La Academia, ?honor o labor?
En septiembre de 2008, informado de mi paso por Barcelona despu¨¦s de los cursos en l'Universitat d'Estiu de Andorra, Francisco Rico me comunic¨® a trav¨¦s de una amiga com¨²n su deseo de conversar conmigo. Como siempre he tenido respeto y estima por su labor de historiador y fil¨®logo pese a algunos desacuerdos sobre nuestras lecturas respectivas de autores medievales y posrenacentistas, acud¨ª con dicha amiga al almuerzo fijado en un conocido restaurante del carrer del Carme. El di¨¢logo con Rico es a la vez serio y entretenido, y charlamos y charlamos entre plato y plato de los autores que nos son m¨¢s queridos. Antes de llegar a los postres, el escrupuloso lector de Cervantes y de La Celestina -dos pasiones que ambos compartimos-, me aclar¨® la raz¨®n del encuentro: hab¨ªa hallado, dijo, un procedimiento para nombrarnos, a Ferlosio y a m¨ª, acad¨¦micos de honor sin necesidad de las solicitudes y tr¨¢mites burocr¨¢ticos de quienes aspiran a formar parte de la docta corporaci¨®n.
"Las academias son institutos de trabajo, no galardones", escribi¨® Juan Ram¨®n Jim¨¦nez
Todo creador aspira a la libre navegaci¨®n por aguas desconocidas
Le agradec¨ª como corresponde su amistosa propuesta, pero le dije que no pod¨ªa aceptarla, no por falta de consideraci¨®n a la Academia, cuya labor me merece el mayor aprecio -consulto a menudo el Diccionario panhisp¨¢nico de dudas y aguardo con impaciencia su monumental Nueva Gram¨¢tica de la Lengua Espa?ola elaborada en colaboraci¨®n con las 22 Academias de la Lengua de Hispanoam¨¦rica, con quienes he compartido recientemente el Premio Internacional Don Quijote de La Mancha-, sino por la imposibilidad de acomodar mi trabajo solitario al suyo y de asistir puntualmente a sus reuniones. Aunque ello no era indispensable en mi caso, como se apresur¨® a se?alarme Rico dada la lejan¨ªa de mi querencia africana, precis¨¦ que dicho galard¨®n honor¨ªfico no acompa?ado de una participaci¨®n efectiva en las deliberaciones usuales de la Casa no correspond¨ªa a mis gustos ni a mi temperamento. Nunca he aceptado doctorados ni medallas -salvo las de Presencia Gitana y de Vecino del barrio almeriense de La Chanca-, y cuando el ex ministro de Cultura franc¨¦s Jack Lang me ofreci¨® la Legi¨®n de Honor, le expuse cort¨¦smente que aquel honor no era el m¨ªo: los militares que se distinguieron por su "hero¨ªsmo" en el exterminio de vietnamitas, malgaches y argelinos suelen lucirla en la solapa. Por encima de todo, el ceremonial de los actos oficiales de entrega de lauros y recompensas me abruma y soy reacio a someterme voluntariamente a semejante tortura. Cuando lo he hecho, no consegu¨ª librarme de un sentimiento de malestar ante lo que siento como una claudicaci¨®n personal.
Las relaciones de algunos escritores con la Real Academia de la Lengua han sido a veces conflictivas y suscitado reacciones contrapuestas en las que la
pol¨ªtica y la percepci¨®n singular del creador de s¨ª mismo y de su obra andan entremezcladas. Citar¨¦ dos ejemplos de ello: el de rechazo de una candidatura bien sustentada y el de su no aceptaci¨®n.
Durante los a?os de la Segunda Rep¨²blica, don Emilio Cotarelo, a la saz¨®n presidente de la docta corporaci¨®n, afirm¨® que Valle-Incl¨¢n no reun¨ªa los m¨¦ritos suficientes para ingresar en ella, a lo que el novelista y dramaturgo gallego repuso con su causticidad habitual: "?Desde cu¨¢ndo los herejes entran en la Iglesia? Yo soy un hereje a sabiendas". Ignoro la reacci¨®n de Cotarelo a una puntualizaci¨®n tan contundente. En cuanto a Valle, el sesgo admirable de su obra tard¨ªa tras el aplauso cerrado con el que fueron recibidas sus Sonatas, le distanci¨® del mundo acad¨¦mico. (Si ello sirve de consuelo a los suspendidos, recordar¨¦ que ni Baudelaire, Zola ni Proust alcanzaron la gloria de un sill¨®n en el noble edificio del Quai Conti pese a haberlo solicitado. Pero, como dice el refr¨¢n: mal de muchos...).
Despu¨¦s de la Guerra Civil, el exiliado Juan Ram¨®n Jim¨¦nez recibi¨® una carta de Jos¨¦ Mar¨ªa Pem¨¢n en la que el autor del Poema de la bestia y el ¨¢ngel le propon¨ªa un sill¨®n en la Academia. Su respuesta, fechada en Washington el 6 de febrero de 1946 e incluida en el excelente volumen titulado Guerra en Espa?a coordinado por ?ngel Crespo en 1985, el gran poeta expresaba con nitidez y una pizca de iron¨ªa su incapacidad de adaptarse a una faena que no era la suya:
"Para m¨ª, amigo Pem¨¢n, las Academias son, o deben ser, institutos de trabajo, no galardones; debe ser acad¨¦mico el que: ha demostrado que puede trabajar en las labores propias de cada una. Ya yo le dije a Mara?¨®n, cuando vino a invitarme, que me imaginaba que ¨¦l era acad¨¦mico de la lengua para mirarle la lengua a los acad¨¦micos, y que estar¨ªa mejor en la de Medicina. En las Academias literarias, ning¨²n poeta l¨ªrico tan ignorante como yo debe ocupar el sitio que corresponde a los historiadores, fil¨®logos, etc¨¦tera. ?Qu¨¦ hace el poeta, un creador iluso, en uno de los sillones sabios?".
En los dos casos evocados subyace, m¨¢s all¨¢ de la resistencia a la tentaci¨®n insidiosa de los honores, el temor al reconocimiento oficial. La libre navegaci¨®n por aguas desconocidas a la que aspira todo creador de enjundia implica una aceptaci¨®n resignada de la prevenci¨®n y sospecha de sus contempor¨¢neos. El ser cortejado por la fama y el ¨¦xito supone para un pu?ado de poetas y novelistas -?hay desde luego excepciones magn¨ªficas!- la prueba a contr¨¢riis de que la obra as¨ª ensalzada por la industria cultural carece de la fuerza condigna a una creaci¨®n arriesgada y perturbadora, que no responde a las expectativas del perezoso lector medio. La consideraci¨®n del artista como bien nacional se sit¨²a en las ant¨ªpodas de su busca zahor¨ª de manantiales creativos nuevos. El alejamiento de la instituci¨®n literaria y el ninguneo de los espinazos doblados le proporcionan en cambio una secreta satisfacci¨®n. Si un creador molesta, obedece al hecho de que su obra permanece viva: a nadie se le ocurrir¨ªa alancear a los muertos expuestos en la pasarela o vitrina ef¨ªmeras de los que Antonio Saura llamaba el "hipo de la moda" en contraposici¨®n a lo que Valle-Incl¨¢n y J. R. Jim¨¦nez encarnan: la "moderna intensidad".
Juan Goytisolo es escritor.
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