Manhattan, la mezquita, la estrella y la cruz
Los momentos de calma en mi ciudad natal, Nueva York, son escasos. La polic¨ªa tuvo que separar a dos grupos opuestos de manifestantes en el lugar donde se ha previsto construir un centro para la comunidad isl¨¢mica y que se llamar¨¢ Cordoba Center. Est¨¢ a dos manzanas de distancia del World Trade Center, pero para los enfurecidos defensores de la sagrada memoria del ataque del 11 de septiembre de 2001, si estuviera a dos millas estar¨ªa demasiado cerca.
El asunto no es precisamente de primordial importancia para la mayor parte de los ciudadanos, agobiados por el desempleo o por la amenaza de padecerlo, pero una mayor¨ªa de norteamericanos declara preferir que el centro est¨¦ en otro sitio. Lo que muy bien puede querer decir que en ning¨²n sitio.
La habilidad de EE UU para ver enemigos en todas partes refuerza la pol¨¦mica sobre el centro isl¨¢mico
Para algunos partidarios de Israel, cualquier conflicto con el islam resulta ¨²til
La CIA ha descubierto ahora otra amenaza de Al Qaeda en Yemen, lo que requerir¨ªa una ampliaci¨®n de la guerra contra el islam que ya hay en Afganist¨¢n, Irak, Pakist¨¢n y Somalia. La amarga controversia sobre el centro isl¨¢mico en Nueva York se ve reforzada por nuestra capacidad nacional para encontrar enemigos por todas partes. (?Cu¨¢ndo nos llamar¨¢ la atenci¨®n alg¨²n norteamericano itinerante sobre los peligros impl¨ªcitos en la cocina de El Caballo Rojo de C¨®rdoba..?).
La degradaci¨®n de nuestros est¨¢ndares intelectuales nacionales contin¨²a. En su ¨²ltima edici¨®n, la revista Foreign Affairs concede su espacio a dos escritores hostiles al islam cuyo rasgo com¨²n es su ignorancia sobre el mismo. Pero "hay un m¨¦todo en su locura": estamos padeciendo una decidida campa?a por parte de un sector de nuestra ¨¦lite imperial en favor de la guerra contra Ir¨¢n. Los europeos puede que est¨¦n perplejos. ?Acaso no se les ha dicho (por fuentes norteamericanas, ya sean oficiales como extraoficiales) que somos un modelo de multiculturalismo, de integraci¨®n de diversas corrientes de inmigraci¨®n en un consenso nacional?
En realidad, solo a partir de 1964 han podido ejercer los afroamericanos de los Estados sure?os un derecho al voto que nominalmente pose¨ªan desde hac¨ªa un siglo. Hasta que no tuvo lugar en 1945 una ardua campa?a de la comunidad jud¨ªa (ayudada por el sentimiento de culpa de nuestras informales leyes de N¨²remberg) a menudo y en diversos lugares se denegaba a los jud¨ªos el derecho a comprar propiedades, al empleo y a matricularse en la universidad. Ciudadanos norteamericanos de origenjapon¨¦s fueron encerrados en campos de concentraci¨®n en 1942 y los tribunales rechazaron su reparaci¨®n legal. Las mujeres obtuvieron el voto en 1919 pero los Estados sure?os (claramente inquietos por si la p¨¦rdida de la supremac¨ªa del macho obraba en perjuicio de la supremac¨ªa del blanco) pusieron todo su empe?o en bloquear el proceso. Toda una serie de Chinese Exclusion Acts impidi¨® conceder la ciudadan¨ªa a los inmigrantes chinos desde 1882 hasta 1943.
El m¨¢s antiguo de los filmes cl¨¢sicos americanos, El nacimiento de una naci¨®n (1915), celebraba la resistencia a la concesi¨®n de los derechos civiles de los antiguos esclavos en el Sur, protagonizada por las figuras encapuchadas del Ku Klux Klan. Con el tiempo el Klan adquiri¨® una dimensi¨®n nacional y en 1925 contaba con tres millones de miembros desplegados por todo el pa¨ªs, con capacidad para elegir a congresistas, senadores y gobernadores. Adem¨¢s de oponerse a los derechos para los afroamericanos, era virulentamente anticat¨®lico y antisemita.
Cuando el reformista gobernador de Nueva York Al Smith, hijo de inmigrantes irlandeses, concurri¨® a la presidencia en 1928, fue derrotado de manera humillante. John Kennedy sigue siendo nuestro ¨²nico presidente cat¨®lico, pero no se present¨® como tal, sino como un patricio de Harvard y un h¨¦roe de guerra.
La inmigraci¨®n, durante el siglo XIX y comienzos del XX, de millones de cat¨®licos irlandeses, italianos y eslavos, as¨ª como de ortodoxos griegos y armenios, fue recibida con amargos prejuicios y, a veces, con violencia. Transcurri¨® un tiempo considerable antes de que los inmigrantes y sus descendientes se unieran en defensa de sus derechos a las oportunidades econ¨®micas y a la igualdad c¨ªvica, mediante el movimiento sindical y el New Deal de Franklin Roosevelt.
A menudo los perseguidos respond¨ªan no con solidaridad hacia los otros grupos desfavorecidos sino con miedo hacia aquellos a¨²n m¨¢s despreciados que ellos mismos. Las tropas del victorioso Ej¨¦rcito del Norte en Gettysburg tuvieron que acudir a Nueva York en 1863 para detener los enfrentamientos entre los empobrecidos inmigrantes irlandeses y los negros. Quienes hayan visto la serie de televisi¨®n Los Soprano son conscientes de que a los ciudadanos norteamericanos de origen italiano no se les representa precisamente como a los descendientes espirituales de Dante. Sea por lo que fuere, las campa?as xen¨®fobas contempor¨¢neas contra los emigrantes suelen estar dirigidas con frecuencia por americanos de ascendencia italiana.
Las figuras m¨¢s toscas, moralmente hablando, de la pol¨ªtica norteamericana, la ex gobernadora Palin, y el antiguo speaker de la C¨¢mara, Newt Gingrich, se cuentan entre quienes denuncian a voz en grito el proyecto del centro isl¨¢mico en Manhattan. Si bien es posible que Palin crea realmente lo que dice, Gingrich es absolutamente c¨ªnico.
A ellos puede a?adirse un n¨²mero impreciso de partidarios de Israel, para los que cualquier conflicto con el islam resulta ¨²til. Luego est¨¢n los viejos partidarios de la guerra de Irak que se agrupan en torno a Cheney. Los protestantes fundamentalistas, para quienes cualquier cruzada contra otros est¨¢ teol¨®gicamente justificada, forman tambi¨¦n parte de esta miserable procesi¨®n...
Un sector inteligente de nuestra ¨¦lite imperial se queja de que uno no puede ganarse el apoyo de las poblaciones de los pa¨ªses isl¨¢micos si trata con desprecio a los inmigrantes isl¨¢micos en Estados Unidos. El argumento ser¨ªa efectivo si nuestra darwiniana cultura no hubiera privilegiado las m¨¢s profundas vetas de odio de nuestra psique nacional.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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