EL M?TODO STANISLAVSKI
Despu¨¦s de recibir la noticia de que ha sido suspendido en el examen de ingreso de la escuela de teatro, F¨¦lix, abatido, compra drogas estimulantes, se encamina a su casa y se sienta frente al ordenador para evadirse. Desde que cumpli¨® los once a?os sue?a con ser actor y triunfar sobre la escena. Ahora, a los diecinueve, siente que ha fracasado, que nunca alcanzar¨¢ la gloria.
Se toma una de las pastillas alucin¨®genas y comienza a buscar en los laberintos del ordenador chats libidinosos y v¨ªdeos pornogr¨¢ficos para embrutecerse. Enseguida encuentra una p¨¢gina web en la que pueden verse, a trav¨¦s de ciberc¨¢maras, a decenas de personas que en sus casas se masturban o fornican. En la pantalla principal aparece un panel con treinta peque?as im¨¢genes congeladas junto a las cuales hay una descripci¨®n de los individuos respectivos: su apodo, su tendencia sexual y el n¨²mero de espectadores que en ese momento les observan a trav¨¦s del ciberespacio. Las fotograf¨ªas est¨¢n ordenadas de mayor a menor n¨²mero de espectadores, de modo que las primeras suelen ser las m¨¢s interesantes: parejas en plena c¨®pula, org¨ªas, escenas de sadomasoquismo.
F¨¦lix selecciona la imagen de una mujer que sostiene en la mano un consolador. Pulsa sobre ella y se abre una ventana en la que aparece la mujer en movimiento. Se ha introducido el consolador en la vulva y lo mueve despacio, dejando ver c¨®mo los labios vaginales se pliegan. La calidad de la imagen es deficiente, granulada, y los movimientos son espasm¨®dicos, como en las pel¨ªculas antiguas de cine mudo. F¨¦lix vuelve de nuevo a la p¨¢gina principal y elige otra imagen: una mujer arrodillada hace una felaci¨®n a un hombre velludo que est¨¢ sentado en un sill¨®n. F¨¦lix, excitado, se masturba. Pasa as¨ª m¨¢s de una hora. Va cambiando de pantalla: un hombre que penetra por turnos a dos mujeres, una chica joven que se rasura el vello p¨²bico, un anciano canadiense que lame su propia ropa interior, dos lesbianas con las bragas a¨²n puestas que se besan sobre la cama. El silencio les confiere a las im¨¢genes un aspecto irreal, fantasmag¨®rico: los gestos de placer son mudos.
Despu¨¦s de tomarse dos pastillas y de beber alcohol hasta entumecer la lengua, F¨¦lix telefonea a Mariana, su novia, y la apremia para que vaya a verle. Mientras ella llega, coloca la c¨¢mara inal¨¢mbrica sobre el armario del dormitorio, escondida entre las maletas, y ajusta la iluminaci¨®n. Luego se conecta a la p¨¢gina web y comienza a transmitir. Cuando suena el timbre, se desnuda. Mariana no es mojigata y en cuanto entra se amorra a su verga. Se acarician, se lamen, se revuelcan. Al cabo de media hora, F¨¦lix se levanta de la cama con un pretexto y va a la habitaci¨®n vecina, donde est¨¢ el ordenador. El contador de su perfil personal certifica que en ese instante hay dos mil setecientas doce personas en todo el mundo contempl¨¢ndoles. Se acuerda de que el Teatro de la Fenice de Venecia tiene mil butacas. El Teatro Real de Madrid, mil setecientas. El Col¨®n de Buenos Aires, dos mil quinientas. Regresa al dormitorio jubiloso y eyacula sobre Mariana con exaltaci¨®n, como si sintiera la salva de aplausos celebr¨¢ndolo.
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