J. M. Coetzee, un intruso en el Karoo
En el tercer volumen de sus memorias, situadas en los setenta, el premio Nobel explora su compleja relaci¨®n con el paisaje y las gentes de Sud¨¢frica. Es un extra?o en un pa¨ªs dominado por la violencia del 'apartheid'
Le gustar¨ªa vivir siempre as¨ª, paseando en bicicleta por las calles anchas y vac¨ªas de Worcester, al atardecer de un d¨ªa de verano, cuando han llamado a todos los ni?os y solo ¨¦l sigue fuera, como un rey", escribi¨® J. M. Coetzee en la primera entrega de sus memorias, Infancia. En los a?os de los que se ocupa Verano, la tercera parte de su relato autobiogr¨¢fico, que ha aparecido hace unos meses, el escritor ya no es ning¨²n ni?o ni tampoco recorre en bicicleta como un rey las calles de una peque?a ciudad sudafricana. Es 1972 y ha regresado a Ciudad del Cabo despu¨¦s de pasar una temporada en Estados Unidos. El libro se abre con una escena de violencia que ocurre en Franciscotown, Botsuana. Un coche llega a una zona residencial, bajan unos hombres cubiertos con unos pasamonta?as, disparan, incendian la casa, salen huyendo. Mueren dos hombres, tres mujeres y tres ni?os. Al principio se dice que los asesinos son negros, pero un vecino explica que los escuch¨® hablar en afrik¨¢ans. As¨ª que pod¨ªan haber sido blancos con la cara ennegrecida.
En el libro, un bi¨®grafo ficticio entrevista a cinco personas que estuvieron muy pr¨®ximas al autor
Algunos blancos fueron "transe¨²ntes, residentes temporales" y, por eso, "sin hogar, sin patria"
El 31 de mayo de 1975, John Maxwell Coetzee escribi¨® en su cuaderno de notas: "Sud¨¢frica no se encuentra formalmente en estado de guerra, pero es como si lo estuviera". Se trata de una anotaci¨®n que forma parte de los viejos apuntes de un escritor que ha fallecido hace tiempo. Porque eso es lo que ha hecho Coetzee en la tercera parte de sus memorias: darse por muerto. El autor es un bi¨®grafo ficticio que se dedica a entrevistar a algunas personas que significaron algo en la vida del escritor durante aquellos a?os.
As¨ª que esas son las reglas del juego. Unas memorias que reconstruyen una temporada del pasado pero que no las escribe el hombre que vivi¨® todo aquello. O que s¨ª las escribe, pero a trav¨¦s de las voces de otros. Unas voces, sin embargo, que no son exactamente las reales. Alguien nos tiene que estar enga?ando porque las entrevistas que aparecen en Verano no las ha hecho ese bi¨®grafo fraudulento que las presenta como parte de su trabajo, sino que se las ha inventado el escritor que se dice muerto. ?Pero no estaba establecido que los relatos biogr¨¢ficos formaban parte de la no ficci¨®n?
En Infancia, J. M. Coetzee cuenta las cosas que le pasaron cuando ten¨ªa 10 a?os. En Juventud habla del final de sus estudios universitarios, de su salida de Sud¨¢frica, de su vida en Londres, de sus inicios como escritor. Ah¨ª se refiere a lo esencial de ese oficio en el que se est¨¢ iniciando. "Si, para que su libro sea convincente, tiene que haber un bote de grasa bambole¨¢ndose bajo el suelo del carro mientras el veh¨ªculo va dando botes sobre las piedras del Karoo, pondr¨¢ un bote de grasa", escribe. Pero luego apunta: "La parte dif¨ªcil ser¨¢ dar al conjunto el aura que lo colocar¨¢ en las estanter¨ªas y por tanto en la historia del mundo: el aura de lo verdadero".
Verano trata de los a?os en los que Coetzee publica su primera novela, pero esta vez no hay muchas reflexiones sobre el arte de escribir. En realidad, los personajes a los que entrevista el bi¨®grafo hablan m¨¢s de s¨ª mismos, de sus propias historias y, en ellas, Coetzee es simplemente una an¨¦cdota. Julia, que estaba casada con Mark, viv¨ªa entonces en la misma zona donde el escritor se instal¨® con su padre, y se enroll¨® con ¨¦l una temporada, sin mucho entusiasmo y sin grandes pasiones. Margot es su prima, la vieja c¨®mplice con la que recorre las grandes y desoladas extensiones del Karoo. Adriana es una brasile?a de la que Coetzee se enamora, pero ella lo rechaza de manera rotunda. Luego est¨¢ Sophie, una profesora francesa que se convierte en su amante. Y est¨¢ Martin, un profesor como ¨¦l, que le dice al bi¨®grafo que "la naturaleza de las relaciones amorosas es tal que los amantes no pueden verse tal como en realidad son".
Si Martin est¨¢ en lo cierto y los amantes no pueden verse como en realidad son, ?para qu¨¦ pierde el tiempo el bi¨®grafo de Coetzee entrevistando a las mujeres que el escritor am¨® o que lo amaron, a las que pretendi¨® o con las que se fue a la cama, a las que hizo c¨®mplices de sus anhelos y problemas? Coetzee primero decide que est¨¢ muerto, luego se inventa a alguien que investiga sobre su vida y lo pone a hablar con cuatro mujeres con las que tuvo una relaci¨®n intensa, y con un profesor que al final viene a decirle: mira, no hagas caso de lo que vayan a contarte, los que tienen una historia amorosa no se ajustan nunca a lo que pas¨® de verdad, lo deforman a su capricho, se extrav¨ªan en sus afectos y pasiones. Pues esto es lo que hay en Verano: una impostura tras otra. Y, sin embargo, todo en el libro est¨¢ tocado por "el aura de lo verdadero".
Da igual que Coetzee haya metido o no un bote de grasa debajo del coche que da botes sobre las piedras del Karoo, porque el vasto y silencioso desierto, con su dureza y su rudeza, est¨¢ ah¨ª. Como est¨¢ la violencia del apartheid, como tel¨®n de fondo permanente, irrumpiendo de vez en cuando a primer plano. Ah¨ª est¨¢ la desconocida Sud¨¢frica que de pronto se ha hecho familiar en los salones de los hogares de todo el mundo por el Mundial de f¨²tbol y por sus vuvuzelas. Familiar, pero irreal: el c¨¦sped verde, las grader¨ªas, las formas arquitect¨®nicas de los estadios, masas de gente. Muchos negros. No hubo, sin embargo, sitio en julio para la sangre y el dolor, la larga historia de la segregaci¨®n, la complicada convivencia de gentes de procedencia tan distinta, la ¨¦pica tarea de doblegar un paisaje agreste, el miedo.
De lo que tratan estas memorias es de la historia de un hombre que, como tantos otros, pertenece a un paisaje que no es el suyo, que es de otros. Ese Karoo no puede ser nunca de aquellos que llegaron desde un extremo remoto del mundo para hacerlo suyo con su religi¨®n y sus t¨¦cnicas y sus armas, sino que sigue siendo de los que estaban ya all¨ª. As¨ª que Coetzee no puede ser m¨¢s que un intruso. Martin, el profesor, se lo explica al bi¨®grafo dici¨¦ndole que la presencia de los blancos en Sud¨¢frica se cimienta en el delito de la conquista colonial y se perpet¨²a en el apartheid. Por eso mismo le confiesa que siempre se consideraron "transe¨²ntes, residentes temporales, y en ese sentido, sin hogar, sin patria".
El blanco Coetzee es, en la Sud¨¢frica de los a?os setenta, un intruso. Es un blanco, adem¨¢s, que abomina de las pr¨¢cticas de los blancos de los que procede y que encuentra repugnante la invenci¨®n de los muros del apartheid para seguir conservando "la llama de la civilizaci¨®n occidental" en medio de un vasto territorio que no es el suyo. Un blanco, por otro lado, que por mucho que simpatice con la causa de los negros que batallan contra esa ancestral injusticia nada tiene que ver en el fondo con ellos. Coetzee ha crecido en un hogar que habla ingl¨¦s y sus interlocutores, aquellos en los que se mira y a los que admira y de quienes aprende, por lo que sabemos de sus memorias de juventud, son Ezra Pound, Eliot, Henry James, Beckett, Brodsky y tantos otros, un pu?ado de occidentales que han hecho trizas las certezas y los refugios y las convenciones de los occidentales.
En Verano, que seguro quedar¨¢ como uno de los mejores libros del a?o y en el que Coetzee exhibe tal derroche de recursos que hacen de ¨¦l uno de los m¨¢s grandes escritores de esta ¨¦poca, no est¨¢ ¨²nicamente esa inmensa melancol¨ªa que lo invade en el Karoo, y que lo "inutiliza para la vida", sino tambi¨¦n su historia de aquellos a?os. La relaci¨®n con su padre mayor, cuando su madre ya ha muerto, tan llena de viejas cuentas pendientes y de un antiguo desprecio y del tard¨ªo reconocimiento. Y todas esas cosas que le cuentan Julia, Margot, Adriana, Martin y Sophie al escrupuloso y meticuloso bi¨®grafo de aquel c¨¦lebre John Coetzee, que muri¨® en Australia, el lugar en el que se instal¨® despu¨¦s de dejar definitivamente Sud¨¢frica.
Ese intruso que, como contaba Sophie, ten¨ªa su peque?a utop¨ªa para uso dom¨¦stico: "Ansiaba el d¨ªa en que los habitantes de Sud¨¢frica no estar¨ªan etiquetados, no se distinguir¨ªan llam¨¢ndose africanos ni europeos ni blancos ni negros ni ninguna otra cosa, cuando las historias familiares estar¨ªan tan embrolladas y mezcladas que la gente ser¨ªa ¨¦tnicamente indistinguible, es decir, y pronuncio de nuevo el t¨¦rmino, mestizos. A eso llamaba el futuro brasile?o".
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