Los ¨²ltimos del lugar

Peter Dobson no puede con el dichoso lumbago. Hoy no ha ido a trabajar. Los perros ladran y no se cansan. Quiz¨¢ luego, cuando el sol se vaya, Peter baje al r¨ªo. En su pueblo, Las Ruedas de Enciso, en La Rioja lindando con la provincia de Soria, el barro se pega a los zapatos. La humedad y el tiempo han mordisqueado las casas que los vecinos fueron abandonando como oli¨¦ndose el final. Hoy, Peter (56 a?os, rubio tirando a pelirrojo, melenudo, ingl¨¦s, voz gutural, atento) es el ¨²nico habitante. Lleg¨® hace 18 a?os y ya no se ha movido, aunque lo tendr¨¢ que hacer a finales de verano. Es la fecha prevista para que el agua de la presa que est¨¢n construyendo se trague el pueblo de un sorbo. Peter intent¨® hacer una huelga?de hambre y nadie le apoy¨®. Una viga enorme en un cami¨®n se carg¨® la iglesia y nadie protest¨®. Las tierras se expropiaron hace unos diez a?os. Las casas, hace unos meses. Peter resiste sin luz y sin electrodom¨¦sticos, aunque hoy prefiere no hablar por el dolor de lumbago, que al final solo da un d¨ªa de guerra. A la ma?ana siguiente, al tajo: Peter trabaja como top¨®grafo en la obra que destruir¨¢ su pueblo.

En Cer¨¦sola (Huesca) hubo electricidad de 1926 a 1938. Ya no. Luis se apa?a con placas solares y un motor

"Nadie se preocupa de los pueblos peque?os, sino de las ciudades, donde hay votos", se queja Dalmiro

"?C¨®mo les voy a tener miedo a los lobos, si no hay mayor loba que yo?", pregunta Teresa, de 81 a?os

"Las zonas rurales no pueden pensar en grandes inversiones, s¨ª en servicios sociales", dice un alcalde

-Me da pena, pero ya lo tengo asumido. Tuve un maestro que me ense?¨®: el Jordi. He sido camarero, alba?il, y hace 14 a?os empez¨® la obra de la carretera y ya me met¨ª. Este es el sitio donde m¨¢s tiempo he vivido. A veces pienso lo similar que es el murmullo del r¨ªo al ruido de los coches.

El mundo rural ve c¨®mo la sociedad le hace cortes de manga. La Tierra se convierte en cemento: en 2050 solo el 14% de los habitantes de los pa¨ªses desarrollados vivir¨¢n en zonas rurales. Una forma de vida que se extingue. En Espa?a tambi¨¦n hay datos poco optimistas: seg¨²n el Instituto Nacional de Estad¨ªstica (INE), existen 1.253 localidades (llamadas oficialmente singulares) donde vive una sola persona. De todas formas, el n¨²mero no puede tomarse al pie de la letra, pues puede que ninguna de esas personas viva realmente en el n¨²cleo aunque est¨¦n empadronadas. Y es imposible saber cu¨¢ntos pueblos est¨¢n habitados por una sola familia. Ante tal realidad desdibujada por las cifras, esta revista se propuso recorrer el pa¨ªs para poner cara a los que aguantan siendo los ¨²ltimos.

Solos por el tema de siempre: la despoblaci¨®n. Espa?a ha ido reforzando un patr¨®n geogr¨¢fico de claro contraste entre las zonas centrales de la Pen¨ªnsula, m¨¢s vac¨ªas, y las perif¨¦ricas. El ge¨®grafo experto en temas rurales ?ngel Paniagua, perteneciente al CSIC, ha estudiado el fen¨®meno y asegura que la poblaci¨®n rural (localidades con menos de 2.000 habitantes) baj¨® en Espa?a?entre 1960 y 2005 (del 34,5% al 15,3%). Paniagua explica que este fen¨®meno de pueblos tan peque?os se da fundamentalmente en tres zonas: noroeste de Espa?a (Galicia y Asturias), debido a un tipo de poblaci¨®n dispersa; en provincias de Castilla y Le¨®n con peque?as localidades afectadas por la despoblaci¨®n, y en zonas monta?osas de dif¨ªcil acceso, como los Pirineos. Todas son zonas de la mitad norte del pa¨ªs. ?Y en el Sur? Es m¨¢s dif¨ªcil. Paniagua reconoce que el sistema de poblaci¨®n en Espa?a viene de la reconquista emprendida por los Reyes Cat¨®licos en el siglo XV. Fue entonces cuando se repobl¨® masivamente con cristianos una regi¨®n dominada por ¨¢rabes durante ocho siglos. En Andaluc¨ªa tambi¨¦n ha triunfado durante el siglo XX, seg¨²n Paniagua, el modelo de agrociudad: pueblo grande donde el campo y lo urbano est¨¢n mezclados.

La culpa de la desbandada fue de la miseria. El campo inici¨®, con los rigores de la posguerra, un ¨¦xodo que llen¨® los centros industriales y econ¨®micos que fueron los grandes protagonistas del desarrollismo: Madrid, Barcelona y el Pa¨ªs Vasco. En muchos otros casos, el destino no era la gran urbe, sino la capital comarcal. Por ejemplo, Ponferrada en el Bierzo de Le¨®n y Sabi?¨¢nigo en el Prepirineo de Huesca. Casi megal¨®polis para esos nuevos pobladores.

El d¨ªa amanece fresco en Sabi?¨¢nigo. Esta localidad creci¨® a partir de los a?os cincuenta al acoger a muchos de los vecinos de los 74 n¨²cleos de poblaci¨®n que esconde en sus 586 kil¨®metros cuadrados de t¨¦rmino municipal, uno de los m¨¢s grandes de Espa?a. Hoy tiene 9.500 habitantes y un 18% de extranjeros, entre los que se encuentran muchos marroqu¨ªes. Se les ve en grupo a la hora del caf¨¦ en un bar. Entran trabajadores de los bancos y las tiendas cercanas. A eso de las once de la ma?ana, la ciudad ya est¨¢ a pleno rendimiento. Si uno camina un poco, puede ver el humo denso que expulsan las f¨¢bricas desde el pol¨ªgono industrial.

Luis Grasa tiene 58 a?os, el pelo revuelto y las manos en los bolsillos. Nunca se ha querido ir de Cer¨¦sola, una pedan¨ªa de Sabi?¨¢nigo donde el campo es muy verde y las cumbres est¨¢n coronadas por nubes. Luis ha visto pasar generaciones de vecinos que nac¨ªan, crec¨ªan y marchaban. Hasta que se ha quedado solo. Desde la carretera hay que tomar un camino del demonio, sin asfaltar, de cinco kil¨®metros que parecen 30. Incluso aparece de repente en mitad de la vereda un salto de agua que el coche de ciudad no se atreve a cruzar. Los edificios de Cer¨¦sola est¨¢n inconexos. El pajar est¨¢ derruido, la antigua escuela no tiene techo y la otra escuela que se empez¨® a construir durante la Guerra Civil nunca se termin¨®. Aqu¨ª vivieron en el siglo XX m¨¢s de 150 vecinos. Ahora quedan en pie las propiedades de Luis (una casona de piedra y dos naves con 500 ovejas) y la iglesia rom¨¢nica, cuyas pinturas se llevaron las autoridades al Museo Diocesano de Jaca en 1965. El templo est¨¢ en buenas condiciones y la ¨²nica banca que queda est¨¢ cubierta por un pl¨¢stico. Luis es t¨ªmido, pero no se puede decir que no est¨¦ en el mundo:

-He nacido aqu¨ª, y aqu¨ª acabar¨¦ mis d¨ªas, aunque ya estoy un poco harto de un trabajo que te da un mal jornal. Es muy sacrificado, pero tampoco me puedo ir a trabajar a otro sitio. ?Ad¨®nde voy con 58 a?os?

Ser¨¢ solitario, pero est¨¢ casado con Mari Carmen (una barcelonesa que dej¨® la gran ciudad por amor) desde 1988. Tienen dos hijos adolescentes. Ya en esa ¨¦poca compraron un piso en Sabi?¨¢nigo. Como hicieron en toda Espa?a en los ochenta y noventa muchos de los que viv¨ªan en pueblos: una casa en la capital por lo que pudiera pasar. Y all¨ª vive ella con los chicos porque el trayecto hasta el instituto de Sabi?¨¢nigo en invierno por el camino de tierra hasta la carretera (nieve, lluvia) puede ser una odisea. Luis prefiere quedarse en Cer¨¦sola a tener que ir y venir a diario. Ve a su familia los fines de semana y algunos d¨ªas sueltos. El m¨®vil y el todoterreno son la salvaci¨®n.

En Cer¨¦sola no hay luz, pero la hubo. El tendido el¨¦ctrico lleg¨® en 1926, y en septiembre de 1938, guerra mediante, dej¨® de funcionar. Luis se apa?a con unas placas solares y una instalaci¨®n de un convertidor de 1.200 vatios y un motor. Para la lavadora,?la tele, el frigor¨ªfico. Dos o tres d¨ªas por semana baja a Sabi?¨¢nigo a llevar los corderos al matadero y alg¨²n d¨ªa baja a dormir tambi¨¦n. Por estar un rato con la familia. Algunos fines de semana hay visita. Hermanos, primos, cu?ados...

En el Bierzo hace una brisa que mueve las ramas. La carretera serpenteante no es apta para est¨®magos urbanitas. El GPS da error de se?al. Un cartel: "Firme en mal estado. Circule con precauci¨®n". El sol va matizando una orograf¨ªa a veces dura, a veces verde, que deja ver un horizonte como de monta?a rusa. En Cruces viven tres personas desde 1975: Dalmiro y Pepe Barreiros, hermanos, de 72 y 80 a?os, y Herminia, de 75 a?os, casada con el primero.?No tienen coche ("Me daba miedo estudiar", responde Dalmiro), pero les falta lo principal: lo que el estudio La poblaci¨®n rural de Espa?a. De los desequilibrios a la sostenibilidad social (editado por La Caixa, 2009), dirigido por Luis Camarero, director del departamento de teor¨ªa, metodolog¨ªa y cambio social de la UNED, denomina generaci¨®n soporte. Esas personas en torno a los 40 a?os, hijos de los que no se fueron durante el ¨¦xodo y que por su edad activa y su importancia en los cuidados de los mayores son cruciales, ya que, seg¨²n este informe, m¨¢s de uno de cada seis habitantes rurales es mayor de 70 a?os.

Dalmiro pasa el tiempo cultivando patatas, trigo, cebada (para comer). Las gallinas dan huevos (para comer). Hasta el a?o pasado tuvieron cerdos (para comer), pero ya no porque no existen matarifes en la zona. Econom¨ªa de subsistencia. As¨ª est¨¢ la cosa. Llega Herminia, con ganas de pegar la hebra. Tiene pocos dientes: "?Y c¨®mo es Madrid? ?Ustedes tienen se?oras?". Es lo ¨²nico que habla. Coge le?a.

Los inviernos son duros. Si nieva mucho, se quedan sin ver a nadie porque no pueden salir. Nadie: menos de lo que ven normalmente. A veces Dalmiro anda camino abajo hasta Albaredos, otro pueblo a poco m¨¢s de un kil¨®metro de Cruces, donde vive sola Teresa, con 85 a?os y una capacidad incre¨ªble para relatar como un cuento lo que le ha pasado en la vida. Su hija est¨¢ en Ponferrada, pero viene a Albaredos todos los fines de semana. Para echarle un vistazo a su madre. Por si le ocurre algo.

-Y digo yo: ?qu¨¦ me va a pasar? No puedo vivir en otro sitio. Aqu¨ª hay lobos, ?pero c¨®mo les voy a tener miedo si no hay mayor loba que yo? Le rezo a san Cosm¨ªn todos los d¨ªas y me ha hecho muchos milagros. Soy mayor o anciana, no vieja.

Todo tiene un l¨ªmite para Dalmiro. Dice que nadie se preocupa de los pueblos peque?os. Solo de las grandes ciudades, donde hay votos. "Pero lo que yo digo es que todos somos personas".

Cuando Espa?a vivi¨® la revoluci¨®n de las comunicaciones, en la d¨¦cada de 1980, dej¨® a estas zonas de lado. Autov¨ªas y autopistas vertebraron las ¨¢reas urbanas, los pueblos grandes, los lugares donde pasaba gente. En territorio en continua despoblaci¨®n, nada de flamantes v¨ªas. La orograf¨ªa fue un obst¨¢culo. Es un c¨ªrculo vicioso: si no hay vecinos, no hay infraestructuras ni servicios, pero si no hay infraestructuras ni servicios, los vecinos terminan huyendo.

Tampoco pueden invertir demasiado los Ayuntamientos, que no andan precisamente nadando en oro. Jes¨²s Lasierra, alcalde de Sabi?¨¢nigo, explica que existe un fondo que se reparte entre las pedan¨ªas en funci¨®n de lo que necesiten, de la poblaci¨®n y de la distancia a Sabi?¨¢nigo (farolas, asfalto, tendido el¨¦ctrico). Alfredo de Arriba, regidor de Barjas, el municipio del que depende el pueblo de Dalmiro, le da vueltas a?la cabeza: "Los alcaldes de las zonas rurales no podemos pensar en grandes inversiones, pero s¨ª podemos ofrecer servicios sociales. Como el coche que ponemos a disposici¨®n de estos tres vecinos para que acudan al centro de salud, a renovar el DNI o al especialista del hospital de Ponferrada".

El estudio de La Caixa puntualiza: "Las ¨¢reas rurales funcionan hoy en la medida en que la movilidad es posible, y se puede acceder a otros mercados de trabajo fuera de la localidad, y permite el asentamiento de residentes y el desarrollo de actividades productivas hasta ahora poco presentes". El programa Proder, con fondos europeos, estatales y auton¨®micos, lleva desde los noventa repartiendo subvenciones para promover actividades empresariales diversificadas. El alcalde De Arriba conf¨ªa en que la crisis sirva para tomar conciencia del campo.

Porque donde hay riqueza hay poblaci¨®n. El turismo de aventura lleva dos d¨¦cadas salvando a pueblos enteros en Arag¨®n. La Asociaci¨®n de Empresas de Turismo Deportivo Arag¨®n (TDA) registr¨® el a?o pasado m¨¢s de 200.000 actividades y factur¨® m¨¢s de siete millones de euros. Luis P¨¦rez, alcalde de Murillo de G¨¢llego, recuerda en el peri¨®dico El Heraldo de Arag¨®n: "?ramos un pueblo abocado a quedarse sin gente. Nos ¨ªbamos en busca de otra forma de subsistencia hasta que el rafting nos devolvi¨® la vida". En 10 a?os, Murillo ha incrementado su poblaci¨®n en unas 30 personas, en su mayor¨ªa j¨®venes. Y eso ha llevado a la restauraci¨®n de parte del patrimonio.

Elma Andr¨¦s compr¨® hace 12 a?os una finca en R¨ªo de Porcos, un pueblo min¨²sculo dependiente del concejo de Ibias (Asturias), y la reform¨®. Vive con Roberto, su compa?ero, y Lia, su hija de nueve a?os. Les da de comer el campo y varias habitaciones que alquilan como turismo rural. Son la evoluci¨®n del neohippy de los setenta. A R¨ªo de Porcos solo se puede acceder desde Galicia. Se deja el coche en una pista de tierra y se cruza un puente de madera al estilo Indiana Jones sobre el r¨ªo Navia. El puente vibra, se mueve. Despu¨¦s, ya en territorio asturiano, hay que subir la ladera de un monte y luego (sudores) subir m¨¢s. La casa de Elma est¨¢ ah¨ª: impecable, nueva.

-Nos somos unos olvidados. A lo mejor quisimos que nos olvidaran.

Quisieron que pasaran de ellos, pero han necesitado a la Administraci¨®n. Y han encontrado muchas trabas. Primero, Elma pidi¨® que le asfaltaran la pista al otro lado del r¨ªo para que no se convirtiera en un lodazal en invierno, pero el consistorio le contest¨® que no: aunque sea el ¨²nico acceso a su pueblo, en Asturias, el camino pertenece a Galicia (y esta comunidad, como todas, no va a emprender una obra para el disfrute de los habitantes de otra regi¨®n). Segundo, no les pod¨ªan poner contenedores de basura porque se los ten¨ªan que dejar en territorio gallego. Al final accedieron, pero vienen a recoger la basura cada 15 d¨ªas. Tercero, hasta hace un mes la televisi¨®n se?ve¨ªa cuando le daba la gana debido a la mala se?al del repetidor. Despu¨¦s de plantarse en el Ayuntamiento, le han subvencionado una parab¨®lica.

En las zonas de puertos de monta?a y curvas no vale contar en kil¨®metros, sino en tiempo. Paciencia de santo. Elma tarda m¨¢s de media hora para hacer la compra en A Fonsagrada, municipio lucense. Una hora y media al hospital m¨¢s cercano, en Cangas de Narcea (Asturias). Dos horas y cuarto a Oviedo: compras, cine, paseos para la ni?a, visita a los abuelos. Cuando van, se quedan un par de d¨ªas en plan excursi¨®n. De todas formas, a Elma no le gusta viajar y cada vez le agobia m¨¢s la gente.

Si hace 30 a?os, pocos quer¨ªan la huerta donde nacieron, ahora menos, con los precios de los productos en ca¨ªda libre. David, de 29 a?os, y Jes¨²s, de 23, son los ¨²nicos dos hermanos, de un total de seis, que se han quedado en Arraso (Huesca), una consecuci¨®n casi c¨²bica de edificios superpuestos.?"Para lo que hay, preferimos esto", argumentan. Viven con su padre, Saturnino?Zamora, y su madre, Consuelo L¨®pez. La pila bautismal de la iglesia tiene tierra. Los varones de la familia tienen que trabajar de sol a sol: labrar, sacar las ovejas al monte y llevarlas a la cooperativa de Sabi?¨¢nigo cuando est¨¢n hermosas. La madre sale poco: "Esto es un para¨ªso".

La vida en Arraso es sencilla, espartana, sin concesiones a la est¨¦tica. Jes¨²s sale en Sabi?¨¢nigo los fines de semana. ?Y hay chicas a las que les guste el campo? "S¨ª que hay, pero pocas", se sonr¨ªe visiblemente ruborizado. David cada vez sale menos porque prefiere quedarse leyendo. Ahora est¨¢ profundizando en Cervantes: "Lo estoy flipando". Jes¨²s se entretiene arreglando su habitaci¨®n: forr¨¢ndola entera de madera. El saco de boxeo que cuelga en el cuarto le sirve para descargar energ¨ªas cuando se aburre. Consuelo juega con los gatos y le da el biber¨®n a un corderillo de 15 d¨ªas.

Ella es una de las pocas excepciones que confirman la regla de un fen¨®meno que Luis Camarero detalla en el estudio de La Caixa: la masculinizaci¨®n del medio rural. Las mujeres han tenido tradicionalmente un papel subsidiario dentro de la explotaci¨®n familiar agraria y a partir de los sesenta y setenta emprendieron "la huida ilustrada", o sea, estudiar en entornos urbanos para alcanzar las posiciones de independencia que les negaba el terru?o. Consuelo pone el dedo en la boca del cordero y este cree que va a salir leche. "Ay, qu¨¦ cosa chica", le grita.

El peligro no desaparece. ?Qu¨¦ pasa cuando un pueblo pierde a su ¨²nico morador? En Barrosas, dentro del municipio de Barjas (El Bierzo), viv¨ªa en 2003 una persona. En las elecciones de ese a?o se alz¨® como alcalde ped¨¢neo en un intento moribundo por salvar su pueblo. En los comicios de 2007 ya no hab¨ªa nadie. Y no hubo alcalde. Y no hubo nada (no hay nada). A pocos kil¨®metros de all¨ª, Santib¨¢?ez de Montes est¨¢ donde dice su nombre: entre cerros. Desapareci¨® del mapa el pasado mes de abril. Llevaba deshabitado casi 40 a?os, desde que los ¨²ltimos vecinos empaquetaron sus cosas y cerraron la puerta. El Bolet¨ªn Oficial de Castilla y Le¨®n ha autorizado la supresi¨®n de la entidad. Porque "no existen vecinos empadronados", "no existen edificaciones que puedan formar un n¨²cleo" y se da una "ausencia reiterada de ¨®rganos de gobierno". Quedan algunos muros y un limbo administrativo. En verano, las hierbas crujen escocidas por el sol.