La semilla anarquista
La CNT agrup¨® tras su bandera rojinegra a cientos de miles de espa?oles. Tanto por su eficacia como sindicato que mejoraba la vida de los trabajadores como por su sue?o de un mundo sin dioses ni amos
Se cumplen ahora 100 a?os de la fundaci¨®n de la Confederaci¨®n Nacional del Trabajo (CNT). Cuatro d¨¦cadas antes, en noviembre de 1868, el italiano Giuseppe Fanelli, enviado por Mija¨ªl Bakunin, hab¨ªa llegado a Espa?a para organizar los primeros n¨²cleos de la Asociaci¨®n Internacional de Trabajadores. Comenz¨® as¨ª una historia de fren¨¦tica actividad propagand¨ªstica, cultural y educativa; de terrorismo y de violencia; de huelgas e insurrecciones; de revoluciones abortadas y sue?os igualitarios.
Desde Fanelli hasta el exilio de miles de militantes en los primeros meses de 1939, el anarquismo arrastr¨® tras su bandera roja y negra a sectores populares diversos y muy amplios. Sin ellos, nunca hubiera llegado a ser un movimiento de masas, se hubiera quedado en una ideolog¨ªa ¨²til para individualidades rebeldes, muy revolucionaria pero fr¨¢gil, arrinconada por el crecimiento socialista y relegada a la violencia verbal.
Los anarquistas lucharon contra el golpe franquista y durante unos meses vivieron su edad de oro
Sobre la CNT se abati¨® una represi¨®n brutal a partir de 1939. Y Franco logr¨® terminar con ella
No ha pasado inadvertida esa presencia anarquista. Su leyenda de honradez, sacrificio y combate fue cultivada durante d¨¦cadas por sus seguidores. Sus enemigos, a derecha e izquierda, siempre resaltaron la afici¨®n de los anarquistas a arrojar la bomba y empu?ar el rev¨®lver. Son, sin duda, im¨¢genes exageradas a las que tampoco hemos escapado los historiadores que tan a menudo nos alimentamos de esas fuentes, apolog¨¦ticas o injuriosas, sin medias tintas. Im¨¢genes que anticiparon Juan D¨ªaz del Moral o Gerald Brenan y que se han hecho tambi¨¦n con un importante hueco en la literatura, con La bodega, de Vicente Blasco Ib¨¢?ez; Aurora Roja, de P¨ªo Baroja; La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza o, m¨¢s reciente, La hija del can¨ªbal, de Rosa Montero. Una veta, en fin, explotada por el cine, por Ken Loach y su Tierra y Libertad o Vicente Aranda en Libertarias.
Hace ya tiempo que Jos¨¦ ?lvarez Junco identific¨® las dos corrientes doctrinales de las que beb¨ªa el movimiento anarquista: el individualismo liberal y el comunitarismo socialista, una dualidad muy dif¨ªcil de equilibrar en la pr¨¢ctica pese a todas sus llamadas a la armon¨ªa natural. El anarquismo parec¨ªa de entrada una utop¨ªa derivada de la filosof¨ªa optimista de la Ilustraci¨®n, que mantuvo, como hijo del mismo tiempo que era, estrechas conexiones con las conspiraciones y sociedades secretas de tipo democr¨¢tico radical, con el federalismo y con la fraseolog¨ªa rom¨¢ntico-populista. Pero, al mismo tiempo, iba mucho m¨¢s lejos de lo proyectado por el racionalismo liberal y el republicanismo, con su pretensi¨®n de abolir el Estado, colectivizar los medios de producci¨®n y, sobre todo, con su antipoliticismo, la verdadera se?a de identidad del movimiento, el rasgo que marc¨® la ruptura con sus sucesivos compa?eros de viaje, desde los federales a los socialistas, pasando por los republicanos.
El anarquismo que triunf¨® en Espa?a en las primeras d¨¦cadas del siglo XX, justo cuando desaparec¨ªa del resto del mundo, fue el "comunitario", el "solidario", estrechamente unido al sindicalismo revolucionario, que confiaba en las masas populares para llevar a buen puerto la revoluci¨®n. Al servicio de esa causa se fundaron c¨ªrculos y tertulias, ateneos obreros, escuelas laicas y racionalistas. Desde el primer momento, le acompa?aron en su desarrollo numerosas publicaciones que, en su labor ideol¨®gico-cultural, criticaron al capitalismo y a las clases dominantes, incitaron a la lucha social y contribuyeron a gestar una red cultural alternativa, proletaria, "de base colectiva".
"Creo que nos hacen falta dos organizaciones, una abierta, amplia, funcionando a la luz del d¨ªa; la otra secreta, de acci¨®n", hab¨ªa escrito Piotr Kropotkin, uno de los padres del anarquismo, en 1881. La propuesta, que reflejaba el acoso al que la polic¨ªa y las fuerzas del orden somet¨ªan a los anarquistas en los diferentes pa¨ªses, result¨® prof¨¦tica porque por esos dos caminos t¨¢cticos transit¨® el movimiento durante toda su historia, envuelto siempre en una doble organizaci¨®n: una de tipo asociativo, sindical, que federar¨ªa a las sociedades obreras alrededor de objetivos reivindicativos; y otra de tipo ideol¨®gico, que agrupar¨ªa a los m¨¢s "conscientes", centrada en la propaganda doctrinal y cuidando siempre de las desviaciones reformistas en el movimiento sindical. La Federaci¨®n Anarquista Ib¨¦rica, creada en 1927, y su relaci¨®n con el sindicalismo de la CNT en los a?os de la Segunda Rep¨²blica constituye el mejor ejemplo de esa dualidad.
Cuando lleg¨® la Rep¨²blica, el 14 de abril de 1931, la CNT apenas ten¨ªa 20 a?os de historia. Aunque muchos identificaban a esa organizaci¨®n con la violencia y el terrorismo, en realidad eso no era lo m¨¢s significativo ni lo m¨¢s sorprendente de su corta historia. El mito y realidad de la CNT, el ¨²nico sindicalismo revolucionario y anarquista que quedaba ya en Europa, se hab¨ªa forjado por otros caminos, por el de las luchas obreras y campesinas, un sindicalismo eficaz que ganaba conflictos a patronos intransigentes con los trabajadores. La CNT desarroll¨® sus lenguajes de clases y sue?os revolucionarios en la prensa, en los talleres y f¨¢bricas, en las calles. As¨ª, a trav¨¦s del adoctrinamiento y de las reivindicaciones laborales, qued¨® sellada su definici¨®n ideol¨®gica, su impronta antipol¨ªtica y antiestatal, su sindicalismo de acci¨®n directa, independiente de los partidos pol¨ªticos, llamado a transformar la sociedad con la revoluci¨®n.
El golpe de Estado de julio de 1936 cambi¨® bruscamente ese rumbo. La guerra civil que sigui¨® a esa sublevaci¨®n impuso una l¨®gica militar y frente a ella el sindicalismo de protesta y la cl¨¢sica cr¨ªtica al poder pol¨ªtico quedaron inservibles. Un golpe de Estado contrarrevolucionario, que intentaba frenar la revoluci¨®n, acab¨® finalmente desencaden¨¢ndola. Muchos anarquistas vieron entonces sus sue?os cumplidos. Dur¨® poco, pero esos meses del verano y oto?o de 1936 fueron lo m¨¢s parecido a lo que ellos cre¨ªan que era la revoluci¨®n y la econom¨ªa colectivizada. Poco importaba que la revoluci¨®n se llevara por medio a miles de personas, "excesos inevitables", "explosi¨®n de las iras concentradas y de la ruptura de cadenas", en palabras de Diego Abad de Santill¨¢n. La necesaria destrucci¨®n de ese orden caduco era para ellos algo insignificante, comparada con la "reconstrucci¨®n econ¨®mica y social" que se emprendi¨® en julio de 1936, sin precedentes en la historia mundial. Esa es la imagen feliz del para¨ªso terrenal que transmiti¨® la literatura anarquista, las declaraciones de Buenaventura Durruti a los corresponsales extranjeros, o la prensa que pod¨ªan leer los obreros de Barcelona y los milicianos en el frente de Arag¨®n.
Metidos en la revoluci¨®n, en la guerra y en la persecuci¨®n del contrario, los anarquistas vivieron su edad de oro, corta edad de oro. Extendieron una compleja red de comit¨¦s revolucionarios por todo el territorio republicano. Colectivizaron tierras y f¨¢bricas. Crearon milicias. Participaron en el gobierno de la Generalitat y en el de la Rep¨²blica. Y hasta que la revoluci¨®n se congel¨®, so?aron despiertos con un mundo sin clases, sin partidos, sin Estado. Los que sobrevivieron la dura represi¨®n franquista tras la derrota se fueron a la tumba recordando aquella revoluci¨®n popular, sin amos ni autoridad.
Las c¨¢rceles, las ejecuciones y el exilio metieron al anarquismo en un t¨²nel del que ya no volver¨ªa a salir. Sus militantes resistieron en la clandestinidad, protagonizaron diversas escaramuzas en la guerrilla y asomaron sus cabezas en algunos conflictos. Muchos de ellos se enrolaron en la resistencia francesa contra el nazismo, pensando que aquella era todav¨ªa su guerra, la que acabar¨ªa con todos los tiranos. Pero murieron Hitler y Mussolini, las potencias del Eje fueron derrotadas y Franco sigui¨®. El anarquismo no pudo ya respirar. La guerra y la dictadura lo destruyeron. Los cambios que se produjeron desde los a?os sesenta, con la modernizaci¨®n y el desarrollo, le impidieron echar de nuevo ra¨ªces.
No fue solo un fen¨®meno espa?ol, pero el anarquismo acab¨® identificado con la historia de Espa?a de la primera mitad del siglo XX, como se han encargado de recordar decenas de testimonios, documentales, libros, novelas y pel¨ªculas que han mantenido la llama encendida frente a todos sus detractores. As¨ª de solemne, compleja y contradictoria resulta su historia.
Juli¨¢n Casanova es coordinador de Tierra y Libertad. Cien a?os de anarquismo en Espa?a (Editorial Cr¨ªtica).
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