La seguridad de Espa?a en 3-D
Nuestro pa¨ªs precisa para el siglo XXI una concepci¨®n que vaya m¨¢s all¨¢ de lo militar. La respuesta, tanto en el ¨¢mbito nacional como multilateral, est¨¢ en trabajar en tres dimensiones: defensa, diplomacia y desarrollo
Al hablar de seguridad hoy a nadie se le ocurrir¨ªa preguntarse -como hizo Stalin en Yalta (1945)- cu¨¢ntas divisiones tiene el Papa, como si la fuerza militar fuera la ¨²nica vara de medida del poder. Y esto es as¨ª no solo porque el Vaticano ha demostrado sobradamente que el poder puede ejercerse con otros instrumentos sino, sobre todo, porque en nuestros d¨ªas los medios militares han dejado de ser la mejor baza para lograr poder y seguridad. Siguen siendo, obviamente, elementos importantes de la ecuaci¨®n -como instrumentos de disuasi¨®n y de ¨²ltimo recurso-, pero ya hace tiempo que dejaron de ser los primeros (sirvan Alemania y Jap¨®n de ejemplos, tras su debacle militar hace d¨¦cadas).
La amenaza 'yihadista' no puede eliminarse por v¨ªa militar ni ignorando sus causas profundas
Nuestro servicio exterior sigue siendo raqu¨ªtico, sea cual sea el par¨¢metro para medirlo
Si analizamos esta realidad desde Espa?a -como potencia media, que goza de estabilidad estructural, con intereses globales que no puede defender en solitario- se impone un urgente ejercicio de reevaluaci¨®n de su enfoque de seguridad y de las capacidades a su servicio. Es una tarea derivada tanto del preocupante escenario de crisis econ¨®mica actual, como del desequilibrio del instrumental de respuesta ante las amenazas que nos afectan. Por lo que se refiere al primer factor, basta con mirar a pa¨ªses como Reino Unido, Francia y Alemania, en plena reducci¨®n presupuestaria, con consecuencias muy directas en sus estrategias de seguridad y defensa. En cuanto al segundo, es cada vez m¨¢s evidente la insostenibilidad de unas visiones y sistemas de seguridad que siguen lastrados por el pasado, preferentemente inclinadas a considerar los medios militares como los elementos centrales de la seguridad.
Si algo hemos aprendido de la nefasta estrategia estadounidense de guerra contra el terror, que defini¨® obsesivamente la pasada d¨¦cada, es que la amenaza terrorista -que algunos siguen calificando equivocadamente como la de mayor rango- no puede eliminarse por v¨ªa militar ni con parcheos cortoplacistas que desatiendan sus causas profundas. Y esto vale a¨²n m¨¢s para el resto de las amenazas que configuran el cat¨¢logo de nuestros d¨ªas -desde las pandemias al cambio clim¨¢tico, pasando por la pobreza, los flujos descontrolados de poblaci¨®n, el crimen organizado o los comercios il¨ªcitos. Dado que todas ellas hunden sus ra¨ªces en problemas sociales, pol¨ªticos y econ¨®micos, parece inmediato concluir que los instrumentos protagonistas para hacerles frente deben ser igualmente de esa misma naturaleza (con los militares como un elemento m¨¢s), en el marco de una estrategia sostenida, multidimensional y multilateral.
Visto en su conjunto, la respuesta que Espa?a debe plantearse -tanto en el ¨¢mbito nacional como multilateral- se articula en tres dimensiones (3-D): defensa, diplomacia y desarrollo. El esfuerzo a realizar no obliga tanto a crear algo inexistente hasta ahora, como a reformular la ponderaci¨®n que debe recibir cada una de ellas.
No cabe ninguna duda sobre el notable desequilibrio actual a favor del componente militar -como si seguridad, defensa y fuerzas armadas todav¨ªa fuesen sin¨®ni-mos- y, por tanto, es precisamente ah¨ª donde cabe enfatizar con mayor insistencia la necesidad de reprogramar las prioridades. Espa?a no reconoce ninguna amenaza en fuerza, aunque est¨¢ expuesta a todas las definidas m¨¢s arriba. Superada hace ya mucho tiempo la visi¨®n de las fuerzas armadas como columna vertebral de la naci¨®n, el peso de las inercias hist¨®ricas explica que todav¨ªa hoy sean vistas como los instrumentos principales de la seguridad nacional y que a ellas se sigan dedicando muchos m¨¢s medios (humanos, presupuestarios, tecnol¨®gicos e industriales) que a las otras dos dimensiones mencionadas.
A falta de un debate nacional -pendiente desde hace al menos 20 a?os- se ha optado por seguir invirtiendo / gastando en un sistema de defensa militar que no ha sido sometido a un serio escrutinio p¨²blico. Si primero se hizo para evitar reacciones desmedidas de un antiguo poder f¨¢ctico, luego se entendi¨® que el tema no estaba en la calle y ning¨²n gobernante quiso arriesgarse a entrar en una cuesti¨®n que no garantizaba r¨¦dito electoral alguno. En consecuencia, se ha mantenido una inercia -salpicada de reformas y modernizaciones parciales, para alinearnos operativamente con nuestros aliados en la OTAN- que hoy absorbe en torno a los 17.000 millones de euros (si se a?ade al presupuesto de defensa lo que determinan los criterios OTAN) para conformar unas fuerzas mucho m¨¢s reducidas, pero igualmente desajustadas con respecto a las necesidades previsibles (ligeras, interoperables, desplegables...). A la espera de resolver el problema, seguimos: apostando por grandes programas de eficacia cuestionable, acumulando una deuda con las industrias de defensa que ya alcanza los 27.000 millones de euros, gestionando un presupuesto que se lleva el 60% en gastos de personal y tratando a duras penas de cuadrar una plantilla de unos 135.000 efectivos (de los que solo 7.000 son susceptibles de despliegue en el exterior).
Mientras tanto, nuestro servicio exterior sigue siendo raqu¨ªtico, sea cual sea el par¨¢metro que utilicemos para medirlo. Se suman los planes de reforma que plantea cada nuevo Gobierno, sin que ninguno de ellos llegue finalmente a puerto para dotarnos de los medios humanos y presupuestarios que corresponden a la novena potencia econ¨®mica del planeta. Choca notablemente que se confiera te¨®ricamente la responsabilidad de liderar la acci¨®n exterior del Estado a un Ministerio de Asuntos Exteriores que ni de lejos duplica el volumen del cuerpo diplom¨¢tico que hab¨ªa en la Espa?a de Franco. Recordemos, por si fuera necesario, que entonces ¨¦ramos un pa¨ªs aislado y ahora pretendemos jugar un papel relevante como miembro de todos los organismos multilaterales (salvo el ya inoperante G-8) y como un referente destacado al menos en Latinoam¨¦rica y el mundo ¨¢rabe.
La diplomacia es un activo de primer orden para una potencia media (Pa¨ªses Bajos y Noruega pueden servir de ejemplo) y Espa?a necesita superar esta asignatura pendiente cuanto antes. De su rendimiento depende en gran medida nuestra seguridad, no solo por lo que ata?e a la defensa de los intereses estrictamente geopol¨ªticos en juego sino, de modo cada vez m¨¢s sobresaliente, de los de car¨¢cter geoecon¨®mico. Lo mismo cabe decir en t¨¦rminos de imagen exterior -v¨¦ase al respecto el empe?o de Obama por recuperar la p¨¦sima imagen de Estados Unidos que dej¨® su antecesor-. Para todo ello es preciso contar con un mayor y mejor servicio diplom¨¢tico, especializado geogr¨¢ficamente, con s¨®lidas habilidades ling¨¹¨ªsticas y experto en el manejo de las nuevas tecnolog¨ªas.
El tercer pilar de la acci¨®n exterior espa?ola se refiere a la cooperaci¨®n al desarrollo que, adem¨¢s de la imprescindible ayuda al desarrollo, engloba tambi¨¦n la imple-mentaci¨®n de reglas comerciales justas, la apuesta por un orden financiero internacional m¨¢s abierto y por una gesti¨®n de la deuda externa volcada al bienestar de las poblaciones menos favorecidas. Espa?a -que pretende ser identificada en este terreno como un activo contribuyente a la construcci¨®n de la paz y a la lucha contra la pobreza- ha realizado un notable esfuerzo en estos ¨²ltimos a?os, hasta convertirse en el sexto donante internacional. Sin embargo, ante la crudeza de la crisis econ¨®mica ha decidido reducir en 800 millones de euros hasta 2011 (de un total que ronda los 6.500) el presupuesto de cooperaci¨®n, lo que hace imposible llegar al emblem¨¢tico 0,7% del PIB en 2012. En a?adidura a elementales consideraciones ¨¦ticas, la apuesta por el desarrollo de quienes nos rodean es puro ego¨ªsmo inteligente, en la medida en que su bienestar y su seguridad son v¨ªas preferentes para consolidar nuestro bienestar y nuestra seguridad.
En definitiva, se impone una concepci¨®n de la seguridad que sepa ir m¨¢s all¨¢ de la defensa militar, entendiendo la necesidad de adoptar un modelo que cabr¨ªa calificar como posmilitar. Esto no significa la desaparici¨®n de los ej¨¦rcitos, sino su redimensionamiento para articular -dado el imperativo econ¨®mico de atender necesidades infinitas con medios finitos- un sistema de seguridad equilibrado en 3-D. Hist¨®ricamente, cambios de este calado solo se producen como consecuencia de cat¨¢strofes o impactos may¨²sculos -como el provocado por las guerras-. Ojal¨¢ en esta ocasi¨®n baste con una crisis sist¨¦mica para promoverlos. Ese ser¨ªa su mejor legado.
Jes¨²s A. N¨²?ez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH).
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