De trapos y siliconas
Se impone el culto al cuerpo y las mujeres adoptan la imagen hipersexuada que se espera de ellas ante las dificultades de hallar su sitio en una sociedad desequilibrada por el peso del dinero y los valores masculinos
Es una l¨¢stima que las mujeres no hayan adoptado una corta variedad de uniformes como han hecho los hombres para poder evitar toda la carga ideol¨®gica que pesa todav¨ªa sobre la indumentaria femenina. El asunto es de tal envergadura que el intento de prohibir una prenda femenina, el velo integral, ha producido en los ¨²ltimos meses un largo y enconado debate en el que han participado tan activamente los hombres como las mujeres (un fen¨®meno secundario a estudiar).
En ese encendido y apasionante debate se han utilizado sistem¨¢ticamente dos conceptos: la defensa de la dignidad de la mujer y la incoherencia de las sociedades de cultura occidental, dispuestas a perseguir a la que se tapa en exceso y a tolerar a la que hace justamente lo contrario.
En la mujer, el talento es indisociable de un aspecto f¨ªsico 'adecuado' para poder triunfar
En la ¨²ltima d¨¦cada, el avance de los logros femeninos se ha ralentizado o estancado
Sobre la dignidad de la mujer se han manifestado hasta los imanes m¨¢s radicales para justificar, eso s¨ª, la libre opci¨®n de vestir el h¨¢bito. Sobre la incoherencia occidental, sin embargo, se ha preferido correr un velo casi tan tupido como el del burka. Es verdad que no se trataba del asunto principal, sino, quiz¨¢, de una tosca trampa para desviar la cuesti¨®n. Pero tambi¨¦n es cierto que somos muchos y muchas los que observamos con perplejidad y preocupaci¨®n m¨²ltiples detalles sobre el atuendo y el comportamiento p¨²blico de las mujeres como probable prueba de que asistimos a una cierta par¨¢lisis en la batalla por la liberaci¨®n femenina.
Los ejemplos son abundantes y todos ellos vienen a confirmar la evidencia de que la mujer occidental es esclava de su cuerpo y del estereotipo hipersexuado que se le exige y que tal esclavitud hunde sus ra¨ªces en los mismos prejuicios de los que defienden el velo integral. El denominador com¨²n de ambas culturas es el cuerpo de la mujer como objeto de deseo masculino que debe ser ocultado a los dem¨¢s o, por el contrario, exhibido como tal para deleite del gusto varonil.
Mientras las adolescentes se visten con procacidad de lolitas el s¨¢bado por la noche y algunas coquetean con la anorexia, sus amigos las catalogan con lenguaje tabernario en funci¨®n de sus actitudes respecto al sexo. Las cantantes de moda se contonean ligeras de ropa invitando al sexo expl¨ªcito a hombres mucho m¨¢s vestidos. Las actrices tallan sus cuerpos a golpe de dieta y bistur¨ª. Las modelos se garantizan un mayor impacto si aprovechan la pasarela para ense?ar algo m¨¢s ¨ªntimo que la ropa y las profesionales de ¨¦xito cumplen sus jornadas laborales sobre inc¨®modos tacones que les rompen la espalda pero que son el paradigma de la elegancia y la feminidad.
Martha Nussbaum, profesora de Teolog¨ªa en la Universidad de Chicago, recordaba en un art¨ªculo publicado recientemente en el New York Times que al burka se le ha considerado una "prisi¨®n degradante" y se preguntaba: "?Y qu¨¦ hay respecto a la prisi¨®n degradante de la cirug¨ªa est¨¦tica?". Quiz¨¢ parezca una comparaci¨®n exagerada, pero me temo que hay pocas mujeres en esta sociedad de consumo que no sientan como una losa la enorme presi¨®n social que pesa sobre su imagen, que no perciban como una carga a?adida a sus dobles jornadas laborales la esclavitud del cuerpo. El resultado es que la mayor¨ªa se entrega con denuedo a una loca carrera contra los estragos del tiempo y de la propia naturaleza, luchando permanentemente contra los dep¨®sitos de grasa (que suelen estar donde naturalmente deben), contra el envejecimiento, contra la flacidez y contra las canas, por citar solo algunas de las batallas que se libran sin desmayo y que pasan, claro, por unas prendas de vestir que hay que renovar permanentemente y que jam¨¢s son las m¨¢s adecuadas para la vida activa que la gran mayor¨ªa desarrolla.
Diversos estudios sociol¨®gicos se?alan que las mujeres que han alcanzado un cierto estatus profesional son justamente las que m¨¢s cuidan su aspecto f¨ªsico y no las desempleadas, que dispondr¨ªan de m¨¢s tiempo para ello. Ello es as¨ª, entre otras consideraciones, porque el aspecto f¨ªsico adecuado es casi indispensable para que una mujer logre el ¨¦xito social. Los medios de comunicaci¨®n, sistem¨¢ticamente controlados por los hombres, son los que fijan los estereotipos de nuestro tiempo. Hacer un mero repaso de las caras m¨¢s cotidianas que aparecen en la peque?a pantalla bastar¨ªa para corroborar ese s¨®lido v¨ªnculo entre el ¨¦xito y la imagen. Un extraterrestre reci¨¦n llegado a este mundo concluir¨ªa de manera inmediata viendo solo la televisi¨®n que los hombres son seres de una gran variedad antropom¨®rfica y generosa longevidad mientras que las mujeres son criaturas gr¨¢ciles y muy pigmentados de mortalidad prematura, puesto que rara vez superan la cuarentena.
Desgraciadamente, la foto fija que ofrecemos a esos ni?os que, como los extraterrestres, llevan poco tiempo con nosotros manifiesta todas las desigualdades reales. El talento de las mujeres, que ya nadie discute tras cotejar a?o tras a?o resultados acad¨¦micos, es un valor todav¨ªa relativo e incompleto. Raramente una cantante se abrir¨¢ paso en el mundo del espect¨¢culo si se limita a componer bellas piezas e interpretarlas con acierto. Solo una imagen sugestiva la convertir¨¢ en una estrella. As¨ª hemos generado un mundo de esquizoides en el que se invita a las adolescentes a estudiar como leonas y vestir como panteras. Porque se sabe que, de otro modo, la fortuna les ser¨¢ m¨¢s esquiva.
A finales de junio, la prensa celebr¨® la elecci¨®n de Julia Gillard como primera ministra australiana. Era la primera vez en la historia que el Ejecutivo de este pa¨ªs lo iba a presidir una mujer que, tras los ajustados resultados electorales del fin de semana, podr¨ªa no durar mucho en el cargo. Y es que el resultado global arroja una realidad tozuda y exasperante: siete primeras ministras y 10 jefas de Estado en todo el mundo. O sea, el mismo n¨²mero r¨¦cord que ya se alcanz¨® en 1995 y que, desde entonces, no hab¨ªa hecho m¨¢s que declinar.
En la ¨²ltima d¨¦cada, el avance de las conquistas femeninas (sin duda, enorme) se ha ralentizado, cuando no estancado, en una sociedad dominada por ese neomachismo sobre el que ha teorizado Amparo Rubiales que impone sus reglas sutilmente; tanto, por cierto, que una teme ser tachada de puritana por criticar la imp¨²dica explotaci¨®n del cuerpo femenino. Los europeos ganan un 15% m¨¢s que las europeas y, seg¨²n la Comisi¨®n, no hay indicios de que tal brecha se vaya a recortar. Los consejos de administraci¨®n siguen siendo coto vedado a las mujeres y no hay cuotas que valgan en los mercados, que, como la crisis ha demostrado, son los que mandan.
Se dir¨ªa que las mujeres, agotadas de tanta batalla est¨¦ril, se hubieran aliado con el enemigo ante la imposibilidad de vencerlo. El feminismo cl¨¢sico no tiene el glamour que exigen los tiempos. Clamar contra las diferencias salariales o la trata de mujeres es como pedir el fin del hambre en el mundo; carece de atractivo para los medios de masas. Estos, en lo que a asuntos femeninos se refiere, prefieren la imagen estereotipada de las mujeres a la cual muchas han decidido plegarse.
Repase el curso que hemos cerrado. Los hombres han "hecho historia" en todos los ¨¢mbitos. El mundo se ha volcado con los toreros, los actores, los futbolistas, los tenistas, los pol¨ªticos, los gur¨²s de las nuevas tecnolog¨ªas, los empresarios, los ciclistas... Solo ellos parecen poder optar por una gran variedad de profesiones y solo ellos parecen disfrutar del monopolio de representar a sus pa¨ªses con l¨¢grimas en los ojos y la mano en el coraz¨®n.
Para que los medios dediquen amplios y positivos espacios a una mujer, lo mejor es emular a Lady Gaga con sus procaces videoclips, su pasi¨®n por los modelos estrafalarios y su m¨²sica disco. Ella no solo se pliega al estereotipo; lo convierte en oro. Para zanjar los bulos sobre los supuestos celos de Madonna hacia la nueva favorita (la rivalidad femenina es un viejo estereotipo vigente), ambas simularon una er¨®tica pelea de gatas en un programa de televisi¨®n. Y hacen caja.
Vivimos tiempos que han encontrado nuevas formas de sacralizar los valores masculinos. Tiempos en los que persiste el desequilibrio por el peso del poder, el dinero y la testosterona y en el que las mujeres, m¨¢s formadas que nunca, est¨¢n demostrando afrontar serias dificultades para encontrar su sitio.
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