excusa: "Es un momento de iniciaci¨®n en las drogas, momento en el que se potencia un par¨¦ntesis de responsabilidad". No se sabe cu¨¢ntos espa?oles empezaron en la estaci¨®n estival, pero s¨ª que un 8% de la poblaci¨®n ha probado alguna vez la sustancia, el doble que hace una d¨¦cada. Un 3% la ha utilizado en el ¨²ltimo a?o, y un 1,6%, en el ¨²ltimo mes.
El consumo de coca¨ªna va ligado, pr¨¢cticamente siempre, al de alcohol. En realidad, "un cocain¨®mano puro no existe", asegura Dulanto. En el caso de los adolescentes, a menudo m¨¢s temerosos a la exclusi¨®n del grupo de amigos que a las consecuencias de las drogas, hay datos preocupantes. Si en 1994, uno de cada cinco se hab¨ªa emborrachado en el ¨²ltimo mes, hoy d¨ªa ya son la mitad de los chavales de entre 14 y 18 a?os
los que abusan del alcohol al menos una vez cada 30 d¨ªas, seg¨²n el PNSD. Adem¨¢s, uno de cada cinco no ve peligroso el uso espor¨¢dico de coca¨ªna.
"Con la bebida no es que tenga un problema en s¨ª. A m¨ª lo que me pide el cuerpo es coca¨ªna. Pero no puedo probar el alcohol. Ser¨ªa una reca¨ªda segura en la coca", reconoce Jes¨²s. Se meti¨® su primera raya a los 17, en su estreno en una discoteca. Le gust¨® la experiencia, pero tard¨® un a?o en esnifar la segunda. Sin embargo, la tercera y la cuarta fiesta llegaron enseguida y empez¨® a encadenar fines de semana. Recuerda hab¨¦rselo pasado en grande, quemando las noches de sus 18 y 19 a?os. La fiesta, sin embargo, ten¨ªa fecha de caducidad: "Me dur¨® como mucho dos a?os. Los amigos poco a poco se alejaron. Me fui quedando solo. Empec¨¦ a consumir por mi cuenta. En los parques, en casa, en mi coche". Sal¨ªa del trabajo, se beb¨ªa una cerveza e iba "a pillar". Estaba atrapado. Aislado. Y lleg¨® el ultim¨¢tum familiar.
De aquello hace un a?o. Contact¨® con Proyecto Hombre. Primero lo intent¨® de manera ambulatoria, en centros a los que el paciente adicto acude algunas horas por semana, a terapia. No le funcion¨®. Desde hace mes y medio vive en la finca cercana a Chinch¨®n. Dice que lo suyo no es un vicio, sino una enfermedad. Aunque ¨¦l mismo se lo ha provocado, sus conexiones neuronales, modificadas ya de por vida por culpa del abuso de coca¨ªna, no le dar¨¢n tregua jam¨¢s. Entramos a la Facultad de Psicolog¨ªa de la UNED, en Madrid, donde trabaja e investiga Emilio Ambrosio, catedr¨¢tico experto en adicciones. Lleva a?os experimentando con ratas, similares en su comportamiento a los humanos. En un laboratorio introduce al animal dentro de una urna, donde aprender¨¢ que al pulsar una palanca recibir¨¢ comida. Tras dos semanas, le colocan una sonda en la cabeza y sustituyen el alimento por coca¨ªna. Cada vez que el animal toca esa palanca, una dosis de droga corre desde una jeringuilla hacia un tubito, y de ah¨ª al cerebro. A un 90% le gustar¨¢ la primera experiencia, y cada d¨ªa demandar¨¢ m¨¢s y m¨¢s coca, apretando la palanca con insistencia. A la rata, explica Ambrosio, la coca¨ªna le provoca cambios cerebrales de por vida, igual que a los humanos: "Los cocain¨®manos tienen da?os en la corteza prefrontal, lo que provoca da?os en su toma de decisiones. Nunca se podr¨¢ recuperar el 100%". Por eso, un adicto podr¨¢ aspirar, como mucho, a ser ex consumidor, y una sola raya o una gota de alcohol pueden alterar su capacidad de elegir adecuadamente.
A diferencia de los tratamientos contra la hero¨ªna, que tiene en la metadona un sustituto, las terapias contra la coca se basan en un duro entrenamiento psicol¨®gico. Se trata de preparar al cocain¨®mano mentalmente para que no vuelva a probar esa gotita de alcohol o esa micra de coca que le llevar¨¢n, con seguridad, a las andadas. Apartarla es posible, pero es m¨¢s f¨¢cil cuando detr¨¢s de la terapia hay una base familiar potente. Jes¨²s se emociona cuando recuerda su primer d¨ªa en la calle. Sali¨® unas horas de la finca de Chinch¨®n. Fue con sus padres a un restaurante: "Cuando vino mi padre y me dio un abrazo, fue incre¨ªble... Hac¨ªa muchos a?os que no ve¨ªa eso. El hecho de comer con ellos y hablar... se me hac¨ªa raro. Yo estaba muy nervioso, pero nos comunicamos bien".
Adem¨¢s del apoyo familiar, es indispensable cambiar de vida, dejar atr¨¢s a los viejos amigos consumidores, cambiar de n¨²mero de tel¨¦fono... Si la persona consigue incorporarse al mercado laboral, mejor. Al principio, el dinero debe administrarlo una persona de confianza. Pasos b¨¢sicos que nos cuenta un chico de 35 a?os que hace tres que lo dej¨®.
Seg¨²n ¨¦l, tambi¨¦n es indispensable decir adi¨®s a los lugares conflictivos. No es f¨¢cil, porque la coca¨ªna en Espa?a est¨¢ en todas partes. Bares, pisos, discotecas, amigos de amigos... Y por supuesto, tambi¨¦n
en los poblados marginales, s¨®rdidos y peligrosos, pero abiertos las 24 horas. En el caso de Madrid, personas de todo tipo y condici¨®n acud¨ªan antes a Las Barranquillas a por sus gramos para consumir o menudear en las zonas de marcha de la capital. Hoy, los compradores acuden a Valdeming¨®mez, en la Ca?ada Real. Jes¨²s iba en ocasiones: "Las casas est¨¢n totalmente blindadas. Para entrar atravesaba tres puertas, donde te van dando paso de una a otra estancia. Hasta que llegas al gitano o gitana, que espera en una mesa. Tiene su mont¨®n de coca¨ªna, su pesa, la papela. Le dices las micras que quieres. 'Toma, 40, 100, 200 euros'. Y te vas. La polic¨ªa no puede hacer nada. Nunca me han parado. Y mira que he llegado a llevar 15 o 20 gramos encima". Es decir, entre 900 y 1.200 euros en coca¨ªna. "Lo que no s¨¦", a?ade, "es c¨®mo no me he matado. He tenido varios accidentes. Iba hasta el culo, borracho...", recuerda.
En ese trasiego de coches y cientos de personas que acuden cada d¨ªa al poblado tambi¨¦n estaba ?ngel Verguizas, ex soldado y hoy compa?ero de Jes¨²s y Sandra en la finca de Proyecto Hombre. Aparece sonriente, dispuesto a dar la cara. No es habitual en un gremio, el de los cocain¨®manos, que pide el anonimato por sistema. Vestido con bermudas y camiseta verde clara, ?ngel hace memoria: "Iba a Valdeming¨®mez con mi cabo de la Brigada Paracaidista. Es un sitio asqueroso. Est¨¢n todos los yonquis pidi¨¦ndote. 'Que te pires', les dec¨ªamos. Y los gitanos gritaban, '?entra aqu¨ª!'. Mi cabo conoc¨ªa a La Pelona, una gitana del poblado. Era una vieja gorda, con el pelo muy largo. Por fuera son chabolas, pero por dentro tienen unas cacho casas que te quedas loco. Flipas, todo de madera, teles gigantes, cochazos... Ten¨ªa coca¨ªna por un tubo, en una caja enorme, llena de pelotas como de billar. Un desfase".
Angel debut¨® en la coca¨ªna a los 16 a?os. Tambi¨¦n es adicto a la marihuana, con la que empez¨® a los 13. Hoy tiene 21. El pasado septiembre dej¨® el Ej¨¦rcito. No le renovaron, tras tres an¨¢lisis positivos de drogas. De "los paracas", ?ngel recuerda las interminables noches de alcohol, porros y coca¨ªna en el acuartelamiento de Paracuellos del Jarama, junto a sus antiguos compa?eros. Pero tambi¨¦n se le ha quedado grabado el desierto de Herat, en Afganist¨¢n. All¨ª estuvo cuatro meses, en 2007, en la base Pr¨ªncipe Lepanto. En las salidas vio morir a dos compa?eros y a familias enteras despedazadas: "Los americanos no preguntan. Lanzan un misil contra un edificio y luego nosotros lleg¨¢bamos a ayudar, con las mantas". ?ngel recuerda a los ni?os afganos: "Pobrecillos, no tienen nada. Ven¨ªan con ' chas de hach¨ªs como ladrillos a cambio de una latita o una barrita de turr¨®n". Seg¨²n ?ngel, la permisividad con las drogas en el Ej¨¦rcito es alta. A su cabo le despidieron cuando hubo un relevo del teniente coronel. Acumulaba quince positivos: "Algo har¨ªa el cabr¨®n para escaquearse antes. Creo que los mandos saben que hay mucho consumo. Pero les conviene. As¨ª tambi¨¦n tienen ellos. Saben qui¨¦n lo tiene y en vez de arrestarle, le piden". Pero ese mirar para otro lado, esa aceptaci¨®n social que describe, no es exclusiva de los militares, sino en general de la sociedad, seg¨²n muchos expertos en coca¨ªna: "Afecta a todos los gremios por igual: taxistas, fontaneros, pol¨ªticos, deportistas, periodistas, m¨¦dicos...". As¨ªa hasta el infinito.
Cuando ?ngel se qued¨® sin trabajo, se le present¨® un problema: ?c¨®mo afrontar sus adicciones sin dinero? Tuvo suerte de no meterse en problemas penales, aunque su historial d¨¦ para un telefilme: rob¨® joyas a su madre. Le echaron de casa. Durmi¨® cuatro meses en cajeros autom¨¢ticos de Madrid; atrac¨® a turistas en las callejuelas pr¨®ximas a la Puerta del Sol; robaba en casas y supermercados con sus amigos; sorprendi¨® a veraneantes en las tumbonas de Benidorm, atac¨¢ndoles por la espalda, ahog¨¢ndoles lo justo para atontarles y llevarse sus carteras; y sali¨® huyendo cuando vio morir a un "colega" que cay¨® a las v¨ªas desde un puente cuando iban a por droga al poblado de Pitis (Madrid).
Un adolescente que pierde la timidez gracias a un primer consumo de coca¨ªna es candidato a ser adicto
El terreno de la finca donde los adolescentes tratan de desengancharse es inmenso, dividido en dos centros, Los ?lamos y El Bat¨¢n, pegados entre s¨ª. Solamente hay menores de edad en el primero, donde vive Sandra.
En el segundo son todos adultos, aunque hay chavales de 22 a?os con un largo historial adictivo, como Jes¨²s. Junto a ¨¦l viven personas de 40 y 50 a?os, m¨¢s castigadas. "Cuando los chavales miran a esa gente quedan impactados. Aunque en realidad no se identifican con ellos, porque no creen que puedan llegar a esa situaci¨®n", explican los educadores. Los padres, dicen, llegan desesperados. Aunque el adolescente, coinciden los terapeutas, tiene que estar convencido de que tiene un problema. Si no, es muy dif¨ªcil resolver nada.
Tras medio a?o internos, los pacientes pasan a un seguimiento ambulatorio. Es el caso de un chico que se deja fotograf¨ªar, pero que prefiere dejar su verdadero nombre a un lado. No le importa que sus conocidos le vean. Pero no quiere que, en el futuro, un buscador de Internet relacione su verdadero nombre con su cara y este reportaje. Por eso nos pide que le llamemos James King. ?l representa la fina l¨ªnea hacia la delincuencia:
"Un d¨ªa vaci¨¦ el joyero a mi madre. Me dieron 5.000 euros. Me compr¨¦ un mont¨®n de coca¨ªna y me fui de juerga con mis amigos. Un desfase total. Se empieza as¨ª, robando un anillo. O un collar. Siempre algo peque?ito. Luego va en escala. Tambi¨¦n rob¨¦ a mi abuela. Recuerdo perfectamente el d¨ªa que entr¨® en mi habitaci¨®n: '?qu¨¦ ha pasado con todas las joyas de la bisabuela?'. Se puso a llorar. Le hice much¨ªsimo da?o", cuenta en la sede de Proyecto Hombre en Madrid. Este madrile?o, de 22 a?os, pas¨® 14 de ellos, los de su infancia y adolescencia, viviendo en EE UU. All¨ª prob¨® alcohol, marihuana y pastillas. Y all¨ª debut¨® en la coca a los 18. Dos a?os despu¨¦s se sinti¨® atrapado: "Estaba en la universidad y hac¨ªa pr¨¢cticas en una empresa muy buena. Estaba muy contento laboralmente. Pero consum¨ªa demasiado. Sab¨ªa que deb¨ªa dejarlo. Pero no hac¨ªa otra cosa que consumir y buscar dinero. Un d¨ªa llam¨¦ a mi t¨ªa en Espa?a. Quer¨ªa abandonar Estados Unidos". A James, la huida le pareci¨® la soluci¨®n. Pero sus buenas intenciones le duraron un mes en Madrid. "Me met¨ª de relaciones p¨²blicas en una discoteca, por las noches. Se me volvi¨® a ir de las manos. Comparado con EE UU, en Espa?a la coca¨ªna est¨¢ en todas partes".
Cuando la coca¨ªna escapa del control de una persona, el empleo entra en peligro. Lola (nombre ficticio), de 29 a?os, es una de las pocas mujeres pacientes de Proyecto Hombre. Seg¨²n el PNSD, hay la mitad de chicas consumidoras que chicos en el tramo de 15 a 34 a?os de edad. Ella empez¨® a los 16, y durante mucho tiempo la coca no le dio problemas. Trabaj¨® en una farmacia durante cinco a?os. Un d¨ªa, su jefa dijo basta. Lola acumulaba faltas tras noches de juerga junto a su novio, tambi¨¦n consumidor. Cuando le dieron el finiquito de 12.000 euros, el dinero le dur¨® mes y medio. Pag¨® sus deudas y las de su pareja, con el que actualmente ya no sale. El resto se lo ventilaron en porros y coca¨ªna. Un d¨ªa ech¨® mano de una cuenta bancaria familiar. Le pillaron: "Consumo coca¨ªna", reconoci¨®. Su madre se derrumb¨®. James y Lola robaban en casa. Pero hay otros que, llegado el caso, dan el salto a los atracos en la calle. Unos, con m¨¢s "suerte" que otros. A ?ngel, el militar, nunca le pillaron. A otros, como Javier (nombre inventado), s¨ª. Acaba de salir de la c¨¢rcel, tras dos a?os. "Sal¨ªamos de $ esta, nos qued¨¢bamos sin dinero y para seguir consumiendo rob¨¢bamos". Tiene 22 a?os. Le encausaron en 2006. Pero no ingres¨® en prisi¨®n hasta 2008: "La espera fue horrorosa. Cada d¨ªa era el ¨²ltimo. Me tir¨¦ dos a?os a tope". Reconocer la culpa parece aliviarles. "Me da mucha verg¨¹enza contar todo lo que he hecho, pero no me da miedo reconocerlo. Lo hecho, hecho est¨¢. No puedo sufrir por el pasado.
Estoy orgulloso de estar aqu¨ª. Quiero volver al Ej¨¦rcito. De momento he perdido mi sue?o por culpa de esta mierda. Quiero ser sargento. Me estoy sacando la ESO aqu¨ª, en la finca. Sue?o con ir a Zaragoza, a la academia. Y despu¨¦s a A Coru?a, a la infanter¨ªa de marina", se?ala ?ngel. Para conseguirlo, ?ngel sabe que tiene que vencer las debilidades. Un compa?ero suyo, al que llamaremos Ismael, de 22 a?os y siete como cocain¨®mano, tambi¨¦n lo reconoce. Intenta por primera vez desengancharse.
Empez¨®, como tantos, en verano, en un viaje con un amigo a la playa. "Hay mucha gente con 40 a?os que ha hecho varios programas y ha reca¨ªdo varias veces. ?Por qu¨¦ no me va a pasar a m¨ª?", teme. La "gente" de la que habla la encontramos en el Centro de Asistencia Integral al Cocain¨®mano (CAIC), en Madrid, donde tratan de desengancharse personas de hasta 60 a?os, seg¨²n nos explica su coordinador m¨¦dico, Diego Urgel¨¦s. La tasa de ¨¦xito es del 50%, "muy alta", dice.
De all¨ª sali¨®, hace tres a?os, Valent¨ªn. Y all¨ª conocemos a Pedro. Son nombres inventados para dos personas reales. Una tiene 35 a?os. La otra, 43. Valent¨ªn cuenta que salir de la droga es posible. Se le nota fuerte mentalmente. Lo ha conseguido. Pero Pedro asegura que no es tan sencillo. Su historial es similar al de los chavales de la finca de Chinch¨®n: "Empec¨¦ con el alcohol y los porros a los 13. Con el tiempo lo prob¨¦ todo: tripis, anfetas, hero¨ªna y coca. Con 22 a?os estaba muy enganchado al caballo. A los 24 hice mi primera terapia de desintoxicaci¨®n. Fui de centro en centro, hasta que cumpl¨ª 30 a?os. Hace cuatro meses, volv¨ª a ingresar".
Sandra marcha a merendar y aprieta las manos de los periodistas: "Entrad en mi habitaci¨®n si quer¨¦is, para que la ve¨¢is", invita. La estancia es sencilla y luminosa. Una cama, un armario, todo ordenado, paredes limpias. Desde la ventana se ve la piscina, y los ¨¢rboles se balancean con el viento. Su educador nos cuenta, m¨¢s tarde, que la chica teme terminar la terapia y volver a su ciudad, donde deber¨¢ enfrentarse a malas compa?¨ªas que podr¨ªan hacerle recaer. La esperanza para ella depende bastante de que entienda y recuerde una frase colgada en la pared de la finca Los ?lamos: "T¨² eres el ¨²nico culpable de casi todo lo que te sucede". Es la hora de merendar. En el comedor, a Sandra le espera un bocadillo de nocilla.
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