Viaje al santuario de Picasso
Envuelto en una capa espa?ola, el artista descansa en el castillo de Vauvenargues - El refugio m¨¢s desconocido del pintor abre sus puertas con restricciones este verano
Picasso entr¨® en el ba?o y sali¨® corriendo. Regres¨® con botes de Ripolin, la pintura industrial que usaba, y transform¨® para siempre aquella pared blanca. Un fauno que toca la flauta en el bosque ameniza desde entonces las visitas al inodoro del castillo de Vauvenargues, en la Provenza francesa. Picasso vio el espacio y no pudo contenerse. Jacqueline Roque, su pareja, contar¨ªa despu¨¦s a Andr¨¦ Malraux que cuando ella vio el mural, tampoco. Compr¨® muebles de jard¨ªn -de color verde-jard¨ªn- para acompa?ar al fauno del bosque que cualquiera pod¨ªa contemplar cada vez que visitaba el cuarto de ba?o por asuntos poco art¨ªsticos. El mural fue uno de los muchos arrebatos que sinti¨® Picasso en Vauvenargues. El primero fue comprarlo. Lo hizo en 1958 en cuanto descubri¨® que se vend¨ªan los escenarios del monte Sainte Victoire pintados por su apreciado C¨¦zanne.
En el estudio siguen botes de pintura, pinceles, caballetes y recortes taurinos
El dormitorio es austero. Jacqueline coloc¨® una 'senyera' con af¨¢n provocador
El siguiente fue arrepentirse. Tras una noche en blanco, el d¨ªa de la gran mudanza, en abril de 1959, el pintor se bloque¨®.
-Vuelve a llamar a los camiones. No nos vamos a ir nunca de aqu¨ª... Olvida el nuevo castillo. ?V¨¦ndelo! ?Reg¨¢lalo!
Jacqueline Roque, que se convertir¨ªa en la segunda esposa del artista antes de dos a?os, no hizo caso. La c¨¢mara de David Douglas Duncan, uno de los muchos fot¨®grafos amigos de Picasso, atrap¨® todo el proceso: el miedo al cambio, el reencuentro del pintor con su valiosa colecci¨®n personal (obras de Matisse, Braque, Modigliani, Courbet...) y el despliegue de esculturas a las puertas del castillo como tropas de bienvenida.
All¨ª se instalaron pintor y musa hasta junio de 1961, huyendo tambi¨¦n del asedio de Cannes. Picasso ya era rico y c¨¦lebre. En la finca La Californie ten¨ªa una vida social intensa y tal vez nostalgia del silencio. Vauvenargues le permiti¨® cambiar la atm¨®sfera y reencontrarse con su recuerdo de Espa?a. Se levantaba tarde, pintaba retratos de Jacqueline -en uno de ellos la corona Jacqueline de Vauvenargues-, naturalezas muertas y variaciones del Desayuno en el prado, de Manet. Vuelve a la mitolog¨ªa -el fauno flautista que toca sobre la ba?era- y descubre la potencia del verde. "Es curioso. Cuando llego a Vauvenargues todo es distinto y la pintura tambi¨¦n. Es m¨¢s verde", dir¨¢.
El castillo le cambia y ¨¦l cambia al castillo. No mucho. Solo ordena instalar la calefacci¨®n central y el ba?o. Apenas pasa dos a?os en ¨¦l. En otro arrebato, fruto de la aprensi¨®n, decide mudarse a Mougins para tener a mano un m¨¦dico de confianza. Sin embargo no se deshace de Vauvenargues, donde ser¨¢ enterrado en abril de 1973 envuelto en una capa espa?ola, regalo de Jacqueline.
Sus restos descansan entre cedros, bajo un mont¨ªculo coronado por una reproducci¨®n de La dame ¨¤ l'offrande (1933), que se mostr¨® ante el pabell¨®n de la Espa?a republicana en la Exposici¨®n Universal de Par¨ªs de 1937 donde naci¨® el Guernica como icono. Siempre que pudo, Jacqueline rindi¨® honores a los principios de su marido. Y cuando ya no pudo m¨¢s y se quit¨® la vida en 1986, fue enterrada junto al pintor, a los pies de la fachada principal del castillo de Vauvenargues (siglo XVII), convertido en la tumba de Picasso porque el alcalde de Mougins no autoriz¨® la inhumaci¨®n en la finca de Notre Dame de Vie.
La tumba de Picasso mira al oeste. Es lo primero que uno encuentra al traspasar la entrada del castillo, cerrado a las visitas hasta 2009, cuando se abri¨® durante el verano a grupos reducidos, coincidiendo con la exposici¨®n que un¨ªa a dos maestros que nunca se conocieron, C¨¦zanne y Picasso. Este verano se ha repetido la operaci¨®n. Catherine Hutin, la heredera de Jacqueline Picasso y actual propietaria, permite el acceso bajo criterios restrictivos (una hora, visitas guiadas, grupos peque?os, sin fotos). El pr¨®ximo viernes 2 de octubre se abrir¨¢ al p¨²blico por ¨²ltima vez. Sobre una reapertura futura hay incertidumbre, lo que acrecienta la sensaci¨®n de acceder a un lugar privilegiado. La propietaria ha declarado en alguna ocasi¨®n que no desea trastornar la apacible rutina del min¨²sculo pueblo (alrededor de 600 habitantes), cuyos vecinos se debaten entre el temor a ser sepultados por la vor¨¢gine picassiana y la p¨¦rdida de negocio.
Hutin huye de la exposici¨®n p¨²blica como del diablo. Son contadas sus entrevistas (rehus¨® hablar con este diario). Le desagrada comentar su relaci¨®n con Picasso -ella ten¨ªa cuatro a?os cuando su madre conoci¨® al pintor- y, sobre todo, de las controversias que rodean a la familia. La m¨¢s reciente se desat¨® tras la publicaci¨®n del libro La verdad sobre Jacqueline Picasso, escrito por Pepita Dupont (2007), que acab¨® ante los tribunales. Tambi¨¦n le incomodan cuestiones relativas al supuesto deseo de su madre de donar a Espa?a las 61 obras de la exposici¨®n Picasso en Madrid. "He regalado a Espa?a cosas y lo que hago lo hago con todo el coraz¨®n, pero que me dejen en paz. Soy la ¨²nica heredera de mi madre, y con eso est¨¢ todo dicho", declar¨® el pasado junio al peri¨®dico coru?¨¦s La opini¨®n.
En esa entrevista, Hutin explicaba que abri¨® el castillo para mostrar "la sencillez" en que viv¨ªan: "Yo no cambi¨¦ absolutamente nada. La gente siempre se imagina cosas extraordinarias, pero yo dej¨¦ todo como estaba y, en ese aspecto, es mostrar mi verdad. Hemos hecho reformas aunque no se ven. Todo est¨¢ igual".
Por eso uno tiene la sensaci¨®n de entrar en un recinto congelado en 1961. En el comedor siguen objetos que Picasso incluy¨® en obras de la ¨¦poca: el aparador negro estilo Enrique II o la mandolina que compr¨® a un anticuario de Arl¨¦s tras una corrida de toros, incluida en numerosas naturalezas muertas. En un rinc¨®n, junto a un ventanal, est¨¢ la mecedora donde el artista le¨ªa.
En su estudio -una gran estancia dominada por una chimenea de yeso y generosos ventanales que miran al oeste- siguen los botes de pintura Ripolin, pinceles y caballetes, dos sillas pintadas por Picasso, un recorte de peri¨®dico sobre Hitchcock y una p¨¢gina del semanario taurino El Ruedo del 6 de agosto de 1959 donde se informa de una corrida en la que iban a participar su ¨ªntimo amigo el torero Luis Miguel Domingu¨ªn y Antonio Ord¨®?ez.
Para acceder a la planta superior hay que subir por una desnuda escalera de la vanidad -bautizada as¨ª por el tama?o que ocupaban en castillos y casas de campo de la zona-, que conduce al dormitorio de Picasso, donde aguardan varias sorpresas. Una es el espartanismo del cuarto. Otra es el cabecero: una senyera. El gu¨ªa cuenta que la tela con los colores de la bandera catalana fue colocada por Jacqueline con un af¨¢n provocador frente a la dictadura franquista.
En el espacioso dormitorio hay un armario tosco, una alfombra tejida en rojo y negro por artesanos de la comuna de Aix-en-Provence seg¨²n un dise?o del artista, una silla espa?ola de anea, un tel¨¦fono gris de disco depositado sobre un tallo de madera, una mochila de cuero de la Primera Guerra Mundial y un retrato de Picasso en albornoz amarillo hecho por David Douglas Duncan, un fotoperiodista curtido en guerras que goz¨® de frecuente acceso a la intimidad de Picasso. Sus obras figuran en cat¨¢logos. M¨¢s sorprendentes resultan las captadas por Jacqueline Picasso, que retrat¨® a su pareja casi a diario desde 1953. Catorce de estas fotos fueron donadas por Catherine Hutin al Museo Picasso de Barcelona -la instituci¨®n espa?ola que m¨¢s mima: hace un a?o le don¨® un dibujo previo de Las meninas-, pero mayoritariamente es una colecci¨®n desconocida.
Durante este verano se exponen en varias salas del castillo 60 im¨¢genes tomadas por Jacqueline. Curiosas. Picasso, con gafas redondas de concha, leyendo un art¨ªculo sobre la guerra de Argelia en un ejemplar de Paris Match del 16 de junio de 1956. El pintor, en pantal¨®n corto y con un cachorro d¨¢lmata en brazos.
No es el ¨²nico material in¨¦dito. Casi al final de la visita se proyecta un documental rodado por Jacqueline Picasso en Vauvenargues. El artista se pasea por su estudio mientras bebe de una taza, la reconviene con un dedo ante la c¨¢mara, saluda a las visitas a la manera torera desde la ventana del primer piso y finalmente se despide con un beso. En la pel¨ªcula se ve al artista mientras retoca Monument aux espagnols morts pour la France, el ¨®leo que pint¨® al final de la Segunda Guerra Mundial.
El paisaje que Picasso ve desde la ventana -y desde la gran terraza-pinar que se asoma a la ladera norte de la monta?a- est¨¢ en alguno de sus cuadros de la ¨¦poca. Es un paisaje que le recuerda a Horta del Ebro, la tierra de su amigo Manuel Pallar¨¨s. De hecho, la primera impresi¨®n que tiene de Vauvenargues le dispara la melancol¨ªa. "Lo visitamos una ma?ana, todav¨ªa estaba el mercado en la plaza del pueblo y ?los agricultores hablaban catal¨¢n! Adem¨¢s, los puestos de fruta y verdura se parec¨ªan a los de nuestra tierra", comentar¨¢ Picasso, tras visitar el castillo con Jacqueline y Jean Cocteau.
Fuera del castillo, la atm¨®sfera que conquist¨® el pintor sigue casi igual. Dentro, se ha detenido en los d¨ªas de Picasso. Incluso cuando ya no estaba, como ocurre en la gran sala de guardia, donde su cuerpo permaneci¨® varios d¨ªas mientras no se derret¨ªa la nieve sobre el atrio donde se cav¨® su tumba.
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