Qu¨¦ mayores nos hacemos, doctor
Sin¨¦ad O'Connor conserva la voz, pero ha perdido la intenci¨®n y la furia
Primera constataci¨®n, nada m¨¢s asomar por la Puerta del ?ngel esta mujer con t¨²nica y pantalones fucsia: la dublinesa Sin¨¦ad O'Connor se ha dejado crecer un poco el pelo, luce algo m¨¢s corpulenta y se encuentra a unos cuantos a?os luz de aquella Venus pla?idera que hace un par de d¨¦cadas sobrecogi¨®, abrum¨® y hasta erotiz¨® a toda una generaci¨®n al comp¨¢s de Nothing compares 2U. Es un fastidio certificar el instinto depredador e implacable del calendario, doctor, y m¨¢s a¨²n reparar en que nadie sale indemne de tal zarpazo. F¨ªjese en Prince, el autor de aquel temazo: era un genio y ahora es solo un estrafalario papanatas. Y qu¨¦ decir de los dem¨¢s, torpes y zopencos; ni rastro de los chavalines que por 1990 nos encontr¨¢bamos en perfecta disposici¨®n de causar estragos.
Llaman ac¨²stico a lo que deber¨ªan denominar limitado, p¨ªrrico
Segunda constataci¨®n, amigo psiquiatra, antes de que nos trinque usted por el pescuezo: quien tuvo, retuvo. Aunque sea un poquito. Canta Sin¨¦ad y, uhm, claro que nos reconocemos en esa voz luctuosa y dolorida que simboliz¨® la rebeld¨ªa, la feminidad concienciada, la capacidad para pisar callos y meter el dedo en el ojo. Solo que ahora suena m¨¢s sosegada, reacia al aspaviento, como si hubiera menos motivos por los que enfurru?arse. ?De veras los hay?
Y tercera constataci¨®n, al menos por ahora: esto de los formatos ac¨²sticos es un rollo. Sobre todo porque la definici¨®n no se ajusta a un empe?o musical, sino eufem¨ªstico. Llaman ac¨²stico a lo que deber¨ªan denominar exiguo, limitado, p¨ªrrico. No se trata de evitar instrumentos que precisen de electricidad, sino de aplicar unos recortes de personal con los que D¨ªaz Ferr¨¢n levitar¨ªa de la emoci¨®n. Jeff Tweedy, Adriana Calcanhotto o Marianne Faithful ya vinieron solos o muy poco acompa?ados, y Roger Hodgson har¨¢ otro tanto esta noche. ?Es que nadie puede encontrarles unos pasajes de avi¨®n a buen precio?
Ser¨¢ por la crisis o para no tener mucha gente con quien discutir en la furgoneta, doctor, pero O'Connor se present¨® con el ¨²nico respaldo de dos guitarristas, Steve Cooney y Kieran Kiely, este tambi¨¦n responsable de alg¨²n que otro teclado. "En este formato no me hace falta gritar tanto", objetaba. Suena a excusa poco elaborada, porque a ratos se echa de menos, y mucho, el abrazo de un contingente instrumental sensiblemente m¨¢s nutrido.
Pero esto es lo que hay, as¨ª que la O'Connor ac¨²stica -o desasistida- se convierte en una cantautora esforzada que desgrana un repertorio irregular y lo engalana con alg¨²n ramalazo c¨¦ltico. Los festivaleros m¨¢s norte?os recordar¨¢n la melena ensortijada y entrecana de Cooney -su marido- en las filas de aquella gran banda de folclore irland¨¦s, Stockton's Wing. Y como a ratos Kiely desenfunda su low whistle, la flauta grave del pa¨ªs, nos sentimos inmersos en un pl¨¢cido recorrido por la campi?a de la verde Er¨ªn.
Pero no parece suficiente, la verdad. El discurso queda restringido y la expresividad, limitada. Hay momentos casi procesionales (Something beautiful) o de belleza ext¨¢tica, como ese The healing room que recuerda hasta en el t¨ªtulo al Van Morrison de Veedon fleece. En Never get old, la voz gravita por vez primera como una plegaria sentida y muy rica en matices. En cambio, los originales m¨¢s enrabietados y furibundos (The emperor's new clothes, Three babies) parecen una bebida carb¨®nica a la que hemos aflojado el tap¨®n. La intenci¨®n primigenia se desvanece entre pl¨¢cidos arpegios de parroquia.
Hubo algo de estopa vaticana, como la peque?a maldad de dedicarle The times they are a-changin' a la Santa Sede, pero hasta en eso se nos ha dulcificado en demas¨ªa. No se trata de andar rompiendo la foto de nadie, pero tampoco de que el resto de dedicatorias tuvieran a su esposo y cuatro reto?os como ¨²nicos destinatarios. Ya lo ve usted, doctor: el tiempo hace estragos. Y parece que no hay pastilla para remediar esto de hacernos mayores.
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