Retos del baile eterno

La ¨²nica compa?¨ªa espa?ola dedicada al ballet acad¨¦mico en todos sus estilos se enfrenta a su primera temporada en un teatro de la Gran V¨ªa. Reto y nervios. No puede ser de otra forma. Han salido al escenario a darlo todo. ?ngel Corella no alberga fantasmas o temores y del arrojo ha hecho lema. El caso es que sigue adelante, la optimizaci¨®n del repertorio es su aspiraci¨®n y son latente y ejemplar realidad dentro del complejo panorama del ballet en Espa?a. A nadie se le oculta que el Estado ha dado tres cuartos de espalda a Corella, lo que es injusto mientras se redactan quimeras, se crean consejos que generan consejas. En Castilla y Le¨®n han demostrado sensibilidad al asunto, y al C¨¦sar lo que es del C¨¦sar. Verles da esperanza al g¨¦nero.

El primer programa, desde todo punto recomendable, se abre con la versi¨®n en estilo muy americano que ha hecho Corella de Souvenir de Florencia. Arreglo orquestal aparte, el madrile?o se lo pone dif¨ªcil al cuerpo de baile y solistas. Hay una raz¨®n: no se sube a escena para pasearse, sino para sudar la malla y aportar emoci¨®n con un estilo que tiene su antecedente en el ballet sinf¨®nico y en la herencia balanchiniana. Fernando Bufal¨¢ estuvo soberbio en la primera secci¨®n; Corella ha modelado un poco m¨¢s su obra desde que la concibi¨® (y a¨²n debe seguir apunt¨¢ndola, d¨¢ndole matices y zonas de refresco) como festivo cuadro coral. Si ver bailarla resulta agotador, mejor no estar dentro del traje del bailar¨ªn. Erizada de dificultades en las combinaciones, acudiendo a la f¨®rmula de la consonancia m¨¦trica y del desarrollo extensivo del arm¨®nico, es una buena carta de presentaci¨®n, a pesar de que es precisamente all¨ª donde un bailar¨ªn resbal¨®, no es grave: pero hay que decirlo, es la parte ingrata del riesgo.

Despu¨¦s se vio VIII, de lo mejor que ha seleccionado para su repertorio. Otra teatralizante, profunda, que exprime el misterio de Britten hasta cuando asume un aire de vals, posibilit¨® ver a Natalia Tapia en una virtuosa Ana Bolena, Carmen Corella, una concentrada Catalina de Arag¨®n, y a Dayron Vera como Enrique VIII, este ¨²ltimo en su debut, demostrando que un primer bailar¨ªn debe estar dotado tanto para la calistenia expansiva como para la interiorizaci¨®n actoral.

Su rey Enrique es tenso, a veces furioso, posesivo, y domina la escena. Wheeldon resuelve magistralmente la decapitaci¨®n de Ana Bolena y la escena del baile de disfraces (que tiene su referencia hist¨®rica en el de 1522, donde conocer¨ªa a la que despu¨¦s perdi¨® la testa) es un logro de buena materia cor¨¦utica.

Cerr¨® Fancy Free, donde Corella hizo el tercer marinero, el de la variaci¨®n rumbosa y eje de la sencilla trama sugerida por Robbins, que en su momento hizo ¨¦poca en la Nueva York de posguerra. Herman Cornejo y Yegen Uzlenkov le dieron una vitalista contrapartida, dejando un en¨¦rgico y vitalista sabor de buen ballet que ir¨¢ a m¨¢s. Les queda todo por delante.