CUATRO
Las paredes del chabolo en el que he venido a caer est¨¢n forradas con un papel de motivos tropicales que recuerda al que colocan en las paredes del fondo de los terrarios, para crear ambiente. Soy un sapo en cautividad. La cama es un estrecho somier de hierro que durante el d¨ªa puede plegarse sobre la pared gracias a unas bisagras de hierro oxidadas. Pero las patas, muy finas, no se articulan, as¨ª que tienes que andar con ojo para no sacarte un ¨ªdem con ellas. Cuando pregunt¨¦ a la due?a si pod¨ªa meter una mesa y una silla peque?as, para el port¨¢til, ella misma me facilit¨® un tablero min¨²sculo, montado sobre el pie de una antigua m¨¢quina de coser. En vez de silla, tengo una banqueta de cocina en la que me cabe medio culo. Cada cuarto de hora cambio de nalga porque una de las dos acaba durmi¨¦ndose. Ando siempre con una nalga anestesiada. La due?a de la ratonera me pregunta si escribo y voy a decir que no, pero me sale un s¨ª porque no chano bien, estoy medio tarado. Yo estuve casada con un escritor fracasado, dice ella. La escritura y el matrimonio son consustanciales al fracaso, me oigo decir. Juro que pronuncio "consustanciales" con naturalidad, pero ella me mira como si fuera un pijo de mierda y se abre.
Al rato estoy en mi camastro, intentando encontrar caretos conocidos en el papel de la pared
Al rato, estoy tumbado en mi camastro, intentando encontrar caretos de gente conocida en el papel de la pared, cuando oigo unos roces procedentes del tubo de ventilaci¨®n. Ratas trepadoras, pienso acojonado. Me levanto, abro el ventanuco y observo pasar en sentido ascendente, prendida a un anzuelo, la mu?eca que el d¨ªa anterior he visto precipitarse en sentido descendente. Asomo la cabeza, miro hacia arriba, y descubro a una t¨ªa que desde el ventanuco del quinto (yo vivo en el cuarto) tira, como el que pesca, de un cordel en cuyo extremo baila la mu?eca rota. Solo distingo la cabeza de la mujer, que, al sonre¨ªrme, deja ver el agujero negro que tiene detr¨¢s de los labios (en todas las bocas deber¨ªa haber una luz, como la de las neveras, que se encendiera al abrirlas). Luego me lanza un escupitajo, tambi¨¦n negro, que esquivo gracias a un movimiento reflejo que casi me hace perder una oreja contra el borde del ventanuco.
Lee el cap¨ªtulo CINCO.
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