Una cita en Nairobi
Al principal icono de Kenia es el cr¨¢neo del primer mono que se puso en pie hace dos millones de a?os en el valle del Ritt. Se trata de una calavera, con la calidad de un cuero repujado, que desde que fue exhumada no ha dejado de exhibir una sonrisa macabra con la que parece burlarse de lo que vino despu¨¦s de ella, eso que se ha llamado la humanidad. Se conserva en el Museo de Nairobi, pero lo primero que pregunta el turista ilustrado al llegar a esta ciudad es por la granja de la escritora Isak Dinesen, la que dio lugar a la pel¨ªcula Memorias de ?frica. Y despu¨¦s por el club Muthaiga, donde los colonos m¨¢s aposentados celebraban bailes de sociedad y cruzaban a sus v¨¢stagos en bodas de conveniencia como en otra granja dorada. El establecimiento conserva en los salones todav¨ªa los fantasmas embalsamados de otros tiempos, vestidos de blanco, con sombreros y pamelas de paja dulce. Y despu¨¦s el viajero iniciado pregunta por el hotel Norfolk, en cuyo bar abrevaban los exploradores, cazadores y otros aventureros despu¨¦s de los safaris. Y despu¨¦s por la terraza del New Stanley, al amparo de una enorme acacia, famosa por su tronco que se hab¨ªa convertido en el puesto de correos m¨¢s sofisticado del centro de ?frica.
Su acacia era famosa por la sombra que dejaron los amores perdidos por el azar de los viajes
La granja de la escritora se halla a 15 millas de Nairobi. Era elegante y austera. Hoy es otro museo. A ella acuden los peregrinos devotos y los turistas a comprar postales. Sentados en el porche imaginan que Robert Redford puede aparecer de un momento a otro en su avioneta sobrevolando las plantaciones de caf¨¦ que cubren las colinas y que Meryl Streep lo ver¨¢ alejarse para siempre. En el enmaderado bar del Norfolk, bajo la mirada de los pr¨®ceres que penden de los ¨®leos en las paredes, los cazadores de elefantes y traficantes de marfil, los exploradores de la sabana y los aventureros contaban historias con el s¨ªndrome de Mogambo. Todos se cre¨ªan Clark Gable con salakot, todas eran Ava Gardner vestidas de caqui.
En Nairobi el tronco de la acacia que preside la terraza del caf¨¦ New Stanley disputa como s¨ªmbolo al cr¨¢neo del primer mono b¨ªpedo. Alrededor de la acacia toman copas a media tarde las flores del mal de la ciudad, figuras elegantes y evanescentes. All¨ª siempre podr¨¢s encontrar a una mujer madura, sola ante un licor fuerte, con los ojos cerrados y el rostro expuesto al ¨²ltimo sol que muere por las verdes colinas. El tronco de la acacia est¨¢ cubierto por centenares de mensajes escritos en peque?os boletos clavados con chinchetas. "Liza, te espero en el caf¨¦ Glacier de Marrakech". "Te ver¨¦ en Nueva York, Frank". "Supe que volv¨ªas a Nairobi, Mary Ford, te esper¨¦ aqu¨ª el s¨¢bado. Voy a Mali. Estar¨¦ de vuelta 15 de mayo. Te esperar¨¦ aqu¨ª con una copa en la mano a media tarde".
Los caf¨¦s que jalonan los viajes alrededor del mundo se dividen en dos: unos son para beber y pasar de largo y otros para estar y quedarse hasta convertir al viajero en un hombre sentado. La acacia del New Stanley de Nairobi era famosa por la sombra que hab¨ªan dejado los amores perdidos por el azar de los viajes y que hab¨ªan quedado clavados en su tronco.
Sucede lo mismo en Nairobi, en Nueva York o en Marrakech. Puede que Frank se citara con aquella viajera desconocida en el River Caf¨¦ de Nueva York, bajo el puente de Brooklin. Tomarse un whisky viendo la l¨ªnea del cielo de Manhattan al son oscuro de las gabarras que pasan por el r¨ªo se puede hacer como homenaje a Woody Allen, pero si uno quiere sentarse en un caf¨¦ para quedarse hay que ir al Algonquin, en el 59 de la calle 44, Oeste, donde Dorothy Parker reinaba sobre un grupo de exquisitos y privilegiados intelectuales, periodistas, cr¨ªticos literarios y actores neoyorquinos, que en los a?os de entreguerras realizaban un almuerzo diario seguido de una tertulia hasta media tarde, donde ella hizo famosa su lengua mordaz. Los ejemplares divinos de Nueva York pasaban por la tertulia del hotel Algonquin, y ella termin¨® por vivir all¨ª en una suite donde sus amantes entraban y sal¨ªan como si se tratara de una oficina de Correos. Aquella tropa solo ten¨ªa un deseo: que el whisky prohibido por la Ley Seca fuera escoc¨¦s no adulterado. La mesa redonda del bar del Algonquin es un altar bajo el retablo que representa a todas las figuras de aquella tertulia. Ese es un caf¨¦ para quedarse cuando uno es incapaz de vivir sin estar rodeado de amigos.
Aquella mujer madura del New Stanley de Nairobi con la piel abrasada por el sol de la sabana hab¨ªa dejado un mensaje en el tronco de la acacia. Esperaba, tal vez, con los ojos cerrados a un viajero, que en ese momento estaba en otro bar, en Nueva York, en Marrakech, en Viena, en Par¨ªs, no importaba en cual de ellos, puesto que para una amante que espera todos los bares del mundo son el mismo bar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.