Hacen falta dos para una guerra
Tal parece que el presidente colombiano ?lvaro Uribe, a unos d¨ªas de quedar cesante, tiene a bien echarle una mano a su hom¨®logo bolivariano ante las elecciones del 26 de septiembre en Venezuela. Y Hugo Ch¨¢vez le responde, agradecido, haciendo todo lo que se espera de su personalidad exuberante.
El descubrimiento -se dice que reciente- de numerosos campamentos de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en santuarios pr¨®ximos a la frontera con Colombia, era el mejor regalo que pod¨ªa esperar el tribuno de Caracas en v¨ªsperas de unas legislativas para renovar la Asamblea Nacional, ante las que una oposici¨®n hecha a retazos ha logrado tras laboriosas negociaciones formar candidaturas comunes. Y los tambores de guerra que se ha apresurado a hacer sonar Ch¨¢vez, alegando una inminente agresi¨®n de Estados Unidos y Colombia, son la muestra de ese agradecimiento.
Es dif¨ªcil que la opini¨®n p¨²blica venezolana crea en las intenciones belicosas de Bogot¨¢
Cerrar filas ante el enemigo, incluso mejor so?ado que real, es un recurso de antiguo pedigr¨ª para Gobiernos en dificultades. Pero si, como dice el l¨ªder chavista, la alerta de su ej¨¦rcito es "silenciosa para no alarmar", y solo preventiva, que no se preocupe porque Uribe o su sucesor, el presidente electo Juan Manuel Santos, tienen otros problemas de los que ocuparse antes que hacerle la guerra al vecino. Eso lo sabe de sobra Ch¨¢vez, pero es que ambos presidentes, el venezolano, siempre estrepitoso en sus demostraciones p¨²blicas, y el colombiano, apurando hasta el ¨²ltimo segundo un mandato que concluir¨¢ el domingo, tienen una agenda propia a la que pueden creer que sirve una trifulca con el otro.
A Uribe le cuesta dejar el sill¨®n que ha ocupado durante ocho a?os y quiere marcar a fuego las l¨ªneas de cualquier futura presidencia, sobre todo porque quien le sucede fue ungido como candidato oficialista y se declar¨® fiel seguidor de la doctrina uribista de la seguridad democr¨¢tica. Y Ch¨¢vez odia tener que gobernar sin los plenos poderes que ha hecho posible una oposici¨®n desjarretada, y en algunos sectores representativa de todo aquello contra lo que el pueblo ha votado repetidamente por el ex teniente coronel, que se abstuvo de concurrir a las legislativas de 2005, con el resultado de que la Asamblea Nacional hace casi el pleno del chavismo oficial.
La presencia de un millar y pico de guerrilleros en varias docenas de campamentos cerca de la frontera, permit¨ªa al l¨ªder saliente colombiano avisar a Santos de que no ve¨ªa con buenos ojos la normalizaci¨®n de relaciones con Venezuela, as¨ª como que, anticipadamente, tampoco deb¨ªa aceptar la oferta de negociaciones formulada en un v¨ªdeo con cara de profundo hast¨ªo por el jefe de las FARC, Alfonso Cano. Y en esta serie de advertencias por poderes Uribe se serv¨ªa tambi¨¦n de las declaraciones del vicepresidente Pacho Santos en las que recriminaba a su primo hermano, Juan Manuel, el presidente electo, como si fuera alta traici¨®n la posible inclusi¨®n en el Gabinete de Germ¨¢n Vargas Lleras, porque este hab¨ªa osado oponerse a que el presidente optara a un tercer mandato. A Ch¨¢vez, por su parte, nada le- convendr¨ªa m¨¢s que un incidente fronterizo que aunque no pasara a mayores, porque es inconcebible que se haya tomado en serio la idea de librar una guerra en la que nadie saldr¨ªa ganando, le permitir¨ªa el despliegue de gesticulaci¨®n heroica al que es tan aficionado.
Pero la toma de posesi¨®n est¨¢ al caer y ni uno ni otro juego parecen hoy probables ganadores. Santos pone condiciones, que ser¨¢n seguramente inaceptables para la guerrilla, pero no rechaza adustamente la cinematogr¨¢fica oferta de Cano, y sobre todo, entrega la formidable cartera de Interior a Vargas Lleras. La opini¨®n venezolana, por otro lado, que no se siente sobrenaturalmente afecta a Ch¨¢vez, es dif¨ªcil que crea en las intenciones belicosas de Bogot¨¢, tanto con el presidente saliente como con el entrante.
Algo que no podr¨¢ ser ya una simple continuidad pol¨ªtica en los dos pa¨ªses, tan vecinos, tan parecidos y tan innecesariamente enfrentados, es lo que hoy se divisa en lontananza. Un Juan Manuel Santos que no quiere ser presidente por delegaci¨®n, ni admite otro copyright que el propio -sin que ello implique traicionar a nadie- gobernar¨¢ en Bogot¨¢; y un Hugo Ch¨¢vez que, casi cualquiera que sea el resultado de las legislativas, tendr¨¢ que apechugar con una oposici¨®n s¨®lidamente instalada en la C¨¢mara, es posible que tenga que abdicar parte del sentido patrimonial -"mis tanques", dijo en una ocasi¨®n cuando los enviaba a la frontera- con que hasta ahora ha gobernado en Caracas.
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