Rebajas de oto?o
Si los espa?oles quieren salir de la crisis, tienen que rebajar los salarios, dicen los economistas. Si los palestinos quieren la paz, tienen que renunciar a la justicia, dice un diplom¨¢tico laborista israel¨ª. Si los pa¨ªses emergentes quieren prosperar, tienen que olvidarse de los da?os al planeta; es decir, que las conquistas sociales, la justicia o la salud del planeta son los verdaderos problemas.
No parece l¨®gico porque si desmantelan la seguridad social, habr¨ªa una crisis social de dimensiones imprevisibles. Y una paz sin justicia ser¨ªa pan para hoy y hambre para ma?ana. Y si rematamos al planeta, vivir ser¨¢ sobrevivir.
Lo realmente llamativo en los tiempos que corren es el abismo entre lo que los hechos dan a entender y lo que les hacemos decir. Juan Goytisolo recordaba aqu¨ª recientemente la de sufrimientos que han sido necesarios para entender, por ejemplo, que matar a alguien por una idea, no es defender una doctrina, sino asesinar a un ser humano. As¨ª de simple. El Nobel de Econom¨ªa, Paul Krugman, daba un paso m¨¢s en esta guerra hermen¨¦utica cuando analizaba la ofensiva estadounidense contra la seguridad social. ?l, que sabe de n¨²meros, dice que los de los cr¨ªticos "no cuadran y en realidad su hostilidad no tiene nada que ver con d¨®lares y c¨¦ntimos, sino m¨¢s bien con ideolog¨ªa". Sus cuentas son una "contabilidad de mala fe", cercana a "un juego de trilero" o al "timo de la estampita". Si la falsificaci¨®n de los datos es tan burda, ?por qu¨¦ darles tanta importancia? Pues porque muchas personas importantes se lo creen y han empezado a dise?ar las pol¨ªticas de futuro a partir del supuesto de la inviabilidad de la seguridad social.
Se hace pol¨ªtica en base a ideas, que no hechos. Y as¨ª se dice que el problema son los salarios
Aqu¨ª hay dos guerras: la de los hechos y la de su interpretaci¨®n. La decisiva es la segunda. Gracias a la interpretaci¨®n de la esclavitud hemos podido tener esclavos hasta el siglo XIX. Hace un par de meses el aeropuerto de Lanzarote parec¨ªa un lugar de peregrinaci¨®n para solidarizarse con la causa saharaui de Aminatu Haidar pero hace poco m¨¢s de un siglo, los cat¨®licos parisinos iban despu¨¦s de misa en La Trinit¨¦ a comprar bolsos de mano hechos con piel de j¨®venes africanas. Hab¨ªamos decidido que solo val¨ªan para eso.
Pues bien, en pleno siglo XXI se hacen pol¨ªticas en base a ideas que declaran al Estado de bienestar una r¨¦mora para la competitividad de la econom¨ªa, a la justicia un obst¨¢culo para la paz y a la ecolog¨ªa una man¨ªa de exaltados. Es verdad que siempre ha habido de esto. Hay que ver los argumentos que usaba Gin¨¦s Sep¨²lveda, contra Las Casas, para justificar la conquista de Am¨¦rica: que si la evangelizaci¨®n, que si la superioridad cultural europea, que si la violencia de los nativos. Hoy dan risa, pero durante siglos los espa?oles nos los hemos cre¨ªdo.
El problema no es la presencia de argumentos abusivos en favor de los poderosos. Lo preocupante es la naturalidad con la que los asumimos. El br¨ªo con el que, desde la II Guerra Mundial, se defendi¨® el Estado de bienestar por parte de la socialdemocracia y de la doctrina social de la Iglesia, suena hoy a exceso doctrinario. Es verdad que eran tiempos en los que exist¨ªa el comunismo y se hablaba de marxismo, con lo que el Estado de bienestar bien pod¨ªa entenderse como una zona de seguridad en zona capitalista. Lo cierto es que en pa¨ªses demoliberales era un concepto intocable.
Ahora dicen que es caro de mantener, aunque los que saben de cuentas explican que no es cuesti¨®n de n¨²meros sino de ideas. Sabemos muy bien que el poder de las ideas poco tiene que ver con la verdad que contengan. Su poder depende de quienes las apadrinen. Para que una modesta idea se imponga no basta que tenga raz¨®n, tiene que cargarse de razones. "Cu¨¢ntas l¨¢grimas", dec¨ªa Flaubert, "fueron necesarias para liberar Cartago". Por un momento pensamos que quiz¨¢ esta vez s¨ª ser¨ªa posible repensar el sistema. Fue cuando al inicio de la gran crisis, Obama, el presidente, habl¨® de ego¨ªsmo y Almunia, desde la Uni¨®n Europea, de avaricia, referidos uno y otro al capitalismo financiero. Apuntaban en la buena direcci¨®n pero fue un espejismo. El problema, por lo visto, son los sueldos y por ah¨ª van las pol¨ªticas de los pol¨ªticos mientras los dem¨¢s callamos.
Hay un episodio en Primo Levi que viene a cuento. Los nazis han capturado a un prisionero que quer¨ªa escapar. Deciden colgarle en la plaza del campo ante todos los deportados. Cuando va a subir al pat¨ªbulo, arenga a los compa?eros: "?nimo, que yo soy el ¨²ltimo". Pero los compa?eros bajaron los ojos acobardados. El campo hab¨ªa acabado con su capacidad de resistencia. Claro, aquello era un campo y esto no o eso dicen. En el breve espacio de una generaci¨®n la cr¨ªtica ha perdido mansamente su capacidad de decir basta. Todo rebajado en un oto?o que se anuncia largo.
Reyes Mate, profesor e investigador del CSIC, es autor de La herencia del olvido, premio Nacional de Ensayo.
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