El cuarto g¨¦nero
Alcanzada la proporci¨®n suficiente, se llega al qu¨®rum para proclamar sobre los g¨¦neros conocidos uno de nueva y populosa composici¨®n. Al femenino, masculino y el otro habr¨ªa que incorporar el que, provisionalmente, podemos apellidar g¨¦nero provecto, el que re¨²ne a la gente vieja, numerosa legi¨®n que consume, piensa y vota, aunque sea en ambulancia. Ah¨ª los ten¨¦is, por todos los rincones de Madrid.
Formo parte de esa pat¨¦tica tropa, de la que nunca puede excluirse el empleo de la imaginaci¨®n, que, aunque mortecina, sigue siendo refugio mental y teorema de nostalgias. Hemos retrocedido a la primera parte de las ansias del salaz trotaconventos y de forma vergonzante: la mantenencia. El af¨¢n de sobrevivir tasa el deca¨ªdo apetito y raros son los viejos que todav¨ªa se anudan al cuello la servilleta con gula, remoto pecado capital que se ha ido retirando del gusto, degradado por la dentadura postiza.
Es terrible y un punto obscena la terquedad con que nos aferramos a la vida
Me estoy refiriendo a los avanzados octogenarios, los que caminan por los 90 recibiendo, cada ma?ana, la incomparable recompensa de un sol que puede ser el ¨²ltimo. Es terrible y un punto obscena la terquedad con que nos aferramos a la vida, cada vez con menos exigencias, con mayor conformidad, donde lo m¨¢s temible es el dolor, ya que la decrepitud, en general, es despaciosa y la memoria describe un amplio arco que borra los a?os inmediatos. Suele instalarse en los tiempos gloriosos, donde nos vemos como extra?os seres capaces de heroicas empresas que barajan y confunden la realidad y la fantas¨ªa.
Muchos vivimos solos desde hace tiempo, ligados a los m¨¢s hondos afectos familiares por las v¨ªas r¨¢pidas del tel¨¦fono o de Internet. Amamos de otra manera a los pr¨®jimos cercanos, con el doble temor de disgustarles y de que rompan la rutina que nos mantiene. Peinamos canas escasas, siguen creciendo las u?as y, si podemos, es preciso el concurso del pedicuro, porque la cintura ya no da para que podamos recortarlas por nosotros mismos. Nos gusta el verano, quiz¨¢s porque libera de la obligaci¨®n y necesidad de ponernos los calcetines. Los j¨®venes que esto lean, si el disgusto no les ha hecho desviar la vista, quiz¨¢s encuentran chocante que se vendan varios tipos de m¨¢quinas precisamente para ponerse los calcetines, algo sencillo, nunca f¨¢cil de manejar, pero que nos manumite de la humillaci¨®n para solicitar ayuda. El aseo personal plantea nuevas cuestiones, resueltas con admin¨ªculos espec¨ªficos que confiamos unos a otros en voz baja. Nos vamos pareciendo cada vez m¨¢s, como los beb¨¦s son pr¨¢cticamente iguales en el paritorio, con una inc¨®moda diferencia: el compa?ero superviviente, el amigo del colegio, el vecino de los ¨²ltimos tiempos, si es tonto ser¨¢ un viejo tonto, a veces temible, porque hay que soportarle, para que, en correspondencia, nos puedan aguantar a nosotros. Podr¨ªa ser cierto el chiste del que refiere a la esposa el encuentro con un compa?ero de instituto: "He visto hoy a Fulano: gordo, calvo, decr¨¦pito, arrastrando los pies. F¨ªjate si estar¨¢ estropeado que no me ha reconocido". Vamos a sus entierros y asistimos a los mon¨®tonos funerales con la remota esperanza de que asistan a los que nos deparen, si es que algo hemos maquinado al respecto y pudiera importarnos un ardite.
El ego¨ªsmo y la necesidad de la liberada gente joven ha rescatado a los abueletes como guardianes y cuidadores de los hijos peque?os. Anta?o los mayores ten¨ªan su silla baja al sol, la escudilla en la mesa y una cama en el cuarto interior, pero continuaba el hilo afectuoso que ven¨ªa de lejos. Ahora, seg¨²n las posibilidades econ¨®micas, la elecci¨®n se encuentra entre la residencia, a veces inhumana, y la explotaci¨®n en las faenas dom¨¦sticas. Hay un soterrado drama entre las antiguas costumbres heredadas y la permisividad y descuido actual en la educaci¨®n y comportamiento de las criaturas, algo que no se trasluce cuando la c¨¢mara de televisi¨®n enfoca a una persona anciana que interrumpe la partida de mus o la tertulia de amigas para buscar a la gente menuda al cole o a la clase de taekwondo.
Un sindicalista andaluz arriesg¨® la propuesta de que los abuelos cooperaran a la inminente huelga del 29 neg¨¢ndose a llevar a los nietos a la escuela. Propuesta tan est¨²pida que nos hace pensar que ah¨ª se esconde un prometedor pol¨ªtico al uso, pero que encierra cierto deliberado desprecio hacia quienes desempe?an una tarea las m¨¢s de las veces ingrata y forzosa. Solo una arraigada costumbre y el concepto de obligatoriedad y amor al pr¨®jimo m¨¢s cercano -sin hablar de la cortedad de las jubilaciones- han creado ese oficio no remunerado y de gran responsabilidad.
A t¨ªtulo personal, que imagino compartido, algo nos machaca a los apuntados a este cuarto g¨¦nero: "?Hay que ver lo bien que anda usted de cabeza! Ya me gustar¨ªa encontrarme as¨ª a su edad", cuando lo que a uno le encantar¨ªa es estar cuidado, mimado, soportado y medio inconsciente. Para eso, en t¨¦rminos generales, hay que tener bastante dinero. Como para todo bien y regocijo, caramba.
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