El arte de no terminar nada (Lichtenberg)
Qu¨¦ es un aforismo? Dif¨ªcil ser preciso en la respuesta. Uno, en cualquier caso, cree saber qu¨¦ no es un aforismo. No lo es, por ejemplo, esta frase de Robert Kennedy: "Si un mosquito pica a mi hermano John, el mosquito puede darse por muerto". Y uno cree saber que en cambio estas palabras de Nietzsche pueden pasar por un aforismo: "Lo que no te mata, te hace m¨¢s fuerte". Del mismo modo que a uno no se le escapa que si fuera Georg Christoph Lichtenberg el que hubiera escrito en sus cuadernos: "Si un mosquito pica a mi hermano Karl, el mosquito puede darse por muerto", considerar¨ªamos la frase como un aforismo, quiz¨¢s porque Lichtenberg ha pasado principalmente a la historia por ellos, por sus aforismos. Aunque, por raro que parezca, no lleg¨® a enterarse de que los escrib¨ªa, pues se limitaba a trazar ideas en lo que llamaba "cuadernos borradores": ideas que, con toda la felicidad del mundo, nunca acababa de completar, de cerrar, y menos a¨²n de suponer que un d¨ªa ser¨ªan reunidas en vol¨²menes titulados Aforismos de Lichtenberg.
Creador de grandes y c¨®micas miniaturas portadoras de epifan¨ªas, Lichtenberg fund¨®, con la ayuda de Sterne, la risa contempor¨¢nea
De todas las definiciones me quedo con la de John Gross: "Una m¨¢xima s¨®lo se distingue de un aforismo por ser un pensamiento establecido; el aforismo es siempre disruptivo o, si se quiere, es una m¨¢xima subvertida". Examinemos ahora una frase de Lichtenberg que no es ni una m¨¢xima ni un aforismo, pero pasa por ser esto ¨²ltimo: "Comerciaba con tinieblas en peque?a escala". Aunque, bien mirado, ?de verdad que no es un aforismo? Lo es si lo relacionamos con esta inspirada definici¨®n de Leonid S. Sukhorukov: "Un aforismo es una novela de una l¨ªnea". De hecho, la propia definici¨®n de Sukhorukov ya es ella misma un aforismo. En cuanto a Lichtenberg, no era consciente de su inclinaci¨®n al aforismo, pero sol¨ªa escribir muchas novelas de una sola l¨ªnea: "De su mujer tuvo un hijo que algunos quer¨ªan considerar ap¨®crifo". Tampoco pudo llegar a saber nunca que escrib¨ªa greguer¨ªas avant la lettre: "Un tornillo sin principio".
Fue el cr¨ªtico mexicano Christopher Dom¨ªnguez Michael quien me mand¨® en junio de 1989 a Barcelona la muy port¨¢til edici¨®n de Aforismos de Lichtenberg que, con selecci¨®n, traducci¨®n, pr¨®logo y notas de Juan Villoro, acababa de publicar en M¨¦xico el Fondo de Cultura Econ¨®mica. Recuerdo muy bien que, cuando lleg¨® a mi casa ese librito que resultar¨ªa tan decisivo en mi vida, no hab¨ªa o¨ªdo jam¨¢s hablar de Lichtenberg, aunque s¨ª mucho de Juan Villoro, que se hab¨ªa convertido con Pitol y Christopher en uno de las tres unidades de la Sant¨ªsima Trinidad de mis amistades esenciales en M¨¦xico. Y bueno, el pr¨®logo de Villoro result¨® ser ingenioso en sumo grado y divertid¨ªsimo. Parec¨ªa que Lichtenberg -el atractivo jorobado de Gotinga- hubiera escrito toda su obra incompleta para que el joven Villoro descubriera zonas el¨¦ctricas de su futuro estilo. De hecho, hoy en d¨ªa, en muchas ocasiones, la brillante prosa de Villoro est¨¢ sembrada de relampagueantes frases afor¨ªsticas que punt¨²an sus textos a modo de inspirados latigazos.
Como aprieta el calor y la biblioteca me queda lejos, cito ahora de memoria una de las muchas informaciones que daba aquel pr¨®logo de Villoro: "A Lichtenberg en Gotinga -de donde no se movi¨® en 25 a?os- la idea de la muerte le obsesion¨® hasta tal punto que empez¨® a contar los entierros que ve¨ªa desde su ventana". Y bien, ?a qu¨¦ m¨¢s, aparte de contabilizar entierros y honrar a los textos incompletos, se dedic¨® Lichtenberg a lo largo de su prolongada "inmovilidad" en Gotinga en la segunda mitad del siglo XVIII? En primer lugar, a llevar una vida de cient¨ªfico. Hizo descubrimientos casuales, las llamadas "figuras de Lichtenberg", y fue tan buen profesor de su alumno Alessandro Volta que ¨¦ste acab¨® inventando la pila voltaica. En segundo lugar, se dedic¨® a la productiva actividad de sentir nostalgia del tiempo que pas¨® en Inglaterra. Fue el m¨¢ximo introductor de Shakespeare, Sterne y Swift en Alemania. Y, adem¨¢s, prendado en el balneario de Margate de la forma que ten¨ªan los ingleses de entrar en el agua, copi¨® para su pa¨ªs la idea brit¨¢nica de los carruajes que entraban al agua y desplegaban tiendas de campa?a para que la gente pudiera nadar en peque?os grupos, y hasta lleg¨® a inventar "balnearios de aire", lugares donde la gente alemana correr¨ªa desnuda, "para dilatar sus poros y tal vez ventilar su mente".
Quiso inventar cadalsos con pararrayos. Pero no s¨®lo se dedic¨® a inventar y a ser cient¨ªfico y a sentir nostalgia de la cultura de Londres, sino tambi¨¦n a trabajar en escritos sat¨ªricos y ser redactor de un humilde Almanaque de bolsillo (nadie pudo llegar a imaginar que doscientos a?os despu¨¦s se har¨ªa mundialmente famoso como escritor de aforismos, en realidad el conjunto de notas dispersas en sus cuadernos, notas descubiertas por su casero y posteriormente sancionadas con admiraci¨®n por Goethe, Nietzsche, Freud, Breton, Karl Kraus y Canetti, entre otros). Siempre espoleado por su en¨¦rgica curiosidad -es marca de la casa Lichtenberg su inmensa curiosidad por todo y su tendencia a la dispersi¨®n de su inteligencia en un permanente fisgoneo enciclop¨¦dico-, fue tambi¨¦n un gran estudioso de las tormentas de su regi¨®n y un coleccionista de descripciones de las mismas, adem¨¢s de sempiterno profesor de matem¨¢ticas, hipocondriaco hasta l¨ªmites insospechados (lleg¨® a imaginar treinta enfermedades en un solo minuto), gran bebedor de vino, precursor del psicoan¨¢lisis y tambi¨¦n del positivismo l¨®gico, del neopositivismo, de la filosof¨ªa del lenguaje, del surrealismo y del existencialismo. De ah¨ª la vigencia absoluta de sus cuadernos borradores, hoy llamados Aforismos.
En Espa?a, un a?o despu¨¦s de la edici¨®n mexicana, se public¨® otra antolog¨ªa de los aforismos, con formidable traducci¨®n de Juan del Solar, que en su pr¨®logo dio al mundo las primeras noticias de las posibles conexiones entre Robert Walser y Lichtenberg: "Coinciden ambos, a siglo y medio de distancia, en la menuda idea de homenajear a un bot¨®n -Walser el de una camisa, Lichtenberg el de unos pantalones-, y agradecerle los servicios prestados con tanta fidelidad como modestia".
Menos es m¨¢s, y un bot¨®n es casi menos que otro bot¨®n, y ya se sabe: "La tendencia humana de interesarse en minucias ha conducido a grandes cosas". El estudio de las minucias le ocup¨® mucho tiempo a este erudito de saber fragmentado, a este hombre que fue el m¨¢s agraciado de todos los jorobados de la historia (parece, por cierto, que aprendi¨® a escribir de espaldas a la pizarra para disimular su giba ante los alumnos), un escritor que tend¨ªa siempre en sus textos a la abolici¨®n de las jerarqu¨ªas convencionales, como lo demuestran estas l¨ªneas, no terminadas del todo, como tantas del autor: "Lo que siempre me ha gustado en el hombre es que, siendo capaz de construir Louvres, pir¨¢mides eternas y bas¨ªlicas de San Pedro, pueda contemplar fascinado la celdilla de un panel de abejas, la concha de un caracol...".
Con Lichtenberg muchos aprenden a pensar, a re¨ªr por ellos mismos. Creador de grandes y c¨®micas miniaturas portadoras de epifan¨ªas, fund¨®, con la ayuda de Sterne, la risa contempor¨¢nea: "?Ha pescado usted algo? Nada m¨¢s que un r¨ªo".
Bueno, a¨²n nos estamos partiendo de la risa cuando volvemos a picar en el anzuelo del m¨ªnimo r¨ªo y cae otra nota borradora, otro aforismo: "Quien tenga dos pares de pantalones, que venda uno y se compre este libro". Dicho queda. De hecho, dicho lo dej¨® ya Canetti: "Que Lichtenberg no quiera redondear nada, que no quiera terminar nada es su felicidad y la nuestra; por eso ha escrito el libro m¨¢s rico de la literatura universal". El misterio de lo inacabado -que viene a ser a la larga el propio misterio del mundo- es uno de los encantos de Aforismos, libro que produce el efecto que habitualmente producen los buenos libros, pues hace m¨¢s ingenuos a los ingenuos, m¨¢s inteligentes a los inteligentes, y los dem¨¢s, varios miles de millones de seres de todo el mundo, permanecen inmutables, sin activar el cerebro.
Aforismos. Georg Christoph Lichtenberg. Selecci¨®n, traducci¨®n y pr¨®logo de Juan Villoro. Fondo de Cultura Econ¨®mica. M¨¦xico DF, 1989. Aforismos. Georg Christoph Lichtenberg. Selecci¨®n, traducci¨®n, introducci¨®n y notas de Juan del Solar. Edhasa. Barcelona, 1990. Aforismos. Georg Christoph Lichtenberg. Ediciones C¨¢tedra. Madrid, 2009.
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