Regular no es destruir
El toro, fiero animal, m¨ªtico y m¨¢gico de la Europa mediterr¨¢nea, ha formado parte de la cultura ancestral de los pobladores de la pen¨ªnsula ib¨¦rica, cuya forma recuerda la de su piel desollada. El transcurso del tiempo, sin embargo, ha transmutado el rito en espect¨¢culo, humanizando lo que en principio fue religioso. Ahora bien, como cualquiera otra actividad humana tiene sus entusiastas y sus detractores, radicales porque despierta significados ocultos en el subconsciente colectivo y levanta pasiones, irracionales por definici¨®n, sean en su pro o en su contra. El Parlamento suprimi¨® las corridas en Catalu?a, como ya sucediera en nuestro archipi¨¦lago canario aunque con otras connotaciones. A tal efecto, se permiti¨® a algunos de los representantes del pueblo una ilusoria libertad de voto que a nadie puede enga?ar, pues se trata de un truco del Partido Socialista para no comprometer en esta lidia parlamentaria su cercano futuro electoral. Esa libertad otorgada les viene de la propia Constituci¨®n (y sus desarrollos estatutarios) donde se proscribe el "mandato imperativo" al uso, que en la realidad impone la "disciplina de partido". No parece dudoso que las comunidades aut¨®nomas han asumido la competencia para regular los espect¨¢culos p¨²blicos que en ellas hayan de celebrarse, pero regular supone impl¨ªcitamente conservar lo que se regula, no destruirlo. Solo as¨ª se respeta la libertad, aun cuando toda regulaci¨®n conlleve limitaci¨®n. Para comprender cuanto digo invito al lector a que imagine otros espect¨¢culos, el cine, el teatro, los conciertos, el circo o cualesquiera manifestaciones deportivas, y muy especialmente el boxeo.
Respetemos la libertad sin imposiciones que manchan la convivencia
Nadie entender¨ªa hoy (ayer y anteayer, s¨ª) que una ley de quien fuere competente prohibiera las representaciones esc¨¦nicas en bloque y ni siquiera en aspectos sectoriales como la zarzuela, la ¨®pera, la revista o cualquier otro tipo de funci¨®n, ni que eliminara los rings de la lucha libre o hiciera desaparecer las carpas bajo cuyas lonas exponen la vida tantos artistas y se juega con animales enjaulados cuya sumisi¨®n se consigue con un proceso educativo muy duro y a veces cruel.
Desde esta perspectiva, suprimir el objeto de lo que ha de ser regulado por el legislador auton¨®mico, catal¨¢n en este caso, atenta contra la libertad personal que la Constituci¨®n proclama desde el primero de sus art¨ªculos y que luego garantiza como derecho fundamental, un derecho esencial pero poli¨¦drico, "uno de los m¨¢s preciosos dones que a los hombres dieron los cielos", como explica don Quijote a Sancho. En consecuencia, la competencia por raz¨®n de la materia no puede amparar tama?o desafuero. En la vida real no valen las abstracciones, ni los conceptos son unidimensionales sino complejos, con muchas facetas. En la tauromaquia hay espect¨¢culo con sangre, sufrimiento y muerte pero tambi¨¦n arte, el arte de C¨²chares, valor, ritmo y gracia, belleza en suma y reconocimiento de la dignidad del toro de lidia, producto ecol¨®gico y muestra de la biodiversidad. Al toro le conviene tambi¨¦n tal que al hombre la calificaci¨®n de Heidegger como "ser para morir". Y en fin, hay un p¨²blico. Sin ¨¦l las corridas como espect¨¢culo no podr¨ªan existir. La gente es un elemento esencial. Ese p¨²blico no es una masa sin rostro, un gent¨ªo vociferante a veces y otras en silencio, un silencio estremecido cuando la lidia se sublima en belleza o ronda la muerte. Es una suma de personas cuyo denominador com¨²n es la afici¨®n, el gusto por la fiesta y su deseo de estar all¨ª, respetable como el distanciamiento, la indiferencia o la aversi¨®n de quienes se quedan fuera del coso. En nombre de esa divisi¨®n de opiniones, de esa bendita heterogeneidad social y cultural, sentimental tambi¨¦n, base del pluralismo pol¨ªtico, tengamos la fiesta en paz y respetemos la libertad de ir y de marchar, de estar y de quedarse, sin imposiciones ni tr¨¢galas que manchan y degradan la convivencia democr¨¢tica.
La democracia es un conjunto de valores, m¨¢s que una forma de gobierno. Lo dijo Woodrow Wilson, presidente de EE UU y hombre de nobles ideales, a principios del siglo XX. La convivencia aut¨¦nticamente democr¨¢tica exige el reconocimiento del otro, ese tan distinto de m¨ª, no como enemigo y ni siquiera como rival por el poder, sino como compa?ero, como alguien necesario para andar el camino y que mi vida tenga sentido pleno. Dejemos, pues, a quienes defienden o atacan la fiesta de los toros en su debate sin fin pero sin acudir al remedio f¨¢cil de prohibir lo que nos disgusta como individuos o como grupo. Eso se ha llamado desde antiguo censura y exhala un inconfundible tufo totalitario.
Rafael de Mendiz¨¢bal Allende es magistrado em¨¦rito del Tribunal Constitucional y acad¨¦mico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislaci¨®n.
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