'La gente que ha sufrido mucho quiere ahorrarte el?dolor'
Comenz¨® con un peque?o hospital nocturno en Par¨ªs para atender casos de una extra?a epidemia. Ahora dirige el Fondo Mundial contra el Sida. Este franc¨¦s, hijo de emigrantes rusos, lleva 30 a?os luchando contra la discriminaci¨®n y la muerte.
En los tiempos en los que el sida comenzaba a ense?ar las garras frente a la estupefacci¨®n de los cient¨ªficos y el p¨²blico hubo un doctor que no tuvo miedo. Mientras los peri¨®dicos recog¨ªan los horrores de la nueva peste del siglo XX, cuando empezaba a verse a las claras que no era una enfermedad maldita ni un castigo divino restringido a los homosexuales, sino que sus zarpas pod¨ªan alcanzar a cualquiera, Michel Kazatchkine se mantuvo firme. "Me acuerdo bien de esos tiempos", dice este m¨¦dico cuyos padres, procedentes de Rusia, llegaron a Francia antes de la II Guerra Mundial. "Por entonces era investigador cl¨ªnico y trabajaba en las enfermedades del sistema inmune, por lo que me llegaban los casos m¨¢s extra?os. As¨ª que a principios de 1983 recib¨ª a una pareja francesa, un hombre y su mujer. Tendr¨ªan unos 40 o 45 a?os y mostraban una inmunodeficiencia severa, fiebres e infecciones oportunistas. No hab¨ªa diagn¨®stico y nos tom¨® cierto tiempo pensar en esta nueva enfermedad que se conoc¨ªa desde hac¨ªa tres a?os en Estados Unidos. En Francia se tildaba como el mal de los gays o de los hemof¨ªlicos, pero ah¨ª estaban ese hombre y su mujer que ven¨ªan de ?frica. Ten¨ªan el sida. Y murieron uno tras otro. Fue muy duro. Me impresion¨®". Eran tiempos en los que Kazatchkine se reun¨ªa con otros doctores los s¨¢bados por la ma?ana para hablar de la nueva enfermedad. El hospital en el que trabajaba, Broussais, era uno de los mayores centros cardiovasculares y dispon¨ªa de uno de los mayores bancos de sangre. Las donaciones proced¨ªan del barrio Latino y de Les Halles, una de las zonas m¨¢s castigadas por el virus, y los infectados empezaron a acudir con m¨¢s frecuencia. Kazatchkine abri¨® una cl¨ªnica para acogerlos, lo que despert¨® suspicacias y miedos entre doctores y enfermeras. "Es humano, la gente no sab¨ªa c¨®mo se transmit¨ªa el mal. Yo no ten¨ªa miedo y, no s¨¦ por qu¨¦, no me sucedi¨® nada. Pero s¨ª tuve problemas cuando alguno de esos pacientes necesitaba hospitalizaci¨®n. Nos qued¨¢bamos sin espacio y ten¨ªamos que pedir camas prestadas. Y cuando ten¨ªa que visitar a uno de esos enfermos, me encontraba a las enfermeras vestidas de buzo. O que ped¨ªan cuatro capas de guantes. Los cirujanos dec¨ªan que no operar¨ªan si no sab¨ªan si el paciente hab¨ªa dado positivo. Pero si el test lo confirmaba, el paciente ten¨ªa un riesgo a?adido. Mucho miedo y discriminaci¨®n".
"A¨²n estamos lejos de ganar la guerra contra la discriminaci¨®n por sida"
"No me cabe en la cabeza que por ideolog¨ªa se dejen pruebas a una lado"
Estamos en una sala acristalada y casi insonorizada en la sede central en Ginebra del Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, una asociaci¨®n p¨²blico-privada que naci¨® en 2002 a instancias de Naciones Unidas. Aqu¨ª trabajan personas procedentes de 70 pa¨ªses. Kazatchkine toma caf¨¦ solo y unas bolas de chocolate negro, habla con la musicalidad de todo buen franc¨¦s, y uno tiene la sensaci¨®n de que este amable m¨¦dico -al que todo el mundo llama profesor- ha pasado un d¨ªa duro, a pesar de que tiene fama de trabajar de forma incansable. Nada de extra?ar, estando al frente de una organizaci¨®n que ha manejado unos fondos de 10.000 millones de d¨®lares, donados por un numeroso grupo de pa¨ªses, para hacer frente a estas tres plagas del siglo XXI. Cuando me encontr¨¦ con Kazatchkine eran v¨ªsperas de la reuni¨®n definitiva en la que se decidir¨ªan los fondos para los siguientes tres a?os. Finalmente, en la conferencia celebrada a comienzos de este mes, los pa¨ªses donantes decidieron reponer los fondos con 11.600 millones de d¨®lares (8.440 millones de euros), casi un 20% m¨¢s, para los siguientes tres a?os, pero por debajo de lo que se hab¨ªa solicitado (entre 13.000 y 20.000 millones de d¨®lares). Seg¨²n ha destacado la plataforma espa?ola de asociaciones Tenemos Sida, ha sido la primera vez que Espa?a, quinto donante a este organismo y del que se esperan 600 millones de d¨®lares, no ha anunciado ning¨²n compromiso econ¨®mico durante la cumbre de donantes.
Usted decidi¨® abrir una cl¨ªnica nocturna para los enfermos en pleno centro de Par¨ªs. ?Por qu¨¦? Imagine que, en esos tiempos, es un joven a punto de cumplir los treinta, y en plena vida profesional tiene que tomarse al menos medio d¨ªa al mes para ir al m¨¦dico, viajar al hospital y esperar. Los m¨¦dicos siempre se retrasan. Quiz¨¢ tenga que someterse a un an¨¢lisis de sangre para volver despu¨¦s al trabajo. Al final, la gente se da cuenta de que es seropositivo. La cl¨ªnica nocturna ofrec¨ªa la posibilidad de acudir fuera de las horas de trabajo. Funcion¨®, y todav¨ªa lo hace, de seis de la tarde hasta medianoche. En aquellos tiempos no dispon¨ªamos de enfermeras para trabajar a esas horas. Trabaj¨¢bamos con una de las ONG m¨¢s grandes de Francia, AIDES, con algunos voluntarios que respetaban las mismas reglas de confidencialidad que los profesionales y las enfermeras.
?Qu¨¦ tipo de experiencia le report¨® esta cl¨ªnica nocturna? Un hospital durante el d¨ªa es algo muy bullicioso. Pero por la noche no hay ruidos, salvo el sobresalto que arman las enfermeras cuando entran en un pasillo con alimento o medicamentos. La relaci¨®n con los enfermos result¨® muy intensa. Ellos eran conscientes de que no ten¨ªamos nada para detener su deterioro; tampoco sab¨ªamos si algunos pod¨ªan derivar hacia el sida o seguir sanos portando el virus. Cada d¨ªa que pasaba llegaban nuevos enfermos y sab¨ªamos que est¨¢bamos frente a una epidemia. As¨ª que la relaci¨®n que establec¨ª con ellos durante las noches, los di¨¢logos, era algo que no hab¨ªa experimentado antes. Los pacientes sab¨ªan lo mismo que t¨². A veces eran conversaciones bruscas. No eran del estilo de: bueno, la investigaci¨®n est¨¢ progresando, creo que encontraremos f¨¢rmacos alg¨²n d¨ªa. En c¨¢ncer, ese es un discurso que ha venido funcionando durante muchos a?os, pero eso no pasaba con el sida. En la sala de espera de esa cl¨ªnica, todo el mundo sab¨ªa que quienes estaban all¨ª eran seropositivos, y a veces se percataban de que algunos empezaban a perder peso y a deteriorarse, o que simplemente desaparec¨ªan?, como en ese juego en el que la gente da vueltas alrededor de unas sillas y uno siempre queda eliminado.
?Recibi¨® cr¨ªticas de sus colegas? S¨ª, tuve momentos duros con muchos de mis colegas. Aunque no ten¨ªan la culpa, muchos cirujanos se resist¨ªan a admitir que muchos pacientes se contaminaron por transfusiones de sangre.
Usted ha aparecido prestando su imagen en un anuncio con la frase: "Si fuera seropositivo, ?me permitir¨ªas ser tu doctor?". ?Cree que la actitud ante el sida est¨¢ cambiando? S¨ª, y mucho. Aunque no en todos los lugares del mundo. El sida tiene que ver con la sangre, el sexo, y no solo es una enfermedad m¨¦dica, sino un factor muy revelador de las sociedades. Estamos a¨²n muy lejos de ganar la guerra contra la discriminaci¨®n. Piense en la homofobia. O en c¨®mo la gente habla de los drogodependientes. O las trabajadoras del sexo. De c¨®mo los hombres de mediana edad abusan de las j¨®venes en muchas sociedades.
Me imagino que esas historias aparecen a menudo en sus viajes. Podr¨ªa contarle muchos ejemplos. Conozco bien la epidemia en Rusia, y la discriminaci¨®n es muy alta all¨ª. Si fuera seropositivo y viviera en Rusia, dudar¨ªa si revelar mi estado al sector m¨¦dico. En ?frica, muchas de las mujeres que se quedan embarazadas no se hacen la prueba del VIH, y eso que tenemos los f¨¢rmacos que suprimen la transmisi¨®n del virus al beb¨¦ en un 99%. Y una de las razones principales por las que no acuden para hacerse el test, o no vienen para saber los resultados, es porque, si dan positivo, ser¨¢n rechazadas por sus familias y comunidades. Me he reunido con muchas de estas mujeres en muchos pa¨ªses africanos, mujeres que fueron repudiadas por sus maridos y expulsadas a la calle. Tienen que caminar decenas de kil¨®metros hasta encontrar a un pariente que las acoja.
Hoy sabemos que es posible impedir la transmisi¨®n del sida a los beb¨¦s en las mujeres embarazadas. Sabemos que los cigarrillos causan c¨¢ncer. O que si nos quitamos el cintur¨®n, el riesgo es much¨ªsimo m¨¢s alto en caso de accidente de coche. ?Pero cu¨¢nto tiempo ha llevado en Espa?a que los conductores se coloquen el cintur¨®n? ?Cu¨¢nta gente conoce usted que fuma en su pa¨ªs? Por tanto, explicar a la gente que las cosas son posibles no basta. Muchas de las personas que tienen distintas parejas en zonas de riesgo y que no usan condones se comportan como aquellos que no quieren ponerse el cintur¨®n de seguridad. Pero las mujeres que saben que son seropositivas y son rechazadas? es como ponerlas como diana para la discriminaci¨®n.
La capacidad de este hombre para conectar con el sufrimiento de la gente es parte de su car¨¢cter. Chocar¨ªa, en principio, con la imagen de un gestor de un gran consorcio que maneja miles de millones de d¨®lares en una sede de oficinas impersonales instalada en la neutral Suiza. Pero sabe lo que es el trabajo de campo. El Fondo Mundial atiende las demandas de 144 pa¨ªses que piden dinero para combatir el sida, la malaria y la tuberculosis. Un comit¨¦ eval¨²a y financia progresivamente los proyectos para asegurarse de que funcionan. El Fondo env¨ªa a sus expertos a comprobar los resultados sobre el terreno. Pero ?c¨®mo luchar contra la discriminaci¨®n? "Debemos intentar que la enfermedad sea vista como lo que es, algo a combatir con f¨¢rmacos, que no significa que vayas a morir. Los f¨¢rmacos funcionan; la investigaci¨®n est¨¢ activa? He visto a pacientes que solo pesaban 35 kilos y que ganaban 20 kilos en dos meses; su transformaci¨®n f¨ªsica es tal, que algunos lo llaman el efecto L¨¢zaro, los que se levantan de la muerte. As¨ª que las cosas est¨¢n cambiando tanto, que la enfermedad genera cada vez menos miedo".
El Fondo Mundial paga tratamientos a casi tres millones de personas, pero el dinero no cambia ciertas ideolog¨ªas. "Conoc¨ª a principios de los noventa a un paciente en Rusia que no pod¨ªa salir del hospital porque hab¨ªa declarado ser homosexual, y la homosexualidad estaba entonces fuera de la ley. Si sal¨ªa del hospital iba a ser arrestado. Hoy existen leyes contra la homofobia en 80 pa¨ªses, pero en otros 10 se aplica a¨²n la pena de muerte".
La organizaci¨®n que usted dirige lleva casi 10 a?os batallando contra el sida, la malaria y la tuberculosis. A estas alturas, ?se est¨¢ ganando la partida? S¨ª. A la malaria le ganaremos esa batalla si tenemos los recursos. No significa que la erradiquemos. Hablo de suprimir la malaria como un problema sanitario de orden mayor. A los pol¨ªticos les digo que es posible un mundo en el que pr¨¢cticamente no haya muertes por malaria. Y s¨ª, es posible si combinamos el uso de mosquiteras, los f¨¢rmacos y los programas de erradicaci¨®n del mosquito mediante insecticidas. El Fondo Mundial es el mayor proveedor mundial de mosquiteras y f¨¢rmacos contra la malaria. Hemos distribuido unos 130 millones de mosquiteras. Y en los pa¨ªses subsaharianos en los que la malaria es end¨¦mica, el n¨²mero de nuevos casos y de muertes ha descendido entre un 40% y un 80% en los ¨²ltimos tres a?os.
En la conferencia de donantes celebrada el 4 de octubre se lograron unos fondos de 11.600 millones de d¨®lares. ?Est¨¢ satisfecho? Estoy satisfecho de que hayamos logrado casi un 20% de incremento respecto a la cantidad de 2007, sobre todo en una ¨¦poca de gran crisis econ¨®mica. Y tiene una significaci¨®n pol¨ªtica importante, ya que los l¨ªderes han comprendido que invertir en salud es algo esencial en el desarrollo.
Pero el Fondo esperaba un escenario de financiaci¨®n a¨²n mayor para lograr esos objetivos del milenio. Nuestro objetivo original era lograr entre 13.000 y 20.000 millones de d¨®lares. Pero con los fondos obtenidos seguiremos proporcionando tratamientos a millones de personas. Sin embargo, a la hora de comenzar nuevos programas, no podremos hacerlo al ritmo de los tres ¨²ltimos a?os.
?Y la aportaci¨®n espa?ola? Espa?a fue uno de los tres o cuatro pa¨ªses que no dieron garant¨ªas sobre su nivel de contribuci¨®n, aunque su representante indic¨® que lo anunciar¨ªan m¨¢s adelante. Desconozco lo que quer¨ªa decir; no s¨¦ lo que har¨¢. S¨¦ que hace unos d¨ªas Espa?a iba a reducir su contribuci¨®n, pero mi esperanza es que a lo mejor, al ver la disposici¨®n de los dem¨¢s, se hayan avergonzado un poco y hayan decidido aumentarla.
El Fondo tambi¨¦n proporcion¨® el a?o pasado tratamientos a m¨¢s de seis millones de tuberculosos. Respecto a la tuberculosis, estamos en v¨ªas de lograr los objetivos, que es reducir su incidencia a la mitad, excepto para la tuberculosis multirresistente, que es una de las amenazas mayores.
?Y el sida? Las buenas noticias son que en los pa¨ªses africanos el n¨²mero de nuevos casos est¨¢ disminuyendo, particularmente entre la gente joven. Pero, si examinamos la evoluci¨®n en Asia Central y el este de Europa, hay grupos muy vulnerables y pa¨ªses en los que la epidemia sigue creciendo. Podemos lograr salvar unos cuantos millones de vidas m¨¢s con los tratamientos, prevenir millones de infecciones; respecto a la transmisi¨®n de la madre al beb¨¦, creo que es posible lograr que no haya m¨¢s casos. Es factible. El a?o pasado hubo unos 400.000 ni?os que nacieron infectados de VIH de sus madres en ?frica. En Espa?a probablemente haya cinco o seis casos. En Francia, el a?o pasado, hubo cuatro.
Una cuesti¨®n muy poco conocida es el papel del anterior presidente estadounidense, George W. Bush. Gracias a su iniciativa, la oficina de la Casa Blanca contra el sida (las siglas en ingl¨¦s, PEPFAR, el plan del presidente para el alivio del sida) ha puesto mucho dinero, y ahora dos millones y medio de africanos reciben tratamiento. Lo cierto es que Bush no goz¨® de ninguna popularidad internacional. ?C¨®mo lo ve ahora? Nosotros estamos proporcionando m¨¢s del 50% del coste de los tratamientos antirretrovirales en el mundo en desarrollo; la otra mitad est¨¢ siendo pagada por el programa que inici¨® el presidente Bush, que estuvo muy comprometido en la lucha contra el sida y tambi¨¦n contra la malaria. Bush no fue popular desde el punto de vista internacional, pero s¨ª en ?frica. Solo hay que recordar el viaje que hizo all¨ª. Creo que esa es una de las iniciativas m¨¢s importantes que permanecer¨¢n en su legado. En la etapa de Bush hubo una uni¨®n sorprendente de la izquierda, que era partidaria del tratamiento y de la solidaridad global, y la derecha m¨¢s extrema, que argumentaba que Jes¨²s nos ense?¨® que debemos salvar vidas.
El papel de Estados Unidos es muy importante. Es el donante n¨²mero uno. Y estamos trabajando muy bien con ellos. Ocurri¨® con la Administraci¨®n de Bush y?sucede tambi¨¦n ahora. Discutimos con los norteamericanos el programa de intercambio de jeringas, o la financiaci¨®n de organizaciones que fomentan la prevenci¨®n entre las prostitutas, asuntos que no pod¨ªamos tratar antes. Pero en el terreno del tratamiento hay una gran colaboraci¨®n. El presidente Obama no ha hablado mucho sobre el desarrollo y la salud, el sida. Pero su Administraci¨®n est¨¢ activa, y recientemente Hillary Clinton particip¨® en un curso sobre el compromiso de Estados Unidos, en el sentido de que la salud es clave para el desarrollo y las relaciones internacionales.
Hablemos algo de usted. Uno de sus familiares muri¨® bajo la dictadura de Stalin, y otro, en un campo de concentraci¨®n nazi. Ambos, bajo el yugo de dos monstruos ideol¨®gicos. Y mi padre muri¨® por la tuberculosis que contrajo en Buchenwald cuando fue arrestado en 1943 y liberado en 1945. Fue detenido precisamente porque militaba en la Resistencia? Creo que la gente que ha sufrido frecuentemente guarda silencio sobre su dolor. Mi padre me cont¨® muy poco sobre la vida que llev¨® en el campo. La gente que sufre, y eso lo he aprendido de mis contactos con los pacientes, son personas con una dignidad extraordinaria que siempre quieren ahorrarte el dolor. Y mi generaci¨®n es la que ha crecido en la cultura de la posguerra. Me cri¨¦ con la leche que proced¨ªa del Plan Marshall. La II Guerra Mundial siempre estuvo en la cultura de mi infancia. No me eduqu¨¦ en la experiencia del sufrimiento que trajeron los nazis, sino en la tolerancia. Mi padre era alguien extraordinariamente tolerante. Naci¨® en 1899 y emigr¨® de Rusia cuando era un estudiante, en los tiempos de la revoluci¨®n. Y la mayor¨ªa de su familia sufri¨® duros golpes. Mi abuelo (su padre) fue enviado, seg¨²n he averiguado, a un campo de prisioneros en la regi¨®n de Arkhangelsk, una regi¨®n muy fr¨ªa al norte de Rusia. Nunca m¨¢s pudo comunicarse con su familia. Mi padre emigr¨® a Francia como estudiante, tuvo que ponerse a trabajar, y como intelectual, entr¨® a formar parte de la Resistencia como algo de lo m¨¢s natural, ayudando a los jud¨ªos a esconderse con ayuda de un sacerdote ruso y otros intelectuales. Fue arrestado en 1943. Cuando tienes una vida as¨ª, creo que te conviertes en alguien capaz de ver las cosas con una escala totalmente diferente. He conversado con gente en Camboya, con supervivientes del genocidio de Ruanda, y siempre me he quedado anonadado por la cantidad de cosas terribles que han sufrido y por la forma tan tranquila que tienen de cont¨¢rtelo.
?Se enfada cuando le presentan argumentos basados en la ideolog¨ªa? S¨ª. Como soy cient¨ªfico, no me cabe en la cabeza por qu¨¦ se dejan las pruebas a un lado. En mi vida profesional, nunca he podido entender c¨®mo la gente niega, por ejemplo, el acceso a los programas para la reducci¨®n de da?os en drogodependientes. Una de las evidencias m¨¢s indiscutibles que tenemos en la prevenci¨®n del VIH radica en el beneficio de estos programas. Espa?a es un fant¨¢stico ejemplo. Y en Francia ya no hay drogodependientes que se infecten con el virus. Sabemos c¨®mo impedirlo. En reuniones que mantuve en Europa oriental hab¨ªa una sesi¨®n titulada A favor o en contra de la terapia de sustituci¨®n con metadona para drogodependientes. La gente que estaba a favor vino con literatura cient¨ªfica para contar su propia experiencia. Una mujer joven de Ucrania habl¨® de c¨®mo sali¨® de la delincuencia para llevar una vida social normal gracias a la metadona. Y la gente que se mostraba en contra era la polic¨ªa o algunos de los cient¨ªficos que ped¨ªan responsabilidades al Gobierno por inducir a otro tipo de adicci¨®n, y no quer¨ªan ver los beneficios. As¨ª que, s¨ª, me enfado bastante cuando la evidencia se deja a un lado. Los resultados son los que convencen a la gente.
La Iglesia cat¨®lica sigue sin aceptar la idea de que los condones pueden ayudar a frenar la propagaci¨®n del virus. El Papa lleg¨® a afirmar que la distribuci¨®n de condones podr¨ªa incrementar el problema. Cuando el Papa hizo esos comentarios en Camer¨²n, dije que ¨¦l simplemente no lo entend¨ªa. Eso va en contra de la evidencia de la que disponemos en salud p¨²blica. La protecci¨®n de un cond¨®n es casi una vacuna. Puedo respetar las formas de pensar de cada uno, pero negar un beneficio para la salud p¨²blica para la gente que no tiene otra opci¨®n resulta simplemente inaceptable.
Una carrera s¨®lida y comprometida
A sus 64 a?os, Kazatchkine conserva, seg¨²n sus allegados, raudales de energ¨ªa para proseguir su labor al frente del Fondo Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria. Es, adem¨¢s, famoso su talante; dicen que es de esos jefes que nunca se enfadan.
Nacido en Courbevoie (Francia) en 1946, hijo de un inmigrante ruso, Kazatchkine se inici¨® en la medicina, especializ¨¢ndose en nefrolog¨ªa y hematolog¨ªa, y complet¨® su preparaci¨®n en el hospital londinense de Saint Mary y en la Universidad de Harvard. De nuevo en Par¨ªs, cre¨® su propio laboratorio para especializarse en enfermedades autoinmunes. Tras dos d¨¦cadas y m¨¢s de 600 art¨ªculos en revistas especializadas, Kazatchkine se encontr¨® con los primeros casos de sida en 1983. En 1998 se convirti¨® en director de la Agencia Nacional de Investigaci¨®n de Sida de Francia. En 2007 fue nombrado director ejecutivo del Fondo Mundial que lucha contra la pandemia en el mundo.
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