Suspiros de Espa?a
Buena parte de los ciudadanos vivimos en un estado de perplejidad y algunas veces dudamos de si los partidos pol¨ªticos y algunas de las instituciones del Estado nos est¨¢n tomando el pelo. La reciente sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catal¨¢n no s¨®lo no ha venido a despejar nuestras dudas, sino a confirmarlas.
Al contrario que otros tribunales similares, nuestro Tribunal es nombrado por el Parlamento, que elige juristas de reconocido prestigio, pero de acuerdo con los cupos que parecen reservarse los diferentes partidos pol¨ªticos, con la merma subsiguiente de la imparcialidad y el propio prestigio de los magistrados que lo componen, magistrados a los que la prensa y los partidos ponen bajo sospecha continua y cuya legitimidad se intenta poner a veces descaradamente en duda, sobre todo por parte de unos pol¨ªticos que han decidido utilizar este tribunal como foro prioritario de sus debates partidistas, cuyo nivel argumental es a veces del tipo: "Pues yo tengo raz¨®n y t¨² no, fast¨ªdiate".
Es por eso que podemos o¨ªr a pol¨ªticos, que muchas veces son juristas, decir que este debatido Estatuto es constitucional en el porcentaje mayor de sus art¨ªculos- como si las leyes se midiesen por la extensi¨®n de sus textos- o que no lo es de ninguna manera. En Espa?a da la sensaci¨®n de que se ha perdido el respeto a los hechos. Parece que si queremos saber cu¨¢ntos ¨¢ngulos tiene un tri¨¢ngulo debemos hacer una encuesta y ver qu¨¦ opinan "la mayor¨ªa de los internatutas", para llegar al final a un acuerdo negociado entre las partes que votar¨¢n esta geom¨¦trica cuesti¨®n.
Un ejemplo de ello nos la ha dado nuestro m¨¢s alto Tribunal al hablar del t¨¦rmino naci¨®n, admisible en el pre¨¢mbulo del Estatut, pero carente de valor legal. A partir del siglo XIX, surgi¨® la idea de naci¨®n y Estado-naci¨®n, una idea seg¨²n la cual existen unas realidades hist¨®ricas, institucionales, sociales, culturales e incluso religiosas que tienden a gobernarse a s¨ª mismas como Estados. Cada naci¨®n est¨¢ asociada a un pueblo, que es el sujeto protagonista de su historia y que plasma su voluntad colectiva en un texto en el que decide darse unas leyes para gobernarse a s¨ª mismo. Ese pueblo se llama soberano, porque toda legitimidad deriva de su voluntad constituyente, que se plasma en un texto que debe ser refrendado por sus ciudadanos, y del que derivan todas las leyes y la legitimidad de quienes lo gobiernan.
En el derecho las leyes tienen pre¨¢mbulos, pero no pr¨®logos, dedicatorias, ni textos de agradecimientos. Es evidente que s¨®lo crean derecho los art¨ªculos de esas leyes, pero los pr¨¦ambulos son necesarios porque en ellos se expresa la voluntad del legislador, que es la que crea la ley y la que ha de orientar su interpretaci¨®n. Decir que el pre¨¢mbulo no es un art¨ªculo es una tautolog¨ªa, excepto en este caso, en el que el argumento se utiliza para darle al Estatut una de cal y otra de arena.
Si reconocemos que existe el pueblo y la naci¨®n catalana en la realidad hist¨®rica, social, institucional e incluso religiosa, tendremos que admitir lo mismo para el pueblo gallego, vasco y las otras catorce autonom¨ªas, con lo cual tendr¨ªamos que la naci¨®n espa?ola de la Constituci¨®n tiene pleno valor legal, pero no se corresponde a ninguna realidad hist¨®rica, puesto que en Espa?a hay 17 pueblos y ninguno es el espa?ol. Y decir que los catalanes, por ejemplo, son sustantivamente espa?oles y adjetivalmente catalanes, o es un juego de palabras o son ganas de darle la raz¨®n a todo el mundo.
Si los catalanes son una naci¨®n lo son realmente, y no en un pre¨¢mbulo ni un ep¨ªlogo, y si esa naci¨®n no puede tener reconocimiento legal tenemos un problema, porque el Constitucional puede decir lo que es o no legal, pero no lo que existe o deja de existir, y si se da el caso de que la realidad social e hist¨®rica y las leyes son rectas paralelas que jam¨¢s se tocan, entonces ser¨¢n las leyes las que perder¨¢n su prestigio.
La ambig¨¹edad nunca es buena y menos a la hora de elegir banderas en una Europa en la que el ¨²nico juez infalible a la hora de escogerlas parece ser el pulpo Paul.
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