Curalotodo
En la antig¨¹edad, los sabios naturalistas tildaron a la humilde calabaza casi de milagrosa, ya que entre todas las clases que de ellas hab¨ªa, pod¨ªan elegir, para curar, uno tras otro, los males del est¨®mago, los de tripas, ri?ones, lomos y perles¨ªa. Tambi¨¦n la tos. Y la ictericia. Y el dolor de dientes. Y los del espinazo y las ancas.
Sin embargo, cuando Venecia ya no era Bizancio, all¨¢ por el siglo XV, sino todo lo contrario, Juan Contamenos, astr¨®nomo y matem¨¢tico oficial adem¨¢s de gastr¨®nomo y m¨¦dico vocacional -un personaje que se preguntaba por qu¨¦ cuando desayunaba uvas y caviar ten¨ªa dificultades respiratorias- afirmaba que cuando experimentaba comiendo calabazas, sent¨ªa escalofr¨ªos y dolor de cabeza, con lo cual quedamos impuestos y convencidos de su hipocondr¨ªa, a la vez que tenemos la certeza de que la calabaza se com¨ªa en la ¨¦poca y adem¨¢s segu¨ªan atribuy¨¦ndosele -pese a la adversa opini¨®n del matem¨¢tico- diversas propiedades curativas, incluso en la medicina bizantina, que era, pese al desencuentro amoroso entre culturas, la imperante.
La calabaza puede ser comida y disfrutada en estado puro o combinada
El mito benefactor de la calabaza se extendi¨® con posterioridad a diversos pueblos, y as¨ª la medicina ¨¢rabe pensaba que comiendo una calabaza a la que se hubiese torneado d¨¢ndole forma de pez, se satisfacen los deseos del enfermo, por lo que este se encuentra bien.
Parece que hoy el mito se ha olvidado y la calabaza ha encontrado su sentido en ser comida y disfrutada, sea en estado puro, sea en combinaci¨®n con otros que la mejoran y benefician.
Podemos desayunar un pumping pancake, y as¨ª tomaremos calabaza hecha pastel junto con la leche, seg¨²n costumbre norteamericana. O si preferimos una versi¨®n m¨¢s propia -y aceitosa- podremos comenzar el d¨ªa con los famosos bu?uelos de viento que con la cucurbit¨¢cea se hacen, y los acompa?aremos con nuestro taz¨®n favorito lleno de caf¨¦, o bien con la sentida f¨®rmula que aconseja que los tejeringos y bu?uelos saben mejor en las fr¨ªas madrugadas acompa?ados de una copita de oj¨¦n, versi¨®n canalla del m¨¢s fino anisette Marie Brizard que todos recordamos.
Tomaremos una fastuosa crema del producto a la hora propicia para comer, que confeccionaremos -inevitablemente- con patatas y algo de cebolla, caldos de ave de preferencia, y le a?adiremos un punto de crema fresca si nuestros gustos tienden hacia el norte, o un cuidado aceite puro de oliva si deseamos que su sabor se consagre en nuestra tradici¨®n.
La freiremos con mantequilla salada -como recomienda Alain Passard- para luego sazonarla con curry y otras hierbas como la menta y ali?arla con el zumo de un lim¨®n para ser guarnici¨®n de aves o mollejas de ternera.
O la asaremos, para de esta suerte confeccionar un dulc¨ªsimo postre llamado arnad¨ª, que seg¨²n indica el profesor Millo, proviene nada menos que de los descendientes de Agar, y que lleva en su composici¨®n pieles de lim¨®n, canela, almendras y pi?ones y az¨²car, mucho az¨²car.
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