Mustia rosa de fuego
A ra¨ªz de las algaradas callejeras que el centro de Barcelona sufri¨® durante la jornada de huelga del 29 de septiembre, alg¨²n observador con ¨ªnfulas de enfant terrible ha querido legitimar esos des¨®rdenes apelando a la alta tasa de paro (el 40%) que castiga a los j¨®venes, y hasta ha tratado de ennoblecer los incendios, saqueos y destrozos de la pasada semana entronc¨¢ndolos con la tradici¨®n revolucionaria de la capital catalana, aquella m¨ªtica rosa de fuego en la que levantar barricadas y quemar iglesias eran expresiones ordinarias del malestar social. Vamos, que los v¨¢ndalos del 29-S ser¨ªan los herederos m¨¢s o menos leg¨ªtimos del obrerismo sindicalista, anarquista o radical de hace un siglo.
Si los alborotadores hubieran sido padres desesperados habr¨ªan saqueado comercios y no tiendas de ropa de marca y de telefon¨ªa
Bien, vayamos por partes. En esa Barcelona de las bombas y las huelgas generales de finales del XIX y principios del XX, el proletariado industrial -y especialmente el femenino- trabajaba en las f¨¢bricas 12 o 14 horas diarias, seis d¨ªas a la semana, desde los ocho o nueve a?os de edad, en unas condiciones higi¨¦nicas p¨¦simas y a cambio de unos salarios que explican por qu¨¦ determinada f¨¢brica textil de Sant Mart¨ª (Can Recolons) era conocida como Can Pa Sec, o por qu¨¦ a las obreras de otra empresa del ramo, en el Poblenou, se las llamaba les xinxes del C¨¤nem. Eso, por no hablar del paro c¨ªclico, de las listas negras o pacte de la fam para castigar a los obreros d¨ªscolos, de las enfermedades infecciosas que asolaban los barrios pobres de la ciudad hasta niveles dignos de Calcuta.
?Qu¨¦ tiene eso que ver con la abigarrada coalici¨®n de perroflautas, peque?os delincuentes, m¨ªsticos de la violencia y estudiantes erasmus en busca de emociones fuertes que sembraron el caos en Barcelona el otro mi¨¦rcoles? ?De qu¨¦ brutal explotaci¨®n capitalista pueden protestar, si la inmensa mayor¨ªa de ellos no ha trabajado nunca y vive de la sopa boba o del trapicheo? Por mucho que -seg¨²n explicaba este diario el lunes- la CGT los jalee y aplauda, ?c¨®mo van a constituir un factor revolucionario elementos que, en la terminolog¨ªa marxista cl¨¢sica, no cabr¨ªa calificar m¨¢s que de lumpenproletariado?
Cuando Barcelona era la rosa de fuego y despu¨¦s, quienes se enfrentaban al sistema, no digamos quienes pretend¨ªan destruirlo, arrostraban de frente las consecuencias de su lucha, y estas no eran balad¨ªes: detenciones, torturas, condenas, deportaciones, ejecuciones legales (Montju?c, 1897) y tambi¨¦n extrajudiciales (la tristemente c¨¦lebre ley de fugas). Nuestros presuntos antisistema actuales, en cambio, denuncian brutalidad policial apenas los mossos desenfundan las porras, lloriquean escandalizados al descubrir que "las autoridades nos golpean y nos meten en prisi¨®n" (sic) y, pese a ello, reba?an todos los recovecos del sistema judicial -tan garantista ¨¦l- para tratar de eludir los efectos penales de sus haza?as. Con independencia del juicio hist¨®rico que puedan merecer, no me imagino a los activistas de la CNT-FAI de los a?os treinta, llevados ante el juez despu¨¦s de una huelga violenta o de un tiroteo, explic¨¢ndole que ellos eran solo pac¨ªficos viandantes y que su detenci¨®n se deb¨ªa a una confusi¨®n de la polic¨ªa. Tambi¨¦n en la cultura revolucionaria de entonces exist¨ªa el concepto de ejemplaridad...
S¨ª, por supuesto que los actuales niveles de paro entre nosotros constituyen un drama lacerante y un c¨¢ncer social, aunque aliviado por subsidios, asistencias y -sobre todo, en el caso de los j¨®venes- por las redes de seguridad familiares. Pero no nos confundamos: nada permite pensar que los alborotadores del d¨ªa de la huelga fuesen padres desesperados salidos de hogares hambrientos. De serlo, seguramente habr¨ªan ido a saquear un supermercado de alimentaci¨®n y no, como ocurri¨®, tiendas de ropa de marca y de telefon¨ªa m¨®vil.
En fin, que Buenaventura Durruti debe de haberse removido en su tumba de Montju?c, al o¨ªr que le quer¨ªan emparentar con los encapuchados ladrones de pantalones vaqueros del 29-S.
Joan B. Culla i Clar¨¤ es historiador.
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