'Made in Mou'
?rase una vez un entrenador que cre¨ªa en Dios y cre¨ªa que Dios cre¨ªa en ¨¦l. Por supuesto, se apodaba Mou. Toda semejanza con el Mou que ustedes conocen no es pura coincidencia. Lo hab¨ªa contratado el Real Club Central, que, a pesar de la circense adquisici¨®n de rimbombantes jugadores, no hab¨ªa logrado ganar ning¨²n t¨ªtulo en el transcurso de la temporada pasada. En cambio, el entrenador en cuesti¨®n ven¨ªa precedido del m¨¢s clamoroso ¨¦xito. Como todos los grandes t¨ªmidos, hac¨ªa gala de una exultante seguridad en s¨ª mismo. Pero, en realidad, sent¨ªa el m¨¢s profundo desasosiego. La perentoria exigencia de imponer un sistema de juego a un equipo tradicionalmente reacio a plegarse al criterio de los entrenadores desde los remotos tiempos en los que, bajo la paternalista ¨¦gida del abuelo Bernab¨¦u, un tal Di Stefano gobernaba en la cancha y en el vestuario, constitu¨ªa un nudo gordiano para el que se requer¨ªa la osad¨ªa y la espada de un Alejandro el Magno. A Mou no le arredraba el m¨ªtico desaf¨ªo. Pero exist¨ªan circunstancias adversas que no depend¨ªan de su talento y voluntad.
Como todos los grandes t¨ªmidos, Mou hac¨ªa gala de una exultante seguridad. En realidad, sent¨ªa desasosiego
El principal obst¨¢culo a superar estaba en las gradas del estadio. Un p¨²blico impaciente y frustrado no se contentar¨ªa con los logros propios si no se le serv¨ªa en bandeja el fracaso de su m¨¢ximo rival, el Club de F¨²tbol Guardiola. As¨ª lo denominaba Mou, consciente de que se le hab¨ªa contratado como vengador de humillaciones por su victoriosa confrontaci¨®n europea con el, hasta entonces, mejor equipo del mundo. Mou se jactaba de haber demostrado a su antagonista que, cuando el contrario no se deja hipnotizar por el vaiv¨¦n de la pelota, no es suficiente tener y retener el bal¨®n hasta la saciedad si no se es capaz de crear espacios. No basta jugar a la espera de que surja la inspiraci¨®n prodigiosa o la ocasi¨®n afortunada, sentenciaba circunspecto. En el fondo, pensaba, aunque no lo dec¨ªa, que el juego made in Bar?a practicado por la selecci¨®n espa?ola en el Mundial no difer¨ªa tanto del denostado f¨²tbol italiano. Porque, en definitiva, con o sin posesi¨®n de bal¨®n, se sol¨ªa ganar por un solo gol y de milagro. Esa era la raz¨®n por la que ¨¦l rezaba tanto e incluso repart¨ªa crucifijos entre sus jugadores para agradecer al Se?or el que hubiera favorecido a su equipo y no al otro. He aqu¨ª un caso de divina corrupci¨®n cuya impunidad cobra recalcitrante actualidad.
Pues bien, el llamado Mou, pese a rezos y contriciones, no las ten¨ªa todas consigo. Sabido es que, aunque la Liga sea cosa de dos, las quinielas de Dios son impredecibles. En el banquillo, frunc¨ªa el ce?o y mascaba chicle como un rumiante desquiciado antes de embestir. Su ansiedad se contagiaba a los jugadores que confund¨ªan velocidad con precipitaci¨®n y malograban claras oportunidades de gol. Para colmo, perd¨ªa la compostura en las ruedas de prensa a las primeras de cambio.
En los inicios del campeonato, la inquietud se acostaba en su misma cama y se sentaba a su lado durante los partidos aunque, en ocasiones, tratara de ahuyentarla a botellazos. Mou empezaba a sospechar que Dios se hubiera cansado de conceder sus favores a la misma persona y, por si acaso, decidi¨® pedir ayuda a un viejo entrenador que, cuarenta y tantos a?os antes, le hab¨ªa precedido en napole¨®nicas campa?as italianas. As¨ª que, tras colgar en el perchero su proverbial amor propio, se cal¨® hasta las cejas un sombrero de ala lacia y, parapetando la tenebrosa mirada tras inescrutables cristales oscuros, viaj¨® de inc¨®gnito a Venecia en busca de amparo y consejo.
Hac¨ªa a?os que el viejo entrenador hab¨ªa fallecido y el vaporetto condujo a Mou hasta la isla San Michele, tambi¨¦n conocida como La Isla de los Muertos por ser la isla entera un cementerio. All¨ª se encontr¨® con el m¨¢s inefable de los fantasmas que, al atardecer, jugaba a las tabas con Ezra Pound sobre la tumba de Stravinsky, ya que aquel cementerio veneciano est¨¢ reservado a ilustres hu¨¦spedes a los que confiere p¨®stuma y suplementaria gloria mundana. Respetuosamente, Mou se quit¨® el sombrero. De las conversaciones que sostuvo con el fantasma del viejo entrenador y de las ins¨®litas consecuencias balomp¨¦dicas daremos cuenta en otros episodios.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.