Un milagro llamado Claudio Rodr¨ªguez
Si hay un poeta tocado por el genio en la literatura espa?ola de la segunda mitad del siglo XX ese es Claudio Rodr¨ªguez. Ajeno a escuelas y generaciones (por m¨¢s que no falte en ninguna de las antolog¨ªas del grupo del 50), sin antecedentes claros y sin descendientes casi, la lectura de sus poemas produce la sensaci¨®n de ir escribi¨¦ndose sin esfuerzo delante de los ojos del lector, de que el sonido de las palabras contiene ya su propio sentido, de que, por fin, forma y fondo son una misma cosa. Las cosas de un poeta innato que, laboriosamente, escribe en estado de gracia.
Pero si la obra de Claudio Rodr¨ªguez (Zamora, 1934-Madrid, 1999) es un milagro, milagrosa es tambi¨¦n su presencia dentro de la literatura espa?ola. Lejos de pasar por el limbo al que la muerte condena por un tiempo a la mayor¨ªa de los escritores, su desaparici¨®n hace m¨¢s de 10 a?os no hizo sino acrecentar su presencia. Esta vez la poes¨ªa no pag¨® la factura de la falta del poeta. En 2001 Tusquets public¨® su poes¨ªa completa y tres a?os m¨¢s tarde hizo lo propio con sus escritos en prosa. Poco despu¨¦s la Fundaci¨®n C¨¦sar Manrique reunir¨ªa en Poemas laterales los textos que el autor dej¨® fuera de los cinco poemarios que public¨® en apenas cuatro d¨¦cadas de escritura. A Don de la ebriedad (Premio Adonais en 1953), que le gan¨® para siempre un sitio en la historia de la literatura sin haber cumplido siquiera los 20 a?os, le seguir¨ªan Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebraci¨®n (1976) y Casi una leyenda (1991). Hasta el libro inacabado que ten¨ªa entre manos cuando muri¨®, Aventura, tuvo una edici¨®n facs¨ªmil en la editorial Tropismos. Con buen juicio, su viuda lo hab¨ªa dejado fuera de las poes¨ªas completas.
Rumoroso cauce. Nuevas lecturas sobre Claudio Rodr¨ªguez
Edici¨®n de Philip W. Silver.
P¨¢ginas de Espuma.
Madrid, 2010.
368 p¨¢ginas. 24 euros.
"Nunca public¨®, quiz¨¢s ni siquiera escribi¨® -o m¨¢s bien nunca termin¨®- un solo poema que no fuese la perfecci¨®n misma", dice Philip W. Silver
"Claudio Rodr¨ªguez nunca public¨®, quiz¨¢s ni siquiera escribi¨® -o m¨¢s bien nunca termin¨®- un solo poema que no fuese la perfecci¨®n misma". Lo dice Philip W. Silver, hispanista estadounidense de la Universidad de Columbia y amigo del poeta, que acaba de publicar Rumoroso cauce, un volumen que re¨²ne ensayos sobre Claudio Rodr¨ªguez a cargo de los principales estudiosos de su obra (entre otros, ?ngel L. Prieto de Paula, Luis Garc¨ªa Jambrina, Fernando Yubero), cartas in¨¦ditas escritas por ¨¦l entre 1979 y 1992 y una particular antolog¨ªa comentada por poetas como Antonio Carvajal, Carlos Marzal, Miguel Casado, ?ngel Rup¨¦rez o Luis Mu?oz.
Compa?ero de generaci¨®n de Francisco Brines, Jos¨¦ ?ngel Valente y Jaime Gil de Biedma, su influencia directa ha sido mucho menor que la de cualquiera de ellos. Acaso porque la personalidad de su poes¨ªa, de producir algo, producir¨ªa imitadores, no seguidores. ?ngel L. Prieto de Paula, autor de La llama y la ceniza (Universidad de Salamanca), un estudio ya cl¨¢sico sobre la obra del poeta zamorano, lo explica as¨ª: "Es un autor imprescindible y ¨²nico, pero no central (en el sentido de autor que se?ala pautas o que crea escuela). Central es Gil de Biedma -que hispaniza la poes¨ªa "prosaica" de tradici¨®n posrom¨¢ntica inglesa y moderniza la postura verlainiana-manuelmachadiana- pero no ¨¦l. Su singularidad es indisputable".
?En qu¨¦ consiste esa singularidad? Para Vicente Gallego, poeta y autor de Alto jornal (Renacimiento), una amplia antolog¨ªa de la obra de Claudio Rodr¨ªguez, la poes¨ªa de ¨¦ste es "un milagro del equilibrio: halla su mejor decir a medio camino entre lo l¨ªrico y lo narrativo". Y a?ade: "Sabe sostenerse sobre la delgada l¨ªnea que separa lo racional de lo irracional; participa del aliento m¨¢s alto y se nos manifiesta terrestre, casi campesina. En su entonaci¨®n andan juntas la hondura de Quevedo y la gracia aleve de Garcilaso; el misterio de San Juan y el desgarro de Manrique".
A ese ¨¢rbol geneal¨®gico se ha a?adido muchas veces el surrealismo por lo que sus poemas tienen de irreductibles a la raz¨®n escueta, por m¨¢s que se hundan en su biograf¨ªa: de la soledad de sus escapadas adolescentes al asesinato de su hermana. "Su irracionalismo", dice Prieto de Paula, "no se expresa con las ilaciones verbales, la matraca surreal; en ¨¦l las palabras persiguen experiencias del esp¨ªritu: y si 'no se entienden' es porque no siempre se llega hasta dicha experiencia: hay que bajar el muro o comprar una escalera m¨¢s alta". Gallego abunda en esa idea: "Resulta imposible leer a Claudio Rodr¨ªguez desde fuera, desde la raz¨®n, desde la inteligencia. Es m¨¢s, su poes¨ªa no creo que pueda leerse, m¨¢s bien se participa de ella".
Ajenos tanto a la figuraci¨®n m¨¢s narrativa como al hermetismo m¨¢s abstracto, varios poetas nacidos en los a?os sesenta han ido tejiendo una obra que, por otros caminos y sin imitarla, busca la misma tensi¨®n natural que la de Claudio Rodr¨ªguez. "No ha creado escuela pero siempre ser¨¢ una referencia", apunta Prieto de Paula. Vicente Gallego y Miguel ?ngel Velasco ser¨ªan dos de ellos. Otro, muy diferente a los anteriores, es Juan Antonio Gonz¨¢lez Iglesias, que habla de "musicalidad ininterrumpida" para referirse al autor de El vuelo de la celebraci¨®n. En ¨¦l hay, dice, "una maestr¨ªa lograda que, por el hecho mismo de ser maestr¨ªa, no se nota. El artificio desaparece. El lenguaje sucede mientras se sucede". Gonz¨¢lez Iglesias apunta adem¨¢s dos claves para explicar el universo de un creador que dec¨ªa haber escrito su primer libro memoriz¨¢ndolo durante caminatas que duraban d¨ªas por los campos de Castilla. Esas claves son: naturaleza y pueblo. "Pueblo: esto es fundamental. Esa estirpe de poetas, muy cultos, es capaz de conectar con el pueblo porque nunca han dejado de serlo. No tiene nada que ver con lo vulgar (pueblo y vulgo son ant¨®nimos). Tampoco con la clase media. No son poetas de clase media (hay muchos en Espa?a): ni por ideas ni por idioma. Lo que se nota en la poes¨ªa de Claudio es el pueblo. Quienes lo conocieron en persona confirman que a la m¨ªnima se juntaba con la gente sencilla, se perd¨ªa entre ellos".
Fernando Beltr¨¢n, que lo conoci¨®, da testimonio del car¨¢cter campechano de alguien que prefer¨ªa la vida de barrio a la vida literaria: "Era un ser excepcional, en todos los sentidos. En el personal, un ser tierno y entra?able, con los ojos muy abiertos y una curiosidad permanente. En lo po¨¦tico, un asombro. Para m¨ª, es el gran poeta espa?ol del siglo XX, un siglo que gener¨® en Espa?a un enorme pu?ado de nombres excepcionales, pero dentro de ellos hubo dos tocados por un ¨¢ngel especial: Federico Garc¨ªa Lorca y ¨¦l".
Para Beltr¨¢n, cuya obra tiene una clara vertiente de compromiso social, la obra de Claudio Rodr¨ªguez es no s¨®lo el testimonio de una contemplaci¨®n, tambi¨¦n una m¨¢quina de agitar conciencias. "Estamos en derrota, nunca en doma", dice un verso del poema Lo que no es sue?o. Miguel ?ngel Velasco, que tambi¨¦n conoci¨® al poeta, es rotundo en ese sentido: "La lectura de Claudio Rodr¨ªguez, como la de Garc¨ªa Calvo, fueron para un servidor casi las ¨²ltimas experiencias de poes¨ªa viva en espa?ol contempor¨¢neo, antes de que el mercado terminase de convertir a sus plum¨ªferos en figuras decorativas desvividas por imponer su marca personal, en un gremio egotista, obediente y acr¨ªtico. Claudio era un apasionado de visitar los mercados, all¨¢ por donde iba, de vibrar con las mercader¨ªas, y luego anotaba aquello de el arco iris de la piel de trucha; no tuvo tiempo de ver el coletazo final de la pescadilla, de comprobar hasta qu¨¦ punto el mercado ha terminado por engullir a sus incipientes cantores".
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