El Grito de M¨¦xico
El clima de inseguridad ha ensombrecido la celebraci¨®n del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revoluci¨®n. La guerra contra el narco se ganar¨¢ dentro de las reglas de la democracia
Pareciera que cada 100 a?os M¨¦xico tiene una cita con la violencia. Si bien el denominador com¨²n de nuestra historia nacional ha sido la convivencia social, ¨¦tnica y religiosa, la construcci¨®n pac¨ªfica de ciudades, pueblos, comunidades y la creaci¨®n de un rico mosaico cultural, la memoria colectiva se ha concentrado en dos fechas m¨ªticas: 1810 y 1910. En ambas, estallaron las revoluciones que forman parte central de nuestra identidad hist¨®rica. Los mexicanos veneran a sus grandes protagonistas justicieros, todos muertos violentamente: Hidalgo, Morelos, Guerrero, Madero, Zapata, Villa, Carranza. Pero, por otra parte, ambas guerras dejaron una estela profunda de destrucci¨®n, tardaron 10 a?os en amainar, y el pa¨ªs esper¨® muchos a?os m¨¢s para reestablecer los niveles anteriores de paz y progreso.
A despecho de sus violentas mitolog¨ªas, el mexicano es suave, pac¨ªfico y trabajador
Tras los problemas actuales de M¨¦xico est¨¢n los mercados de armas y drogas de Estados Unidos
En 2010, M¨¦xico no confronta una nueva revoluci¨®n ni una insurgencia guerrillera como la colombiana. Tampoco la geograf¨ªa de la violencia abarca el espacio de aquellas guerras ni los niveles que ha alcanzado se acercan, en lo absoluto, a los de 1810 o 1910. Pero la violencia que padecemos, a pesar de ser predominantemente intestina entre las bandas criminales, es inocultable y opresiva. Se trata, hay que subrayar, de una violencia muy distinta de la de 1810 y 1910: aquellas fueron violencias de ideas e ideales; esta es la violencia m¨¢s innoble y ciega, la violencia criminal por el dinero.
Tras la primera revoluci¨®n (que cost¨® quiz¨¢ 300.000 vidas, de un total aproximado de seis millones), las rentas p¨²blicas, la producci¨®n agr¨ªcola, industrial y minera y, sobre todo, el capital, no recobraron los niveles anteriores a 1810, sino hasta la d¨¦cada de 1880. A la desolaci¨®n material siguieron casi cinco d¨¦cadas de inseguridad en los caminos, inestabilidad pol¨ªtica, oneros¨ªsimas guerras civiles e internacionales, tras las cuales el pa¨ªs separ¨® la Iglesia del Estado y encontr¨® finalmente una forma pol¨ªtica estable (m¨¦ritos ambos de Benito Ju¨¢rez y su generaci¨®n liberal) y alcanz¨®, bajo el largo r¨¦gimen autoritario de Porfirio D¨ªaz, un notable progreso material.
La segunda revoluci¨®n result¨® a¨²n m¨¢s devastadora: por muerte violenta, hambre o enfermedad desaparecieron cerca de 700.000 personas (de un total de 15 millones); otras 300.000 emigraron a Estados Unidos; se destruy¨® buena parte de la infraestructura, cay¨® verticalmente la miner¨ªa, el comercio y la industria, se arrasaron ranchos, haciendas y ciudades, y en el Estado ganadero de Chihuahua desaparecieron todas las reses.
Por si fuera poco, entre 1926 y 1929 sobrevino la guerra de los campesinos "Cristeros", que cost¨® 70.000 vidas. Pero desde 1929 el pa¨ªs volvi¨® a encontrar una forma pol¨ªtica estable aunque, de nuevo, no democr¨¢tica (la hegemon¨ªa del PRI) que llev¨® a cabo una vasta reforma agraria, mejor¨® sustancialmente la condici¨®n de los obreros, estableci¨® instituciones p¨²blicas de bienestar social que a¨²n funcionan y propici¨® d¨¦cadas de crecimiento y estabilidad.
Ambas revoluciones -y esto es lo esencial- presentaron a la historia buenas cartas de legitimidad. En 1810, un sector de la poblaci¨®n no tuvo m¨¢s remedio que recurrir a la violencia para conquistar la independencia. Su recurso a las armas no se inspir¨® en Rousseau ni en la Revoluci¨®n Francesa. Tres agravios (la invasi¨®n napole¨®nica a Espa?a que hab¨ªa dejado el reino sin cabeza, el antiguo resentimiento de los criollos contra la dominaci¨®n de los "peninsulares" y la excesiva dependencia de la Corona con respecto a la plata novohispana para financiar sus guerras finiseculares) parec¨ªan cumplir las doctrinas de "soberan¨ªa popular" elaboradas por una brillante constelaci¨®n de te¨®logos neoescol¨¢sticos del siglo XVI como el jesuita Francisco Su¨¢rez. A juicio de sus l¨ªderes, la rebeli¨®n era l¨ªcita.
Adem¨¢s, era inevitable, porque la corona espa?ola -a diferencia de la de Portugal- desatendi¨® los consejos y oportunidades de desanudar sin romper sus lazos con los dominios de ultramar enviando, como ocurri¨® con Brasil en 1822, un v¨¢stago de la casa real para gobernarlos.
En 1910, un amplio sector de la poblaci¨®n, agraviado por la permanencia de 36 a?os en el poder del dictador Porfirio D¨ªaz, consider¨® que no ten¨ªa m¨¢s opci¨®n que la de recurrir a la leg¨ªtima violencia para destronarlo. Al lograr su prop¨®sito, esta breve revoluci¨®n puramente democr¨¢tica dio paso a un gobierno legalmente electo que al poco tiempo fue derribado por un golpe militar con el apoyo de la embajada americana. Este nuevo agravio se aun¨® a muchos otros acumulados (de campesinos, de obreros y clases medias nacionalistas) que desembocaron propiamente en la primera revoluci¨®n social del siglo XX. Las grandes reformas sociales que se hicieron posteriormente han justificado a los ojos de la mayor¨ªa de historiadores la d¨¦cada de violencia revolucionaria que, sin embargo, vista a la distancia, parece haber sido menos inevitable que la de 1810.
En 2010, un pu?ado de poderosos grupos criminales ha desatado una violencia sangrienta, ilegal y, por supuesto, ileg¨ªtima contra la sociedad y el gobierno. Esta guerra ha desembocado, en algunos municipios y Estados del pa¨ªs, en una situaci¨®n verdaderamente hobbesiana frente a la cual el Estado no tiene m¨¢s opci¨®n que actuar para recobrar el monopolio de la violencia leg¨ªtima que es caracter¨ªstica esencial de todo Estado de derecho.
El clima de inseguridad de 2010 ha ensombrecido la celebraci¨®n del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revoluci¨®n. Desde hace casi 200 a?os, en la medianoche del 15 de septiembre los mexicanos se han reunido en las plazas del pa¨ªs, hasta en los pueblos m¨¢s remotos y peque?os, para dar el Grito, una r¨¦plica simb¨®lica del llamamiento a las armas que dio el "Padre de la Patria", el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla, la madrugada del 16 de septiembre de 1810. En unos cuantos d¨ªas, una inmensa cauda ind¨ªgena armada de ondas, piedras y palos lo sigui¨® por varias capitales del reino y estuvo a punto de tomar la capital. A su aprehensi¨®n y muerte en 1811 sigui¨® una etapa m¨¢s estructurada y l¨²cida de la guerra a cargo de otro sacerdote, Jos¨¦ Mar¨ªa Morelos. La Independencia se conquist¨® finalmente en septiembre de 1821.
Han pasado exactamente 200 a?os desde aquel Grito. Hoy, M¨¦xico ha encontrado en la democracia su forma pol¨ªtica definitiva. El drama consiste en que la reciente transici¨®n a la democracia tuvo un efecto centr¨ªfugo en el poder que favoreci¨® los poderes locales y, en particular, el poder de los carteles y grupos criminales. Ya no hay (ni habr¨¢, como en tiempos de Porfirio D¨ªaz o del PRI) un poder central absoluto que pueda negociar con los bandoleros. Habr¨¢ que ganar esa guerra (y reanudar el crecimiento econ¨®mico) dentro de las reglas de la democracia, con avances diversos, fragmentarios, dif¨ªciles. Costar¨¢ m¨¢s dolor y llevar¨¢ tiempo.
El ¨¢nimo general es sombr¨ªo, porque a despecho de sus violentas mitolog¨ªas, el mexicano es un pueblo suave, pac¨ªfico y trabajador. Muchos quisieran creer que vivimos una pesadilla de la que despertaremos ma?ana, aliviados. No es as¨ª. Pero se trata de una realidad generada, en gran medida, por el mercado de drogas y armas en Estados Unidos y tolerada por muchos norteamericanos que reh¨²san a ver su responsabilidad en la tragedia y se alzan los hombros con exasperante hipocres¨ªa.
Esa es nuestra solitaria realidad. Y, sin embargo, la noche de hoy las plazas en todo el pa¨ªs se llenar¨¢n de luz, m¨²sica y color. La gente ver¨¢ los fuegos artificiales y los desfiles, escuchar¨¢ al presidente ta?ir la vieja campana del cura Miguel Hidalgo, y gritar¨¢ con j¨²bilo "?Viva M¨¦xico!".
Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras libres.
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