Monogr¨¢fico de Fr¨¢ncfort (mit Vargas)
Ya nada es igual en Fr¨¢ncfort. Durante a?os sol¨ªan acogerme en la semana de la feria en un elegante piso de Schneckenhof Strasse, una calle apacible del barrio de Sachsenhausen, donde dorm¨ªa rodeado de caracoles de porcelana y magn¨ªficos ejemplares de libros editados en los dos siglos siguientes a la invenci¨®n de la imprenta. Pero ya no me quieren all¨ª, de manera que este a?o alquil¨¦ un apartamento pr¨®ximo a Schopenhauer Strasse, en el m¨¢s animado barrio de Bornheim, que hace siglo y medio, cuando el fil¨®sofo todav¨ªa viv¨ªa en la ciudad, era un distrito de mala nota y puter¨ªo, y hoy aloja a j¨®venes familias burguesas que visten ropa informal los fines de semana y salen a beber riesling en copas de cristal al sol de Friedberg Platz (cada a?o hace m¨¢s calor en Fr¨¢ncfort). Todo ha cambiado en esta ciudad, generalmente para bien: ha pasado mucho tiempo desde que en el edificio Poelzig (IG Farbenhaus), que hoy forma parte de la Universidad Goethe, no se investiga el Zyklon B destinado al genocidio, o desde que las monta?as de escombros de 1945 han sido reemplazadas por el impresionante skyline que le ha valido a la ciudad del Meno el marbete de "Mainhattan". Ha cambiado lo grande y cambia lo peque?o: al editor V¨ªctor Seix le mat¨® un tranv¨ªa (1967) y a m¨ª estuvo a punto de atropellarme una bicicleta por invadir inadvertidamente el carril destinado a su circulaci¨®n. Cambia tambi¨¦n la feria: y cada a?o refleja puntualmente tendencias, crisis y alivios globalizados. En la ¨²ltima se respiraba m¨¢s alegr¨ªa. Y mucha, much¨ªsima m¨¢s tecnolog¨ªa digital. Lo ¨²nico que no cambia es la actitud de los feriantes: del hotel (car¨ªsimo) a la Buchmesse, y de la Buchmesse a las copas, la mayor¨ªa se marcha de Fr¨¢ncfort sin conocer la ciudad, sin visitar sus barrios, sin pasear por la noche junto al Meno, en cuyo cauce de alquitr¨¢n se reflejan las luces de los rascacielos y el viejo puente de hierro que pint¨® (muchas veces) Max Beckmann.
Argentina
Marcado sabor hisp¨¢nico el de esta edici¨®n de la feria. No s¨®lo por el pa¨ªs invitado, sino por el Premio Nobel de este a?o, que ha contentado por su indiscutible propiedad y acierto a todo el mundo (bueno, con la conjeturable excepci¨®n de Carlos Fuentes). Del pabell¨®n argentino me gust¨® la idea que inspir¨® a Atilio Pentimalli: un laberinto (Borges) sugerido principalmente por estores que colgaban a diferentes alturas y luces tamizadas de atm¨®sfera envolvente. Lo malo es que el rigor arquitect¨®nico ten¨ªa poco que ver con la implementaci¨®n: demasiados mensajes yuxtapuestos y poco integrados (turismo, paleontolog¨ªa, econom¨ªa, historia, ciencia, dise?o, los iconos -Maradona, Evita, el Che, Gardel-, el tango, la emigraci¨®n, la pol¨ªtica, las dictaduras, el bicentenario de la Independencia... y la literatura). Es como si los responsables administrativos del evento se hubieran sentido inseguros de su papel. Uno ten¨ªa la misma sensaci¨®n que ante esas primeras novelas que aflojan porque sus autores se empe?an en contarlo todo. Lo que es un error: en Alemania se conoce bastante bien a Argentina. Habr¨ªa valido la pena que los esfuerzos se hubieran concentrado m¨¢s en la industria editorial (para eso est¨¢ el evento) y, sobre todo, en el gran momento que vive la literatura (y de modo especial la novela) de ese pa¨ªs. Y sobraba tanta Kirchner, mucho m¨¢s Minotauro que Ariadna en ese laberinto argentino: un ejercicio de culto a la personalidad que nunca hasta ahora se hab¨ªa visto en la Buchmesse (me permito recordarles que Corea del Norte a¨²n no ha sido "pa¨ªs invitado"). El pabell¨®n, que ofrec¨ªa la impresi¨®n de una cultura oficializada, sacralizada y en vitrina (hab¨ªa muy pocos libros "tocables" y ning¨²n ordenador que el p¨²blico pudiera manipular para enterarse de los aspectos que le interesaran), parec¨ªa haber sido dispuesto por alguien a quien incomodaran los libros, pero a quien fascinaran los grandes hombres (y mujeres) que los escribieron (y triunfaron). Para entrar en contacto con el papel impreso, tuve que acudir al stand de la industria editorial, donde hoje¨¦ varios publicados por algunas de las 104 editoriales representadas. Disfrut¨¦, en el pabell¨®n, con una acuarela del argentino-alem¨¢n Xul Solar (Rua Ruini, 1949) y, en la cama, con Tuya (Alfaguara), un thriller posfeminista de Claudia Pi?eiro -con mejor principio que final- que devor¨¦ durante una noche insomne. La siguiente me despert¨® una pesadilla en la que Cristina Kirchner, que ten¨ªa la cabeza del Gigantosaurus carolini cuyo cr¨¢neo se exhib¨ªa en Fr¨¢ncfort, me persegu¨ªa por la estaci¨®n central de la ciudad, que, por cierto, tambi¨¦n pint¨® mi venerado Max Beckmann.
Genios
Lo mejor de la Buchmesse es que exista. Fr¨¢ncfort contin¨²a sin rival en el calendario anual del mercado internacional del libro (la Book Fair de Londres, que todav¨ªa se est¨¢ recuperando del desastre de la nube t¨®xica, no le llega a la suela del zapato). Adem¨¢s, este a?o lo de Vargas Llosa ha sido una alegr¨ªa. Insisto: desde el concedido a G¨¹nter Grass (1999), no recuerdo un Nobel recibido con m¨¢s entusiasmo por la comunidad de los feriantes. El maestro Vargas es el m¨¢s universal de los novelistas hisp¨¢nicos vivos. Resulta grande incluso cuando afloja. Como dec¨ªa Javier Cercas en este mismo peri¨®dico: "Cuando parece que no est¨¢ en plena forma, est¨¢ m¨¢s en forma que la inmensa mayor¨ªa de los novelistas cuando est¨¢n en plena forma". Y desde muy jovencito: como Orson Welles (Ciudadano Kane), Stanley Donen (Cantando bajo la lluvia), Thomas Mann (Los Buddenbrook) o Carson McCullers (El coraz¨®n es un cazador solitario), Vargas Llosa termin¨® su primera obra maestra bastante antes de cumplir treinta. Y desde entonces no ha parado de regalarnos historias y personajes. Y de reflexionar l¨²cidamente acerca de su oficio y de los libros de los otros. Estos d¨ªas, y antes del premio, en Fr¨¢ncfort tambi¨¦n se habl¨® de su inteligent¨ªsima agente, Carmen Balcells, que de nuevo ha conseguido una p¨¢gina de publicidad gratuita en un peri¨®dico de gran tirada (?recuerdan la entrevista que concedi¨® a La Vanguardia en abril?: yo la tengo fijada con tachuelas a la pared, al lado de una foto de Einstein). Esta mujer es un genio: hace lo que se le antoja con los medios y con los editores. Pero, hay que reconocerlo, cuida y ama a (algunos de) sus autores. Ahora, con esto del premio a Vargas, una vez m¨¢s le ha venido a ver Dios (en su avatar de Alfred Nobel).
Coda
Fr¨¢ncfort agota. Sobre todo si uno no consigue dormir bien, madruga y acude por la noche a darle al johnnie walker en un local atendido por una bell¨ªsima morocha (Diccionario de americanismos, Santillana) clavadita a Martina Gedeck (la poco fiable protagonista de La vida de los otros). De modo que, cuando por fin llegu¨¦ al avi¨®n y ocup¨¦ mi asiento en la cabina, me tranquilizaron los movimientos er¨®ticamente sugestivos de las aeromozas se?alando las ocho salidas de emergencia y fingiendo soplar aire (?fu!) por el tubo del chaleco salvavidas. Cuando me despert¨¦ estaba en Madrid. Aqu¨ª s¨ª llov¨ªa.
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