Mucha Uni¨®n, pocos derechos comunes
En la Europa sin fronteras se mueven bien ciertas empresas y capitales, pero se mueven mal los ciudadanos con sus derechos, encuadrados ahora por liderazgos rabiosamente nacionales. Lo denuncia Felipe Gonz¨¢lez en su nuevo libro, 'Mi idea de Europa'
La ciudadan¨ªa tiene varias dimensiones. Una primera dimensi¨®n individual, pol¨ªtica, que se refiere al paquete de derechos y obligaciones que la situaci¨®n de pertenencia a un espacio p¨²blico compartido, como la Uni¨®n Europea, confiere a los ciudadanos. Aunque siempre hablamos de los derechos, pero no de las obligaciones inherentes.
Naturalmente que tenemos deberes. Entre otras cosas, financiamos con nuestros impuestos el funcionamiento de la Uni¨®n Europea. Tambi¨¦n tenemos algunos derechos. El primer esfuerzo de introducci¨®n del elemento de ciudadan¨ªa europea, complementaria de la ciudadan¨ªa de cada pa¨ªs, se llev¨® a cabo con el Tratado de la Uni¨®n Europea. Y, ahora, el Tratado de Lisboa permite dar algunos pasos m¨¢s consistentes.
Si echamos la culpa a la Uni¨®n de lo que nos va mal, por partidismos y nacionalismos estrechos, mal andamos
?Cu¨¢ntas medallas logr¨® la UE en los Juegos de Pek¨ªn? Fueron un 30% m¨¢s que las de EE UU. Pero nadie lo sabe
Aunque llevo muchos a?os en la sala de m¨¢quinas europea, yo tampoco entiendo los documentos de la Uni¨®n
Atribuir a una imposici¨®n de "Europa" el ajuste econ¨®mico o las reformas es de una ignorancia incre¨ªble
Esa evoluci¨®n de la ciudadan¨ªa ligada al individuo, la ciudadan¨ªa desde el punto de vista personal, nos plantea el problema de c¨®mo dar a conocer a los ciudadanos y poner en pr¨¢ctica el paquete de derechos y obligaciones que se derivan del hecho mismo de su pertenencia a la Uni¨®n, en dos situaciones diferentes. Una de ellas es la situaci¨®n del ciudadano de un pa¨ªs comunitario, un pa¨ªs de la Uni¨®n que no sea el suyo de origen porque resida en otro, y normalmente hay poca informaci¨®n de qu¨¦ significa para un ciudadano alem¨¢n residir en Espa?a y qu¨¦ derechos y obligaciones tiene en tanto que residente.
Otra cuesti¨®n que no estamos dispuestos a resolver -es dif¨ªcil y se avanza poco- es la de la portabilidad de los derechos. Los ciudadanos se van a sentir identificados con la Uni¨®n cuando los derechos, hablo de los personales que tienen en su propio pa¨ªs, sean derechos que viajen con ¨¦l a cualquier pa¨ªs de la Uni¨®n, aunque los Estados despu¨¦s se pongan de acuerdo entre ellos en c¨®mo se imputan los costes y beneficios del ejercicio de los derechos que porta el ciudadano cuando se desplaza en el espacio p¨²blico de la Uni¨®n.
Se producen muchas situaciones parad¨®jicas, aunque hay poca movilidad interna relativa en la Uni¨®n para el grado de integraci¨®n monetaria, de mercado interior, de libertad de establecimiento, etc¨¦tera. Hay libertad de movimientos, no hay fronteras, pero la movilidad interna es muy escasa. Es mucho menor que la que existe en el espacio de Estados Unidos, por ejemplo. Parece que hubiera algunas barreras intangibles que limitan esos movimientos.
Si tuvi¨¦ramos que buscar el prototipo de un ciudadano europeo, y nos preocup¨¢ramos de verdad por los ciudadanos, mirar¨ªamos a un joven de veintisiete o veintiocho a?os, que ha estudiado con un Erasmus, que ha establecido una relaci¨®n de pareja con alguien de otro pa¨ªs, que ambos est¨¢n residiendo temporalmente en un tercer pa¨ªs que no es el de origen de ninguno de los dos, y que "para paliar la crisis demogr¨¢fica europea" se les ha ocurrido tener un par de hijos. Si en alg¨²n momento nos detuvi¨¦ramos a pensar qu¨¦ es lo que ocurre con ellos, descubrir¨ªamos los problemas del ciudadano corriente para determinar la nacionalidad de los hijos, qu¨¦ derechos tienen, c¨®mo se inscriben en el registro. Resulta mucho m¨¢s complicado que crear una empresa. Queremos una Europa de los ciudadanos, pero a los prototipos de ciudadanos europeos les complicamos la vida en el ejercicio de sus derechos civiles m¨¢s elementales.
Aunque en la construcci¨®n europea se han hecho cosas fant¨¢sticas, hablamos mucho de ciudadan¨ªa, pero no nos metemos de verdad en la piel del ciudadano europeo, de los que han optado por ser europeos y practicarlo, que se trasladan con naturalidad por el territorio com¨²n y que lo han de hacer como si tuvieran que superar una carrera de obst¨¢culos. No me extiendo m¨¢s en los derechos personales, pero la cuesti¨®n de la portabilidad es important¨ªsima, al igual que el reconocimiento de t¨ªtulos, desde la formaci¨®n profesional a la universitaria.
Por tanto, hay que avanzar en el proceso de Bolonia. Ser¨ªa bueno que las universidades decidieran, dentro de su curr¨ªculo, premiar la experiencia universitaria en un centro de otro pa¨ªs como contribuci¨®n real a la ciudadan¨ªa europea.
La otra dimensi¨®n de la ciudadan¨ªa es m¨¢s pol¨ªtica, y en este aspecto hemos resuelto algunas cosas. Por ejemplo, en los lugares de residencia se tiene derecho a votar en las elecciones locales. Pero hay otros asuntos que no nos atrevemos a resolver dentro del espacio p¨²blico que compartimos. As¨ª, no hemos abordado con seriedad el tema de las listas electorales europeas, y por eso a veces nos frustramos de forma innecesaria cuando las elecciones europeas tienen tan bajo ¨ªndice de participaci¨®n.
?Cu¨¢l es el problema? En primer lugar, la costumbre nacional de colocar en las listas electorales europeas a las personas que no sabemos d¨®nde situar, aunque tengan m¨¦rito suficiente y sean gente con sobrada calidad para formar parte del Parlamento Europeo. La percepci¨®n ciudadana es que se manda a Europa a los que no se sabe d¨®nde meter en el espacio nacional.
Por tanto, la dimensi¨®n de los derechos pol¨ªticos est¨¢ inacabada. No podemos ir otra vez a unas elecciones europeas sin que los grupos pol¨ªticos identifiquen qui¨¦n va a ser su candidato para competir al frente de una instituci¨®n europea fundamental como la Comisi¨®n Europea. Creo que no podemos volver a hacerlo si creemos que los ciudadanos deben sentirse concernidos por un proceso electoral europeo.
En cuanto a la aproximaci¨®n de los ciudadanos desde el punto de vista de la ciudadan¨ªa pol¨ªtica, he observado que en aquellos aspectos en que los l¨ªderes pol¨ªticos de cada pa¨ªs creen que no se puede seguir cediendo soberan¨ªa para compartirla, la mayor¨ªa de los ciudadanos tienen la visi¨®n contraria. Es decir, cuando alguien propone que hablemos con una voz com¨²n en pol¨ªtica exterior en nombre de la Uni¨®n Europea, la reacci¨®n es contradictoria. El 70% de los ciudadanos europeos dicen que es mejor que hablemos con una sola voz con el presidente de China, el presidente norteamericano o el presidente brasile?o, o si se trata del G-20 o del Fondo Monetario Internacional. Los l¨ªderes europeos, sin embargo, siempre argumentan que sus poblaciones no soportar¨ªan que se cediera un mil¨ªmetro en esos aspectos de la soberan¨ªa nacional. Los ciudadanos parecen entender mejor la l¨®gica de que algunos problemas se defienden con mucha m¨¢s eficiencia como Uni¨®n. Si les pregunt¨¢ramos: "?Creen ustedes que deber¨ªamos negociar con Rusia y con otros proveedores de energ¨ªa como Uni¨®n o cada uno por su cuenta?", les aseguro que el 80% de los ciudadanos estar¨ªan de acuerdo en que mejor negociar juntos como Uni¨®n Europea. Los l¨ªderes dir¨ªan: "Eso no lo van a consentir los ciudadanos, ni interesa a mi pa¨ªs".
Otro aspecto dif¨ªcil de encajar en la cuesti¨®n de la ciudadan¨ªa tiene que ver con la identidad. En realidad, en muchos pa¨ªses la ciudadan¨ªa est¨¢ ligada a un sentimiento de pertenencia que es dif¨ªcil de tocar. A m¨ª me inquieta que se debata sobre esta cuesti¨®n como est¨¢n haciendo en Francia. Se sabe c¨®mo se empieza un debate de este tipo, pero no c¨®mo termina, porque en realidad la identidad del ser franc¨¦s es algo que se ha decantado a lo largo de siglos. Francia fue un Estado naci¨®n clave para la definici¨®n del concepto de ciudadan¨ªa moderna. En realidad, el jus soli, el que nace y vive en el territorio franc¨¦s es ciudadano, disfruta de los derechos y obligaciones de la Constituci¨®n y del marco legal derivado. No hay que preguntar nada m¨¢s en t¨¦rminos identitarios. No cuenta el derecho de sangre, no cuenta la identidad religiosa o cualquier otra. Se va conformando la identidad a partir de ese elemento b¨¢sico que define tambi¨¦n la laicidad del Estado.
Pero tenemos un problema de identidad como sentimiento de pertenencia al espacio p¨²blico que compartimos como europeos. No es algo que se imponga. Se desarrolla en base a la toma de conciencia de los intereses y los valores que se comparten, m¨¢s all¨¢ de la pertenencia a cada Estado miembro. Pero hay que demostrar que hay intereses comunes -como algo m¨¢s que la mera suma de los intereses nacionales- en este proyecto com¨²n que compartimos en las ¨¢reas que son competencias de la Uni¨®n, capaces de generar un sentimiento de pertenencia que nos permita ir avanzando en la construcci¨®n de una ciudadan¨ªa europea. (...)
Imaginemos que pudi¨¦ramos poner en valor, en el supuesto de que quisi¨¦ramos explicarlo, cu¨¢ntas medallas ol¨ªmpicas obtuvo la Uni¨®n Europea en los Juegos de Pek¨ªn. Da la casualidad que fueron un 30% m¨¢s que Estados Unidos, el primero en el medallero ol¨ªmpico. Pero nadie lo sabe y, en parte por eso, a nadie le importa. Si por lo menos las instituciones de la Uni¨®n Europea lo pusieran de manifiesto y tuvi¨¦ramos delante los gr¨¢ficos que se publican en cada competici¨®n, empezar¨ªamos a habituarnos y a sentirnos parte del ¨¦xito de Europa. Seguro que nos impresiona m¨¢s saber cu¨¢ntos premios Nobel tenemos como Uni¨®n, en lugar de pa¨ªs a pa¨ªs, pero jam¨¢s nos dirigimos a los ciudadanos en t¨¦rminos de Uni¨®n, siempre nos dirigimos en t¨¦rminos nacionales, incluso para pedirles el voto en las elecciones europeas, sin ofrecerles opciones en ese nivel. No pedimos en campa?a para las elecciones europeas que opten entre dos proyectos de construcci¨®n europea, sino entre dos alternativas nacionales en las que la Uni¨®n Europea solo aparece como excusa.
Esto me lleva a la conclusi¨®n siguiente: el discurso pol¨ªtico habitual es rabiosamente nacional, incluso cuando hablamos de elecciones europeas. No hay debates sobre temas europeos en elecciones espec¨ªficas europeas. Y digo m¨¢s, las elecciones europeas empiezan como confrontaciones nacionales y los representantes que tratamos de mandar al Parlamento Europeo casi nunca son los que protagonizan los debates electorales. Sin contar con la fant¨¢stica excusa que representa la Uni¨®n Europea para echarle la culpa de nuestros fracasos nacionales.
El colmo de esta ceguera lo hemos vivido en nuestro pa¨ªs con los debates sobre las medidas de ajuste y las reformas en marcha para salir de la crisis y afrontar el futuro. Independientemente del juicio sobre el acierto o no del Gobierno, atribuir a una imposici¨®n de "Europa" -sic- lo que decidimos entre todos en el Consejo Europeo resulta de una banalidad o de una ignorancia incre¨ªble que confunde a los ciudadanos y desprestigia la pol¨ªtica.
Esta din¨¢mica hay que cortarla si queremos que haya afecto de los ciudadanos europeos respecto a la construcci¨®n europea. Si algo nos va mal y encontramos culpable a la Uni¨®n, por razones estrictamente partidistas y de nacionalismos de v¨ªa estrecha, mal andamos.
Por ¨²ltimo, si uno lee los documentos que produce la Uni¨®n desde distintos niveles institucionales, desde el Consejo Europeo hasta la Comisi¨®n, el Parlamento, etc¨¦tera, llegar¨¢ a la conclusi¨®n de que parece que obedecen a dos objetivos fundamentales: primero, que no lo entiendan los ciudadanos, y segundo, que si lo entienden, no les interese. Estamos todo el d¨ªa preocupados por la comunicaci¨®n, por la transparencia, por la aproximaci¨®n a los ciudadanos, pero no somos capaces de cambiar el lenguaje de la comunicaci¨®n con ellos. Recibo multitud de documentaci¨®n europea llena de siglas que hasta para m¨ª, que llevo muchos a?os en la sala de m¨¢quinas, que soy europeo europe¨ªsta, resulta dif¨ªcil de desentra?ar.
Se supone que pretendemos que las conclusiones del Consejo Europeo lleguen a los ciudadanos y que las comprendan y asuman, para que est¨¦n al corriente de la marcha de la Uni¨®n Europea. Pero la verdad es que no llegan porque el lenguaje no es comprensible y cuando lo es no interesa su contenido. Es lo que se denomina lenguaje de madera, burocr¨¢tico. Es preferible redactar conclusiones de tres folios que de treinta que no se entiendan y en los cuales el 70% del contenido sean declaraciones de estado de ¨¢nimo. "El Consejo Europeo, se dice, est¨¢ preocupado o profundamente preocupado por lo que est¨¢ pasando en tal o cual cuesti¨®n, o lo contrario, est¨¢ contento o muy satisfecho con lo que est¨¢ pasando en no s¨¦ qu¨¦ otro sitio...". A los ciudadanos les interesa relativamente poco el estado de ¨¢nimo que expresan los dirigentes. Lo que quieren saber es lo que est¨¢n dispuestos a hacer frente a los problemas que les conciernen. Toda esta literatura de declaraci¨®n de estados de ¨¢nimo aleja a los ciudadanos de Europa.
Como la ciudadan¨ªa enfocada desde un punto de vista de los representados plantea un problema de afecci¨®n-desafecci¨®n de los ciudadanos, estos elementos son b¨¢sicos para construir ciudadan¨ªa. El primero, el de la comunicaci¨®n y la transparencia, est¨¢ muy claro. Europa es absolutamente de cristal, todo lo que se hace se sabe o se puede saber, y se gasta mucho dinero en que se sepa. El problema es que el lenguaje con el que se comunica es horriblemente malo. Parece hecho para que no se entienda.
En lo que tiene que ver con la ciudadan¨ªa personal, sobre todo en la cuesti¨®n de la portabilidad de derechos, me atrever¨ªa a decir que en alg¨²n momento vamos a tener que crear un estatuto jur¨ªdico para los europeos que viven en la Europa sin fronteras que hemos creado. Es decir, para aquellos que pueden llegar a residir a lo largo de su vida en cinco Estados europeos distintos.
Se mueven relativamente bien ciertas empresas, se mueven bastante bien los capitales, pero se mueven mal los ciudadanos con sus derechos, cuando se supone que toda nuestra pol¨ªtica es una pol¨ªtica al servicio de los ciudadanos.
Mi idea de Europa, de Felipe Gonz¨¢lez. RBA Libros. Precio: 20 euros. Se publica el 7 de octubre.
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