Teleseries de autor
Hasta el siglo XVII, los dramaturgos ingleses (Marlowe, Shakespeare, Jonson) ve¨ªan sus obras editadas tan s¨®lo en el formato denominado quarto. As¨ª llamados debido a su fabricaci¨®n -una hoja doblada se convert¨ªa en varias p¨¢ginas de texto impreso-, los quartos se parec¨ªan a un panfleto. Hoy suena inveros¨ªmil, pero aquellos dramas y comedias no hab¨ªan alcanzado a¨²n el prestigio de las formas consagradas por el libro: el ensayo (Montaigne, Bacon), los diccionarios y enciclopedias (Florio, Topsell), la narrativa (Cervantes) y la poes¨ªa. ?El ¨²nico libro de su autor¨ªa que Shakespeare acarici¨® en vida fue el de los Sonetos de 1609!
Aquellos quartos son los precursores de los guiones de hoy. Pero tranquilos, que no pretender¨¦ a continuaci¨®n que los guionistas somos Shakespeare. Aunque no ser¨ªa injusto parangonar a ciertos autores (Mankiewicz, Wilder, Chayefsky, Coppola) con el Thomas Kyd de The Spanish Tragedie: ilustres antecesores de un rel¨¢mpago que todav¨ªa no encendi¨® nuestro cielo. (?O ser¨¢ posible que nos haya visitado, ya, bajo el nombre The Wire?).
HBO, Showtime o AMC creen que la mejor manera de competir es produciendo series de ambici¨®n narrativa
Un elemento com¨²n a la narrativa audiovisual que hoy hace historia es que han sido escritas paciente, deliberada y sabiamente
Tampoco sostendr¨¦ que los guiones son alta literatura, aunque no cerrar¨ªa la puerta a su valoraci¨®n como subg¨¦nero. En sus caracter¨ªsticas esenciales -pocas pero precisas indicaciones, di¨¢logos, definici¨®n de par¨¢metros visuales y sonoros-, los guiones profetizaron las formas de leer, ver y o¨ªr en sincron¨ªa que los nuevos soportes hacen ya posible. Las generaciones venideras leer¨¢n algo que se parecer¨¢ m¨¢s a un gui¨®n que a una novela. No digo que ser¨¢ mejor, pero tampoco peor. Un siglo atr¨¢s nadie imaginaba que el c¨®mic emular¨ªa la potencia narrativa de la literatura. Hoy t¨ªtulos como From Hell, de Alan Moore, comparten mi estanter¨ªa con Marlowe y Shakespeare, y sin complejo de inferioridad alguno.
Las mejores analog¨ªas entre quartos y guiones pasan por otro lado. La ficci¨®n televisiva de habla inglesa (y s¨®lo ella, ay, aunque m¨¢s no sea por el momento) vive hoy un estallido de creatividad comparable al que supuso el teatro isabelino, aunque m¨¢s no sea por su equilibrio entre excelencia y popularidad. En t¨¦rminos narrativos abreva en el agua de los novelistas decimon¨®nicos (otra ¨¦poca de textos maravillosos y popular¨ªsimos a la vez: Dickens, Victor Hugo), de los que toma formatos -el follet¨ªn, para empezar: ?qu¨¦ otra cosa fue Lost?- pero tambi¨¦n g¨¦neros: el realismo social, el melodrama, el misterio policial, la s¨¢tira.
El fen¨®meno no es casual. A aquellos dramaturgos y novelistas y a los creadores de esta TV les tocaron ¨¦pocas de cambios en el paradigma de lo que se pod¨ªa, pero ante todo de lo que era v¨¢lido leer. La edici¨®n de las obras shakespearianas en el Primer Folio (1623), la serializaci¨®n de relatos en diarios y revistas (primera mitad del siglo XIX) y la invenci¨®n del libro electr¨®nico reinventaron nuestras lecturas.
Si me viese obligado a escoger un elemento com¨²n a la narrativa audiovisual que hoy hace historia (desde miniseries precursoras como The Singing Detective y Prime Suspect hasta The Wire, Breaking Bad y Mad Men), dir¨ªa que esas piezas (a las que cabe sumar ejemplos excepcionales del cine actual: Paul Thomas Anderson, Michael Haneke, las pelis de Pixar) son como son porque han sido paciente, deliberada, sabiamente escritas.
Las obras geniales de esta TV (en el sentido m¨¢s nocturno y m¨¢s alem¨¢n de esa mala palabra, dir¨ªa Borges) deben la excelencia no a innovaciones tecnol¨®gicas ni a un salto cualitativo de sus directores y actores, sino a su escritura. Existe una generaci¨®n de narradores que est¨¢n produciendo una transformaci¨®n que ampl¨ªa la oferta de ficciones inolvidables, al tiempo que dinamita (como en el siglo XVII, como en el siglo XIX) las divisiones entre lo excelso y lo popular. Yo soy de los que de exiliarse a una isla se llevar¨ªa todo Shakespeare y tambi¨¦n Citizen Kane, pero hoy a?adir¨ªa algo m¨¢s: las temporadas de Prime Suspect y The Wire.
Una de las razones que explica esta era dorada es casi burocr¨¢tica. Tanto los estudios como las emisoras son empresas, y como tales tienen por primer objetivo (y a menudo por primero y ¨²nico) la creaci¨®n de ganancias. Pero all¨ª donde los estudios hacen dinero con pel¨ªculas blandas, predecibles y testeadas como si fuesen un electrodom¨¦stico, los canales de TV (y muy especialmente los de cable: HBO, Showtime, AMC) creen que la mejor manera de competir en materia de contenidos audiovisuales es producir series de ambici¨®n narrativa. Y la realidad les est¨¢ dando la raz¨®n.
Pero aun las emisoras de aire coinciden con las de cable en el procedimiento: cuando quieren una buena serie no le encargan la tarea a un productor ni a un director, sino a un guionista. Las series que gustan en el mundo est¨¢n precedidas por un cartel que dice "producida por", pero el nombre que sigue a ese cr¨¦dito es -siempre, pero siempre- el del guionista que la cre¨®, supervisa y a menudo la escribe. ?David Chase, de The Sopranos? Guionista. ?David Simon de The Wire? Guionista. ?Abrams y Lindelof, de Lost? Guionistas. ?Vince Gilligan, de Breaking Bad? Guionista. ?David Shore y Paul Attanasio, de House? Guionistas. ?Matthew Weiner de Mad Men? Guionista. Podr¨ªa seguir as¨ª hasta la semana que viene.
Mad Men exhibe todas las marcas de la escritura de calidad: la perfecta estructura, la dimensi¨®n de sus criaturas, la precisi¨®n de los di¨¢logos: en esa agencia de publicidad nadie dice lo que piensa y siente de verdad, y sin embargo los procesos internos de sus personajes resultan transparentes. Breaking Bad es a la TV de hoy lo que Coppola, Scorsese y Altman fueron al cine en los setenta: un soplo de aire fresco
... o quiz¨¢s convenga decir p¨²trido, si se atiende al retrato que se hace de lo que hoy queda del American Dream.
Los protagonistas de estas series tienen m¨¢s de antih¨¦roe (del Ratso Rizzo de Midnight Cowboy, del Travis Bickle de Taxi Driver) que de h¨¦roe inmaculado. Personajes equ¨ªvocos, a menudo reprobables pero siempre inolvidables: House, Tony Soprano, la enfermera Jackie, Don Draper y el Walter White de Breaking Bad impresionan como seres tridimensionales, aun cuando no se los mire con gafas ad hoc. El m¨¦rito de su creaci¨®n es de los autores, pero el ¨¦xito que corona sus andanzas se debe al p¨²blico. El espectador que busca una obra que no insulte su inteligencia gravita hoy hacia la TV, en detrimento del cine de los estudios. A todos nos cuesta entender c¨®mo es posible que las obras de Shakespeare fuesen teatro popular en su tiempo, o que la gente simple siguiese con unci¨®n los textos de Dickens. Que no extra?e, pues, que en el futuro alguien se pregunte c¨®mo hab¨ªa tantos en condiciones de seguir relatos como los de Lost o Da?os y perjuicios.
La ficci¨®n televisiva de hoy es un medio ideal para escritores con ambiciones. La experiencia del paso del tiempo que tiene el espectador de una miniserie se asemeja a la del lector de una gran novela; su longitud concede adem¨¢s la posibilidad de un relato m¨¢s complejo, y hasta coral. The Wire, que lleg¨® a un promedio de treinta y cinco personajes sin un protagonista claro, es lo m¨¢s parecido a una novela de Richard Price que se haya producido en un medio audiovisual. Y a excepci¨®n de David Lean, nadie reley¨® mejor a Dickens que la miniserie Bleak House (2005). Sus quince cap¨ªtulos hermanaron al espectador con el lector original, que recibi¨® la novela serializada entre 1852 y 1853 sobre papeles similares a los de un quarto.
Si no hay m¨¢s escritores consagrados trabajando en TV, es porque los creadores de estas series son autores por derecho propio. Alimentan un soporte que no tiene la tradici¨®n de la literatura, pero lo hacen con una ambici¨®n similar: la de producir algo nunca antes visto, la de crear una belleza insospechada, la de experimentar con las reglas del relato... y finalmente, de ponerle la firma a una obra que no se extinga con la moda, sino que resuene para siempre. En mi filmoteca, al menos, cada vez hay m¨¢s series.
Cuando uno quiere imaginar la Inglaterra victoriana, no tiene muchas opciones: los libros de historia o las novelas de Dickens. En el futuro, cuando alguien investigue los Estados Unidos del siglo XXI podr¨¢ leer una novela de Price o de Cormac McCarthy, pero tambi¨¦n tendr¨¢ la alternativa de ver The Wire, Breaking Bad o The Sopranos. El envase de los relatos puede ser distinto, pero la experiencia resultar¨¢ igualmente epif¨¢nica.
Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) escritor y guionista. Ha publicado libros como Aguarium y Kamchatka, y convertido en guiones las novelas Plata quemada, de Marcelo Pi?eyro, y Rosario Tijeras, de Jorge Franco
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