El h¨¦roe del hielo se deshace
La reputaci¨®n del explorador polar Robert Falcon Scott cae hasta su punto m¨¢s bajo con la publicaci¨®n de sus diarios ¨ªntegros
Murieron, reza la leyenda, de forma "noble y espl¨¦ndida" en la torturante pureza de la Ant¨¢rtida, entre el silencio, la soledad y la grandeza de un paisaje sobrecogedor, aceptando, al l¨ªmite de sus fuerzas, lo desconocido e incognoscible: m¨¢rtires de los confines y la exploraci¨®n. El tr¨¢gico destino del capit¨¢n Robert Falcon Scott y su peque?a partida de fracasados conquistadores del Polo Sur (lleg¨® antes Amundsen), muertos en 1912 de congelaci¨®n, agotamiento y escorbuto en el helado y triste camino de regreso a su base, ha inspirado valor a generaciones y se cuenta entre esos relatos ejemplares que tradicionalmente han servido para convertir a los chicos en hombres -contemos, ea, a los ni?os c¨®mo muere un ingl¨¦s- y han animado a estos, a los mayores, a dar lo mejor de s¨ª mismos cuando las circunstancias, la patria o el rey lo requer¨ªan. La aventura de Scott es el paradigma de c¨®mo se comporta un gentleman cuando las cosas se ponen dif¨ªciles y hay que echar el resto. O lo era.
No sab¨ªa juzgar a los hombres y ten¨ªa poco sentido del humor. ?Vaya tipo para que te lleve al Polo Sur!
Cuando el grupo de rescate encontr¨® la tienda cubierta de nieve con los cad¨¢veres de Scott y dos de sus cuatro compa?eros -Evans hab¨ªa muerto en el camino y Oates, solidario hasta el sacrificio, se march¨® del refugio hacia la eternidad con su c¨¦lebre frase: "Salgo, tardar¨¦ en volver"-, la leyenda estaba servida. Scott, que, se sosten¨ªa, habr¨ªa muerto el ¨²ltimo, con hombr¨ªa y escribiendo conmovedores textos de despedida, se convirti¨® en un icono de hero¨ªsmo, en medio de una ola de emoci¨®n, orgullo y patriotismo imperial casi hist¨¦rica. Pero el tiempo -como lo fue el clima- ha sido cruel con Scott. Y su reputaci¨®n se ha ido fundiendo inexorablemente como un mu?eco de nieve llegado el verano.
Tras medio siglo de hagiograf¨ªa casi un¨¢nime y ciertamente cargante (incluida la pel¨ªcula Scott of the Antartic, de 1948, con John Mills), en la estatua ideal del explorador, sublimado por su final, comenzaron a vislumbrarse en los a?os sesenta fisuras anchas como las grietas del glaciar de Beardmore. Los tiempos cambiaban, llegaba una edad sin h¨¦roes y las virtudes de coraje, estoicismo, resistencia y resoluci¨®n, supuestamente tan inglesas como el cr¨ªquet o el t¨¦, dejaban paso, obsoletas, a nuevos valores. Se abri¨® la veda para criticar a Scott, y sus defectos y errores comenzaron a salir a la luz. No es que fuera algo nuevo. Ya uno de sus acompa?antes en la expedici¨®n del Terra Nova, Asley Cherry-Garrard, retrat¨® a Scott como un personaje con sombras. T¨ªmido y reservado, de desmedida susceptibilidad, de temperamento d¨¦bil, con depresiones que pod¨ªan durarle semanas, Scott, apunt¨® Cherry, "lloraba con m¨¢s facilidad que ning¨²n hombre que he conocido", no sab¨ªa juzgar a los hombres y ten¨ªa poco sentido del humor. Cherry a?ade que era vago. Caray, se dir¨¢n, vaya tipo para que te lleve al Polo Sur.
El golpe m¨¢s demoledor contra el prestigio de Scott -si exceptuamos un gag inolvidable del Monty Python's Flying Circus- fue la publicaci¨®n en 1979 de la biograf¨ªa dual de ¨¦l y Amundsen perge?ada por Roland Huntford (El ¨²ltimo lugar de la Tierra, Pen¨ªnsula-Alta?r, 2002). Huntford, especialista en la exploraci¨®n polar y sus figuras, se manifest¨® entonces como la verdadera n¨¦mesis de Scott. Su obra es indispensable y su investigaci¨®n extraordinaria, pero es dif¨ªcil entender la ojeriza, rayana en lo personal, que le tiene a Scott, al que considera culpable de la muerte de sus compa?eros. Para Huntford, que reivindica en cambio al "largamente ignorado Amundsen" y al hoy tan popular Shackleton (el nuevo beau id¨¦al polar), Scott es el ejemplo del declive brit¨¢nico y, sobre todo, un chapucero.
Es indudable que Scott se equivoc¨® en lo de no usar exclusivamente perros y confiar el esfuerzo motor principal de los trineos a ponis y al pat¨¦tico arrastre humano, que le parec¨ªa moralmente superior. Y sin duda la pifi¨® al incluir un quinto hombre en la partida del ataque final, lo que signific¨® m¨¢s peso a desplazar y menos recursos a repartir. Pero a Huntford se le fue la mano al sugerir que Scott logr¨® ser jefe de expedici¨®n porque el organizador era gay y lo encontraba atractivo, que forz¨® a Oates al suicidio y que mientras el explorador mor¨ªa en la tienda, su mujer se lo montaba con Nansen en un hotel en Berl¨ªn (esta ¨²ltima aseveraci¨®n le cost¨® una demanda del hijo de Scott, Peter, gran ornit¨®logo, por cierto). Para Huntford, Scott cre¨® conscientemente su propio mito y prefiri¨® la inmolaci¨®n a regresar derrotado.
Despu¨¦s del libro, los intentos de recomponer plenamente la figura de Scott han sido vanos, pero en los ¨²ltimos a?os se hab¨ªa empezado a producir una cierta rehabilitaci¨®n del personaje. Ahora, sin embargo, Huntford ha vuelto inmisericorde a la carga con un nuevo libro, Race for the South Pole, the expeditions diaries of Scott and Amundsen, que aparecer¨¢ en diciembre y que, en su opini¨®n, constituye el clavo final en la tapa del ata¨²d del mito de Scott. Esos diarios, afirma, dejan meridianamente claro que Amundsen era un profesional y Scott un amateur cantama?anas y un inepto. Huntford dice haber restaurado las partes de los diarios de Scott censuradas por la familia y los albaceas literarios y que muestran al explorador como un tipo a¨²n peor: obsesionado con su reputaci¨®n y capaz de describir a uno de sus colegas agonizantes como est¨²pido. El estudioso compara el mito de Scott con el fen¨®meno Lady Di y opina que si el explorador no hubiera muerto, a su regreso habr¨ªa sido pronto olvidado.
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