Pol¨ªtica y error
Como en democracia la informaci¨®n circula libremente, podemos comprobar que la clase pol¨ªtica, la misma que pronuncia lecciones de moralidad cada vez que alumbra un nuevo reglamento, es incapaz de cumplir sus mandamientos con el rigor que reclama a la ciudadan¨ªa. Hay juristas que denominan "legislaci¨®n motorizada" a la inagotable ambici¨®n del poder p¨²blico por reglamentar todo lo que se mueva. Y es tal la ensalada de normas que observarlas sin falta resulta radicalmente imposible. S¨®lo un elaborado concepto de la ciudadan¨ªa nos permite, a los seres humanos de a pie, no perder un ¨¢pice de conciencia moral ni de autoestima por no comportarnos como exigen los millones de p¨¢ginas actualmente vigentes del Bolet¨ªn Oficial del Estado y de tantos boletines de tantas Administraciones con potestad legislativa y capacidad ejecutiva sobre nuestros cuerpos y conciencias.
Pero que la ciudadan¨ªa sea incapaz de cumplir todas las normas contrasta con la distancia abierta entre el discurso p¨²blico de los gobernantes y su conducta privada. Y en este aspecto el anecdotario tiende a infinito. Hace unos d¨ªas, Mariano Rajoy empez¨® sus vacaciones dirigi¨¦ndose en coche a Galicia sin cintur¨®n de seguridad. El dirigente popular, en una comunicaci¨®n de urgencia, calific¨® el hecho como "error". Por su parte, el presidente de Nuevas Generaciones del PP, Nacho Uriarte, se enfrenta a un proceso penal por conducir borracho de madrugada y colisionar con otro veh¨ªculo. Uriarte era miembro de la Comisi¨®n de Seguridad Vial del Congreso, y a¨²n ahora sigue siendo miembro de la comisi¨®n mixta Congreso-Senado para el estudio del problema de las drogas. El imputado, con mayor torpeza que su jefe, calific¨® el hecho como "error humano". Y decimos torpeza porque el muchacho deber¨ªa saber que los errores siempre son "humanos". La naturaleza (los lobos, las plantas, los volcanes) no se equivoca, pero quiz¨¢ tal evidencia excede las entendederas de esta firme promesa de nuestra clase pol¨ªtica.
Que los dos casos m¨¢s recientes de este anecdotario correspondan al Partido Popular resulta irrelevante, porque en la observancia de la ley la clase pol¨ªtica se comporta con una loable y ecum¨¦nica armon¨ªa. Hace algunos a?os, en medio de una virulenta pol¨¦mica suscitada en el paisito por el nuevo horario preceptivo de cierre de los bares, coincid¨ª en un celebrado bar con un consejero del Gobierno que acababa de aprobar la severa normativa. El consejero tomaba una copa larga con algunos ¨ªntimos colaboradores. La hora era tard¨ªa, un verdadero esc¨¢ndalo si nos hubi¨¦ramos tomado en serio la normativa dictada con su concurso.
L¨¢stima que no llegara entonces la polic¨ªa al garito: nuestra tercera o cuarta copa podr¨ªa haberse convertido, mediante una nota de prensa de urgencia, en un error. O incluso en algo a¨²n m¨¢s perdonable: en un error humano.
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