La ebriedad del lector
Hay libros que cual flor rara brotan en medio del p¨¢ramo pedregoso y arisco. En el muermo de la posguerra espa?ola tenemos ejemplos de ello: Industrias y andanzas de Alfanhu¨ª de Rafael S¨¢nchez Ferlosio y Don de la ebriedad de Claudio Rodr¨ªguez. Salidos de la pluma de autores apenas veintea?eros, como lo fueron los de Celestina la vieja y El barco ebrio, sus obras tienen algo de prodigioso. ?C¨®mo fue posible una madurez tan temprana? ?Qu¨¦ inspiraci¨®n misteriosa gui¨® tan sabiamente su pluma? Repasemos lo que se escrib¨ªa en la Espa?a m¨ªsera y oprimida de los cincuenta, y nuestro deslumbramiento es a¨²n mayor. Javier Rodr¨ªguez Marcos tiene raz¨®n cuando calificaba hace poco de milagro el libro de un mozo provinciano como el de Claudio Rodr¨ªguez en el l¨ªmite de la adolescencia. Don de la ebriedad no tiene ascendencia f¨¢cilmente trazable. No se sit¨²a en la estela de nadie. Su fuerza brota como de un manantial subterr¨¢neo detectado por la vara de un zahor¨ª. Las citas de San Juan de la Cruz y de Rimbaud nos dan alguna pista. Hallamos en el libro la levedad y hondura del primero, la fuerza magn¨¦tica del segundo. Pero Claudio Rodr¨ªguez no se inscribe en la ¨®rbita de ninguno de ellos. Repite tan s¨®lo su portento. La reciente y cuidada edici¨®n de los cinco libros del poeta por el Instituto de Estudios Zamoranos me ha concedido la preciosa oportunidad de releer una obra que me sedujo en los a?os sesenta del pasado siglo. Confieso que me arrim¨¦ a ella con cierto temor. ?Cu¨¢ntos desenga?os no habr¨¦ cosechado al repasar mis lecturas juveniles! La edad y la experiencia cambian la percepci¨®n de las cosas y las desclasifican sin remedio. Lo tenido antes por valioso muestra a veces la zafiedad de su hilaza y textos sobre los que resbalamos nos descubren su tesoro escondido. Sin el enfoque necesariamente reductivo de las lecturas generacionales la obra se ofrece ante nuestros ojos limpia y desprotegida. Donde la ebriedad sale indemne del paso del tiempo. Al calar en sus poemas siento la misma emoci¨®n impregnadora y serena de mi ya lejana lectura. Las analog¨ªas sutiles, las palabras bellas y exactas preservan su fuerza luminosa. La atemporalidad del gran poeta no cabe en los cuadros sin¨®pticos establecidos en funci¨®n del espacio y del tiempo. El impulso secreto que engendra la obra no se nos desvela sino a medias. Su autor dispersa tan s¨®lo los indicios en los poemas que tenemos entre manos: "Bien se conoce por el movimiento / que m¨¢s puede la huida que la busca". En incesante fuga de s¨ª mismo, Claudio Rodr¨ªguez parece adivinar su destino. La vida que se extiende ante ¨¦l se desvanece: es un desvivirse continuo. El poeta no busca la gloria, no corteja la fama como quienes no han sido tocados por la gracia y, a falta de ello, engrandecen sus egos. Don de la ebriedad exige al lector una complicidad creativa. Hay en sus p¨¢ginas una luz intacta y el temblor de las preguntas que no tienen respuesta: "?Es que voy a vivir? ?Tan pronto acaba / la ebriedad? Ay, y como veo ahora / los ¨¢rboles, qu¨¦ pocos d¨ªas faltan...". Los milagros no se repiten (salvo en Lourdes y F¨¢tima), y el acercamiento a los restantes libros del poeta dan fe de ello. Hay bellos, muy bellos poemas en Conjuros y Alianza y condena, pero el autor no alcanza a zafarse del contexto local que le circuye y le veda la libertad sin fronteras de Don de la ebriedad. Pero aprovechamos la ocasi¨®n para celebrar al joven que supo entonar esa voz singular que en ning¨²n coro cabe. Su originalidad y nitidez son verdaderamente ¨²nicas.
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) ha sido galardonado recientemente con el Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, otorgado por la Fundaci¨®n Santillana y la Junta de Castilla-La Mancha, y acaba de publicar el libro Blanco White, El Espa?ol y la independencia de Hispanoam¨¦rica (Taurus. Madrid, 2010. 352 p¨¢ginas. 19 euros).
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