Intimidad y vida
Una pena. Es algo que he comentado con periodistas de cultura y que he experimentado en primera persona: entrevistar a celebridades se ha convertido (salvo excepciones) en algo muy aburrido. Una pena, porque entre los sue?os de todo joven periodista est¨¢ el de penetrar en otras vidas, tener acceso a una parte del coraz¨®n y a un cuarto de trabajo, salirse de lo puramente profesional para dejar que el entrevistado divague y muestre algo de su alma. Pero no hay manera. Las grandes estrellas, bien parapetadas por representantes, agentes o jefes de prensa, imponen el cuestionario. Se someten durante tres d¨ªas a una promoci¨®n agotadora, pero con la condici¨®n de que cualquier asunto personal sea eliminado. Los periodistas se colocan delante de ellos con la entrevista pactada y vuelven a las redacciones con ese triste material de trabajo. El resultado est¨¢ a la vista de los lectores: pocas veces en la entrevista a una estrella se encuentra un tesoro. ?Por qu¨¦ los periodistas aceptan ese trato t¨¢cito, por cobard¨ªa? No necesariamente: las estrellas tienen poder. En realidad, hace tiempo que se asumi¨® lo que conviene a las productoras y m¨¢nagers, que las entrevistas sean una publicidad gratuita de las pel¨ªculas sin que el periodista roce en lo m¨¢s m¨ªnimo la fin¨ªsima piel de la estrella. No es algo exclusivamente espa?ol; la c¨¦lebre entrevistadora brit¨¢nica Lynn Barber, autora de An Education, las memorias que inspiraron la pel¨ªcula, contaba c¨®mo se sinti¨® halagada cuando en los setenta la revista Vanity Fair le ofreci¨® marcharse a Estados Unidos para hacer entrevistas a celebridades y c¨®mo tir¨® la toalla porque no se le conced¨ªa la posibilidad de preguntar lo que quisiera. La reina de las entrevistas de sociedad de la prensa inglesa se preguntaba por qu¨¦ hab¨ªa preguntas que no pod¨ªan hacerse: ?es que no debiera una estrella tener la sabidur¨ªa de esquivar con educaci¨®n una pregunta que le resulte molesta? Lynn Barber no pertenec¨ªa en absoluto a la prensa amarilla, no ten¨ªa inter¨¦s en saber detalles sobre la intimidad de sus entrevistados, pero s¨ª sobre su vida. Cuando percibi¨® que, de manera creciente, las estrellas no sab¨ªan distinguir entre intimidad o vida, renunci¨® a su contrato en la revista de sociedad m¨¢s famosa del mundo y se volvi¨® a su pa¨ªs. La gota que colm¨® el vaso fue un encuentro con el estrafalario Nick Nolte. Le entrevist¨® en su rancho, sinti¨® que todo hab¨ªa sido correcto, incluso amable, pero cuando volvi¨® al hotel recibi¨® una llamada. La entrevista no se publicar¨ªa: las preguntas de la periodista no hab¨ªan sido del agrado del entrevistado. La revista se someti¨® a los gustos del actor por conveniencia: no pod¨ªan cortar el v¨ªnculo con esa agente que representaba a otros artistas a los que querr¨ªan tener acceso en un futuro. Por otro lado, la intromisi¨®n injustificable de la prensa canalla en la vida de los famosos ha sido la coartada final para que estos se replieguen hasta convertirse en los nuevos puritanos. No beben, no fuman, no quieren mostrar ninguna arista, y transmiten a la prensa sus cambios de estado civil mediante un comunicado oficial. El h¨¢bitat ideal de las estrellas son esos programas tipo David Letterman en los que se pactan cuatro gracietas que dejan al presentador como un t¨ªo ocurrente y a la estrella como una persona campechana. Es algo muy comparable a aquello en lo que se ha convertido la relaci¨®n de los pol¨ªticos con la prensa: no se admiten preguntas molestas, se margina al periodista incisivo y cuando el pol¨ªtico siente la necesidad de mostrar su lado humano acude a contar una an¨¦cdota simp¨¢tica a un programa simp¨¢tico. Eso de tener que hacer pensar al entrevistado es algo obsoleto. Aun as¨ª, creo que el lector va percibiendo y rechazando eso de comerse una promoci¨®n a palo seco sin que exista algo de generosidad por parte de quien habla. Por su parte, el periodista se encuentra con grandes consuelos: en los ¨²ltimos tiempos, las entrevistas a fil¨®sofos, economistas, pensadores, m¨¦dicos, activistas, est¨¢n despertando gran inter¨¦s entre los lectores. Estamos deseando que nos hablen de las cosas que nos importan, queremos escuchar a un ser humano, aprender los secretos de un oficio, pero no s¨®lo eso, queremos que nos cuenten una peripecia vital. Todo ser humano con el que entablamos una conversaci¨®n espont¨¢nea en un viaje o en la calle nos cuenta un retazo de su vida, algo que va m¨¢s all¨¢ de sus meros logros profesionales. Sin duda es m¨¢s dif¨ªcil para una gran estrella mantener a los entrometidos a raya, pero conozco a estrellas que han asumido que la mejor manera de mantener la curiosidad de los dem¨¢s en un l¨ªmite razonable es ser educado. La clave est¨¢ en distinguir, como distingue cualquier individuo a diario, entre lo que es intimidad y lo que es pura vida. Qu¨¦ insoportable debe de ser sentirse tenso ante cualquier desconocido. Hay una cita de W. H. Auden que resume lo dicho: "Las caras de seres an¨®nimos en los lugares p¨²blicos son m¨¢s sabias y m¨¢s amables que los rostros de los famosos en los lugares privados". Cierto: qu¨¦ poco inter¨¦s despierta, para un lector cultivado, una persona dedicada en exclusiva a vender su producto. Qu¨¦ aburrimiento leer siempre las mismas bobadas. Y cu¨¢nto espacio se les dedica.
En la relaci¨®n de la prensa con las grandes estrellas y con los pol¨ªticos no se admiten preguntas molestas
La intromisi¨®n de la prensa canalla en la vida de los famoso ha hecho que esos se conviertan en los nuevos puritanos
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